Por Germán Ayala Osorio
Que funcionarios de la alcaldía
de Medellín, identificados con chalecos, provocaran y agredieran con palos y
patadas a manifestantes pro-palestina constituye un hecho de suma gravedad que confirma
que el paramilitarismo
como fenómeno sociocultural sigue siendo asumido por sectores de la derecha
como una ejemplar “virtud cívica”. Incluso hay quienes los llamaron la “primerea
línea” del acalde Federico Gutiérrez.
Las agresiones de los
contratistas de la alcaldía de la capital de Antioquia son acciones parapoliciales
que criminalizan nuevamente las protestas y movilizaciones de quienes en esta
ocasión salieron a rechazar las prácticas genocidas que viene cometiendo el ejército
de Israel en contra del pueblo palestino que sobrevive en Gaza.
Por supuesto que lo acontecido en
Medellín tiene un trasfondo político, cultural, electoral e ideológico ancorado
al enfrentamiento entre las huestes uribistas y las mesnadas petristas. Las
primeras son animadas por el alcalde Federico Gutiérrez, alias Fico y el
concejal Andrés Rodríguez, alias el Gury, quienes ignoran el genocidio en la
franja de Gaza siguiendo la línea ideológica de la doctrina uribista que
defiende a dentelladas el ejercicio de la violencia legítima del Estado, invita
a aplaudir lo hecho por Israel por ser víctima del ataque criminal y terrorista
perpetrado por el grupo Hamas
y a negar que se trata de un genocidio.
Fico Gutiérrez y el concejal Rodríguez
son declarados enemigos de Petro, de los petristas y de todos aquellos que
defiendan la paz, rechacen prácticas genocidas como las de Gaza y se declaren
defensores de los derechos humanos, de comunidades vulnerables y de los ecosistemas
naturales. El bate de beisbol con el que amenazó a los marchantes el concejal
alias Gury representa con lujo de detalles a la doctrina uribista y en
el marco del actual escenario electoral simboliza el antipetrismo con el que
millones saldrán berracos a votar por el que diga Uribe.
Quienes defienden y aplauden las
acciones violentas y violatorias de los derechos humanos de parte de los
funcionarios de la alcaldía de Gutiérrez siguen anclados a la idea de que se
trató del uso de la violencia legítima del Estado. Fue esa misma concepción la
que permitió la creación y operación de los grupos paramilitares.
En las más recientes marchas uribistas
en respaldo al expresidente Uribe y en rechazo al fallo condenatorio
en su contra emitido por la jueza Sandra Heredia, varias banderas de Israel fueron
ondeadas por manifestantes, circunstancia que reafirma la complacencia de
cientos de miles de uribistas con la limpieza étnico-cultural que adelanta
Netanyahu en la franja de Gaza.
Entre tanto, las mesnadas petristas
devienen azuzadas por el discurso del presidente Petro con el que rechaza las
prácticas genocidas. Por supuesto que hay otros que salieron a marchar por una
genuina solidaridad con el pueblo palestino que sufre la violencia militar de
Israel, el silencio cómplice de Europa, el debilitamiento de la ONU como
organización multilateral y las ineficaces acciones logísticas desplegadas en
Gaza para la entrega de alimentos en pro de mitigar la hambruna
provocada por el sionista ejército de Netanyahu.
Lo ocurrido en Medellín debe
entenderse y comprenderse en el marco de un escenario de polarización
política y crispación ideológica en el que claramente hay expuestas disímiles
formas de entender las relaciones internacionales, el papel del Estado, la seguridad
ciudadana, el derecho a la protesta y en particular la convivencia al interior
de un país pluriétnico como Colombia.
Al ser el paramilitarismo un
fenómeno sociocultural, superarlo o proscribirlo se torna casi imposible porque
ya fue asumido en Medellín, Cali y Bogotá, entre otras ciudades capitales como
una “virtud cívica” que calza muy bien con la política de seguridad democrática
de Uribe y las acciones estigmatizantes desplegadas entre el 2002 y el 2022 en
contra de todos los que se atrevieron a confrontar a los gobiernos de Uribe,
Santos y Duque.
Adenda: desde esta tribuna
rechazo con vehemencia los actos
vandálicos producidos durante las marchas pro-palestina. Dichos actos invisibilizan el talante
humanitario de dichas movilizaciones y crean el imaginario colectivo con el que
se asocia el petrismo con desorden, violencia y caos.
Imagen tomada de El Colombiano.