Por Germán Ayala Osorio
Ver cada cuatro años a los candidatos
presidenciales
haciendo “monerías”, bailando, degustando comida callejera, abrazarse con ciudadanos
del común, cargar bebés y acercarse a los pobres hace parte de las estrategias
para “convencer” a los electores que ellos hacen parte del pueblo. Sin duda
alguna, se trata de estratagemas que configuran formas de burla y manipulación política
de aquellos candidatos que tienen ya su vida asegurada y llena de privilegios
que contrastan con las precariedades y las afugias diarias de las personas con
las que se abrazan y sonríen con el doblez propio de quienes siguen el libreto
que les entregan sus asesores.
Por estos días la candidata de los
clanes Gilinski y Gnecco, Vicky Dávila aparece en las redes sociales con videos
en los que canta en medio de cafetales, tratando de parecerse a la Gaviota protagonizada
por Margarita Rosa de Francisco; en otro, baila como lo hizo en su momento el entonces
candidato presidencial, Óscar Iván Zuluaga. Al final, Zuluaga quedó como un
viejo ridículo, un “cocacolo” tratando de vender una imagen “fresca” enfrentada
a su nulo carisma y a su amargo rictus; hemos visto a Dávila de Gnecco saludando
de mano, de manera confianzuda, a soldados y policías y hasta ordeñando una
vaca, simulando tener simpatía por la vida campesina. Su desprecio por los
miembros de la fuerza pública lo dejó ver cuando dijo que al otro día de resultar electa, todos los procesos de paz se acaban. Como buena uribista
y por ser “la mona preferida” del expresidente y expresidiario Álvaro
Uribe, solo sabe ofrecer bala, bala y bala, lo que implica mandar a morir a los policías y militares que saludó.
Se trata de actividades electoreras
que dan cuenta de su intención de “bajarse o rebajarse” al nivel de aquellos
que desde el discurso elitista hacen parte de las comunidades de subalternas a
las que ella aspira a “sacar
adelante” a pesar de su clasismo y arribismo. Al final, y de acuerdo con su
discurso neoliberal, esos subalternos seguirán padeciendo las angustias y los
problemas generados por unas élites familiares que actúan con el “señorío” natural
de los señores feudales a los que les disgusta tener que interactuar con la
indiamenta.
Se trata de actuaciones que rayan
con la hipocresía dado que la señora, emparentada con el clan Gnecco, ha dado
muestras de clasismo, racismo y desprecio por lo popular. Baste con recordar cuando
se burló del abogado Miguel Ángel del Río por haber trabajado de azafato. Esto
dijo en su cuenta de X, la periodista-periodista: “El azafato
que se volvió abogado y no hace sino perder sus casos. ¿Ya devolvió los 50
millones de pesos que le cobró al Coronel Oscar Dávila que murió por cuenta de
las chuzadas a Marelbys Meza?”
En la misma línea electorera y ridícula aparece la senadora María Fernanda Cabal, ficha del uribismo. Cabal se ha hecho grabar degustando empanadas y lechona, comidas callejeras que claramente no disfruta. En los videos se nota a leguas el desprecio o por lo menos el miedo que le produce pensar cuál sería el origen y la calidad de lo que se comió.
Cabal
y Dávila
creen, junto con sus equipos de asesores, que “juntarse” por unos minutos con agentes
de la cultura subalterna les da la legitimidad suficiente para ser vistas y
aceptadas como las candidatas del pueblo. Lo contradictorio del asunto es que critican
todo el tiempo las medidas y el carácter populista de Petro, pero con sus bailes
y degustaciones caen en lo que bien puede llamarse como el “populismo
electorero”. Creo que sus asesores deben estar pensando en proponerles ir a
dormir a la casa de una familia humilde como hizo Petro en campaña.
Vicky Dávila y María Fernanda Cabal
seguirán “untándose” de pueblo y de lo popular como estrategia para ocultar que
no tienen un programa de gobierno serio y consolidado. En sus salidas se
limitan a hablar mal de Petro y a ofrecer rebajas de impuestos a los más ricos,
incluida la eliminación del impuesto a las comidas ultra procesadas. Estas dos “tigresas”
de Uribe seguirán haciendo el “oso”, porque es preferible hacerlo, que dejar
ver sus vacíos
conceptuales y la vileza de sus ideas políticas.