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viernes, 17 de noviembre de 2023

IVÁN DUQUE MÁRQUEZ Y SU RELATIVISMO MORAL

 

Por Germán Ayala Osorio

Iván Duque Márquez y Martha Lucía Ramírez, así como el comandante de la Policía, el general Jorge Luis Vargas,  no aceptaron el calificativo de masacre que la ONU dio al informe que entregó a Colombia, a propósito de los hechos acaecidos en Bogotá los días 9 y 10 de septiembre de 2020.

Después de la poco creíble solicitud de perdón que hizo la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, las críticas desde otros sectores políticos no se hicieron esperar, en relación con la conclusión a la que llega la ONU en su informe.

La reacción de Iván Duque, en el marco de un evento oficial frente a la tropa, en relación con el epíteto de <<gobierno asesino>> que lanzó Gustavo Petro en referencia a la masacre policial del 9 y 19 de septiembre,  el huésped de la Casa de Nariño dijo lo siguiente:

quienes asesinaron policías, quienes secuestraron, quienes pretendieron tomarse la sede de la justicia de nuestro país y que dejaron un macabro recuerdo no pueden venir a hablar de honor frente a quienes siempre han obrado del lado de la legalidad…he sido y seré un demócrata y nunca he empuñado un arma para justificar ninguna causa y nunca lo haré. Uno de los grandes errores que se han cometido en Colombia, históricamente, es el relativismo moral que se ha tenido con quienes han tratado de justificar asesinatos, secuestros y reclutamiento, minas antipersonales con ribetes y aromas políticos. Esas conductas son criminales e ilegales. Y no pretendemos ahora modificar la historia, pero que no pretendan también los beneficiarios de la impunidad que nunca respondieron por esos crímenes tratar de sacar un dedo inquisidor cuando se han surtido los debidos procesos sobre todo, frente a quienes protegen a toda la ciudadanía del país”

Sin duda, Duque exhibió su molestia frente a lo dicho por Petro, insistiendo en una parte del relato oficial que señala que el hoy candidato de la Colombia Humana participó de la toma del Palacio de Justicia, cuando no fue así. Lo dicho por Iván Duque amerita un rápido análisis. En varias columnas he hecho referencia a  que Iván Duque Márquez es, además de obsecuente con su Patrón, un político fatuo y retador. A esas características hay que sumarle que es un defensor de oficio de la institucionalidad castrense y policial, ancorada esa defensa en una ciega confianza en  la legalidad de las acciones adelantadas por policías y militares. Lo que más preocupa de Duque es que moralmente descalifica a quienes se levantaron en armas contra el Estado, al tiempo que justifica y minimiza los crímenes cometidos por miembros de la fuerza pública, por el simple hecho de estar del lado de la institucionalidad estatal.

Considera Iván Duque que haberse levantado en armas es un acto inmoral y criminal que no tiene ninguna justificación. Hay que recordarle que fue el mismo presidente Belisario Betancur quien reconoció que había unas <<causas objetivas>> que explicarían y legitimarían el levantamiento de las guerrillas en los años 60. Además, el marco contextual de la época de alguna manera abocó a que el malestar social y político impulsara a un grupo de ciudadanos a levantarse en armas contra el Estado. Intenta fortalecer su argumento moral, señalando que él jamás empuñó un arma y que jamás lo haría. Esa opción de vida es respetable y millones de colombianos la hemos adoptado, pero no por ello estamos dispuestos a  justificar y aceptar las acciones oprobiosas, criminales y mezquinas de quienes son miembros de la élite que está detrás del actual régimen de poder.

Que Duque Márquez haya tomado distancia de lo que su padre, Iván Duque Escobar pensaba alrededor de Álvaro Uribe cuando fungía como director de la Aerocivil, e incluso, haya reversado lo que de joven pensaba del mismo que años después sería su mentor, confirma su pusilánime carácter, el mismo con el que hoy defiende a dentelladas la institucionalidad estatal, así esta venga manchada de sangre.

Habla de relativismo moral, pero Duque cae justamente en la trampa en la que, según él, cayó el país. No se trata  de justificar y mucho menos de olvidar los crímenes cometidos por las guerrillas, de lo que se trata es de aceptar que todos los actores armados, incluidos los miembros de la fuerza pública, violaron los derechos humanos y el DIH. Al ubicarse como un terco defensor del establecimiento, Duque Márquez cae en el craso error de creer a pie juntillas en la legalidad, solo por el hecho de que esta viene de una fuente oficial dominante.

Y de contera, Duque, nuevamente, deja ver su molestia con los procesos de paz e incluso, con la decisión política de la que en su momento participó Uribe Vélez, al plantear una política de perdón y olvido para el M-19. Olvida el señor Duque que a la amnistía e indulto que benefició a Petro y a otros guerrilleros, incluidos los que hoy militan en el Centro Democrático, fue ofrecida a los militares que participaron de la retoma del Palacio de Justicia. Que  no hayan querido participar o hacer parte, aduciendo cuestiones de honor, no invalida la decisión de pasar esa página de nuestra violenta historia política.

La historia de este país está manchada de sangre, señor Duque. Su postura moral y política no lo hace mejor ciudadano, pues el haber sido congresista y nominalmente presidente de la República, lo hacen responsable de los crímenes y vejámenes que en nombre de la patria vienen cometiendo los hombres en armas que hoy están bajo su mando.

Lo sucedido en Bogotá fue una masacre y así quedará registrado en la historia política de Colombia. Y por más que desconozca ese informe, el país sabe que sobre su espalda recaen responsabilidades políticas. Su lealtad a la institucionalidad castrense y policial no lo convierte en demócrata. Usted está lejos de serlo. Los crímenes de Estado cometidos entre el 2018 y el 2022 son y serán la prueba de su talante fatuo, retador, inmoral, pero sobre todo, de ser un aprendiz de sátrapa.


Imagen tomada de Colombia.com



miércoles, 18 de octubre de 2023

¿“Titerazgos” o nuevos liderazgos?

 

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social-periodista y politólogo

 

Después de firmado el Acuerdo de Paz en La Habana, los posteriores escenarios electorales seguirán girando en torno al proceso de implementación de lo que se acordó en Cuba entre las antiguas Farc-Ep y el Estado colombiano, durante la administración de Juan Manuel Santos Calderón (2010-2018). Ya hace parte del pasado la desastrosa e indolente administración de Duque-Uribe (2018-2022), que transcurrió en medio de la pandemia del Covid 19, el asesinato sistemático de líderes sociales, ambientalistas, reclamantes de tierras, indígenas, campesinos y firmantes de la paz. Y el gobierno de Gustavo Petro apenas lleva un año y unos meses.

Son cientos de miles las víctimas que deja el desinterés de Iván Duque Márquez de proteger a quienes estuvieron en disímiles territorios y desde diversos roles, jugándosela por consolidar la soñada paz estable y duradera. Esa apatía gubernamental hizo parte del objetivo trazado por el Centro Democrático, de “hacer trizas ese maldito papel que llaman el Acuerdo de Paz”. Y lo hicieron, al generar condiciones de inseguridad e incertidumbre en el campesinado que reclama tierras y se la juega por la sustitución de los cultivos de uso ilícito, así como en los firmantes y comparecientes a la Jurisdicción Especial de Paz (JEP) y sus familias. A esto se suman variadas maniobras administrativas y técnicas para impedir el buen desarrollo de la implementación, los ataques del Ejecutivo y de la Fiscalía General de la Nación a la JEP y el total desinterés del gobierno central por generar un ambiente de reconciliación y de aceptación de lo firmado en Cuba.

Si bien la consolidación de la paz, tal y como fue concebida en La Habana fue un tema importante para la campaña de 2022, ya emerge otro asunto que no es de menor peso. Y esa cuestión o asunto tiene que ver con la profunda crisis por la que atraviesan los partidos políticos, a la que se suma la falta de carácter, la pobre credibilidad y el débil liderazgo de quienes ya se asoman a la arena electoral, para presentar sus nombres al electorado en el 2026. El aterrizaje del apocado, ladino e intrascendente de Iván Duque al Solio de Bolívar, y sus débiles intenciones y acciones políticas, son fruto de lo que aquí llamo un Titerazgo, que no es otra cosa que el actuar manipulado y controlado que aceptó Iván Duque desde el preciso momento en que consintió ser manejado y manoseado por Uribe Vélez. Así entonces, en el escenario electoral de 2026 veremos los movimientos de un péndulo que se mueve entre mantener y extender en el tiempo el Titerazgo o el surgimiento de unos nuevos líderes políticos o políticos de verdad, que sepan hacer coaliciones con los sectores tradicionales del Régimen de poder y sobre todo, que tengan un proyecto de país que no solo asegure la implementación del Acuerdo de Paz, sino la recuperación económica y el mejoramiento de las condiciones de vida de millones de colombianos que por cuenta de la Pandemia y de las equivocadas decisiones adoptadas por Duque en materia de política económica, perdieron el empleo y se acercaron a niveles de pobreza absoluta.

En las pasadas elecciones presidenciales vimos a Rodolfo Hernández cumplir el rol de títere del uribismo y de la godarria colombiana. También estuvo dispuesto a lo mismo Federico Gutiérrez, alias Fico, el ungido de Uribe Vélez. Y en ese movimiento pendular de 2022 también estuvo Sergio Fajardo Valderrama, quien quiso ser el muñeco cuyos hilos los manejara Uribe Vélez y el GEA.

Si bien el Titerazgo se inaugura con Duque, ello no quiere decir que la práctica sea nueva. No. Por supuesto que la historia política colombiana está colmada de ejemplos de Titerazgos, pues los candidatos presidenciales, en su gran mayoría, suelen ser las marionetas de los banqueros, empresarios y militares, que, en cofradía, terminan por apoyar económica, política y militarmente a quienes se comprometan a mantener las condiciones internas y las correlaciones de fuerza al interior del Establecimiento.

Ya veremos en el 2026 quiénes querrán parecerse al fatuo e infantil de Iván Duque, el más grande y visible títere que el régimen de poder (el uribismo) impuso. Lo que no contaban es que el muñeco les salió defectuoso y resultó ser un fiasco total. ¿Se cuidará el uribismo y la derecha de equivocarse llevando a la Casa de Nariño a otro títere?


Imagen tomada de Youtube


domingo, 17 de septiembre de 2023

DUQUE, EL POSESIONADO

 

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social-periodista y politólogo

 

Esta columna debió escribirse en agosto 7 de 2022. Su precoz aparición se explica porque no importa cuánto tiempo falte para que Iván Duque Márquez abandone la Casa de Nariño, pues su paso por el poder estatal no da para que alcance un lugar privilegiado en la historia política de Colombia.

Faltan ya menos de dos años para que Iván Duque Márquez termine su periodo presidencial. Si los historiadores no oficiales hacen la tarea, deberán reseñar que se trató de un presidente intrascendente, apocado, sumiso e infantil. Su aparente serenidad contrasta con el carácter autoritario, impulsivo y rabioso del latifundista que lo puso en la Casa de Nariño, con el apoyo de millones de colombianos interesados en sacar provecho de eso que se llama “uribismo” y otros tantos que se dejaron asustar con el cuento del <<Castrochavismo y el rayo homosexualizador>>. Cuánta ingenuidad e ignorancia en por lo menos 10 millones de connacionales.

Una vez deje la Casa de Nariño o de Nari, Duque Márquez está obligado, por su fútil paso por la jefatura del Estado, a retirarse de la vida pública, tal y como en su momento lo hiciere el expresidente Belisario Betancur Cuartas. Eso sí, con una diferencia: el retiro del poeta de Amagá (Antioquia) está profundamente soportado en haber dejado que los militares manejaran a discreción la toma y la retoma del Palacio de Justicia, asaltado por un piquete de la entonces guerrilla del M-19. El forzado retiro de la vida política del país, por parte de Duque Márquez, está soportado en su desastroso manejo de la pandemia, su obsecuente carácter frente a quienes manejan el Establecimiento colombiano y en los enormes daños que su nula gestión produjo en la institución presidencial.

Tengo dudas de que las decisiones tomadas desde la presidencia hayan sido el fruto de un concienzudo análisis por parte Duque. Por el contrario, pienso que la inercia del poder político, de la mano de un par de agentes económicos y políticos del Establecimiento colombiano, posibilitará que termine su periodo en el 2022, sin que se pueda ocultar su ominoso manejo de la pandemia, de la política exterior y de la implementación del Acuerdo de Paz.

Manipulable como ningún otro, Duque pasará a la historia como aquel que duró cuatro años como posesionado o como simple inquilino de la Casa de Nariño. Jamás se vio, se sintió y proyectó la imagen de jefe de Estado. Comparte esa misma condición y circunstancia con su mentor, el caballista de Salgar. Este último, de acuerdo con su talante arbitrario y camorrero, jamás gobernó y actuó como Jefe de Estado. Por el contrario, supo Mandar, porque desde siempre asumió a este país como una finca, una posesión, un predio o un platanal con bandera. Y mandó, porque para gobernar a un país complejo como Colombia, se necesita forjar y tener el talante de Jefe de Estado.

Lo mismo pasó con Duque: jamás se asumió como Jefe de Estado. Un ejemplo que explica con enorme claridad ese señalamiento es que manoseó el proceso de implementación del Acuerdo de Paz, fruto de una decisión de Estado, adoptada en la administración de Santos Calderón (2010-2018). Hoy, en virtud de su supina ignorancia en qué es eso del Estado, Duque sigue insistiendo al gobierno cubano para que extradite a los negociadores del ELN, que hacen presencia en la Isla.

Por todo lo anterior, Duque pasará a la historia como el posesionado. A él se le asignó la tarea de gobernar a Colombia, pero no lo logró. Fue la inercia del poder la que le garantizó su estancia o pasantía en la Casa de Nariño.

El 7 de agosto de 2022, del Solio de Bolívar no se parará investido como expresidente. Saldrá de Palacio como aquel que fue posesionado, que jamás gobernó y actuó como Jefe de Estado.


Imagen tomada de Youtube.com

IVÁN DUQUE MÁRQUEZ: ENTRE TERCO E IGNORANTE

 

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social-periodista y politólogo

 

Ya son varias las ocasiones en las que Iván Duque Márquez exige al gobierno de Cuba la extradición de la dirigencia del ELN que se encuentra en la isla. Huelga recordar que hasta allá se trasladó en su momento la mesa de diálogos entre los negociadores de esa  guerrilla y los del gobierno de Juan Manuel Santos, ante el intempestivo retiro del apoyo político y logístico de la administración de Lenín Moreno, presidente del Ecuador.

Después del execrable atentado dinamitero contra la Escuela de Cadetes de la Policía Nacional, perpetrado por ese grupo subversivo, esa parte de la delegación guerrillera se quedó en la isla caribeña en virtud del rompimiento de la negociación que había empezado en territorio ecuatoriano.

La insistencia de Duque al gobierno Díaz-Canel lo hacen ver como un ignorante frente a un imposible jurídico-político: Cuba, como país garante de esos diálogos de paz, no puede desconocer los protocolos firmados entre el Estado colombiano y el ELN, con el respaldo político de Noruega.

La insistencia de Duque Márquez con el espinoso asunto no solo lo hace ver como un ignaro, sino como un político testarudo. Testarudez que se explica, claro está, porque jamás se ha sentido como Jefe del Estado colombiano. Si así fuera, entendería que ningún Estado que sirva como garante de un proceso de paz puede violar o desconocer los protocolos firmados entre las partes que se sentaron a dialogar para poner fin a las hostilidades.

Ser Jefe de Estado y actuar en consecuencia obliga a quien tiene esa investidura, a actuar con mesura, inteligencia y sobre todo, con sentido histórico. Y Duque se ha demostrado así mismo que su paso por la Casa de Nariño o de Nari, obedece más a un capricho del uribismo por poner en el Solio de Bolívar no solo a un intransigente e indocto en temas de relaciones internacionales y derecho internacional, sino a un hombre sumiso al que no le interesa hacer historia como Jefe de Estado, porque solo vive pendiente de cumplir las órdenes de sus dos patrones (Uribe y Sarmiento Angulo), en particular las que a diario le musita al oído el latifundista de Salgar.

Parece ser que los seguidores de Uribe desconocen qué es eso de ser Jefe de Estado. El mismo Uribe jamás se sintió cómodo al ostentar por ocho años esa dignidad, pues mandó en este país como si lo estuviera haciendo dentro de los límites de El Ubérrimo. Lejos estuvo el vulgar caballista de actuar como Jefe de Estado. Por ello no podemos esperar mucho de Iván Duque, quien cada día que pasa deja en claro, por su ignorancia y testarudez, que su intención es parecerse a quien lo puso en la Casa de Nari.



Imagen tomada de la BBC

jueves, 10 de agosto de 2023

GUAIDÓ MÁRQUEZ Y DUQUE MÁRQUEZ: PARECIDOS RAZONABLES

 

Por Germán Ayala Osorio

Juan Gerardo Antonio Guaidó Márquez pasará a la historia como el más grande payaso de la derecha venezolana. Ese reconocimiento se lo ganó por haberse auto proclamado “presidente interino de Venezuela”. Guaidó Márquez “gobernó” sin ministros, sin fuerzas armadas y sin territorio. Es decir, en su propio mundo imaginario, su Narnia.

Ese mismo relato histórico deberá dar cuenta de que su imaginario ejercicio del poder fue convalidado por un arlequín colombiano que, contrario al bufón venezolano, sí llegó a tener ministros a su cargo, a pesar de que sus decisiones y actos de gobierno siempre dependieron de las orientaciones dadas por su dueño, conocido como el Gran Titiritero.

El fantasioso mandato de este  gracioso mamarracho lo llevó a viajar en aeronaves oficiales que su amigo, el Títere, Iván Duque Márquez, le prestaba para que su fantasía se acercara en algo a la realidad. Además de viajar como si verdad fuera presidente de alguna República, era recibido con honores militares. Debido a la obediencia debida, jamás sabremos qué pensaron los generales o coroneles que ofrecieron su saludo castrense a un mandatario sin territorio, sin pueblo, sin autoridad…

Para comprender la amistad entrañable entre estos dos polichinelas latinoamericanos se sugiere mirar el significado de la palabra que les sirve de apellido: Márquez. “Persona con el título nobiliario inferior al de duque y superior al de conde”.

Guaidó Márquez fue un presidente que apenas si se gobernó así mismo y Duque Márquez un presidente sin imaginación, autonomía y criterio. Creo que en la historia política de Venezuela y Colombia se deberá reconocer que en un corto periodo ambos países vivieron un proceso de “infantilización” por cuenta de esas dos figuritas que le quitaron seriedad a la política, hasta convertirla en una ronda infantil, en un juego de infantes que se acostumbraron a jugar a ser presidentes, de la misma manera como otros menores jugaban al papá y a la mamá.

Guaidó dejó el poder imaginado y viajó a la tierra del Tío Sam, esta vez en un avión comercial, a cumplir el sueño americano; mientras tanto, Duque sigue en la búsqueda de convertirse en una estrella de rock o un DJ. Lo curioso de estos muñecos es que se ganaron un lugar especial en los niños que algún día leerán sus biografías y el fantasioso mundo en el que vivieron por unos cuantos años. ¡Payasos!


Imagen tomada de Pulzo. 


CIRO RAMÍREZ Y PIERRE GARCÍA SE CONOCIERON EN LA PICOTA

    Por Germán Ayala Osorio   Sorprendió a propios y extraños, pero no pasó desapercibida la confesión del excongresista uribista, Cir...