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sábado, 2 de marzo de 2024

GENOCIDIO EN GAZA: EL RIESGO DE VIVIR ENTRE SERES HUMANOS

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Después de calificar como “carnicería” y genocidio lo que viene haciendo el ejército de Israel en contra el pueblo palestino en la franja de Gaza, se evidencia la crisis de legitimidad de la ONU y se pone de presente la complicidad política de las potencias mundiales, como los Estados Unidos, con el Estado sionista responsable de la execrable escabechina.

Las acciones criminales de Israel y de Hamás exaltan una realidad asociada a la aviesa condición humana: el riesgo de vivir. Hay suficientes evidencias en el pasado que confirman ese carácter avieso de la especie humana: baste con recordar las dos guerras mundiales, varios conflictos armados internos que se degradaron, como el colombiano, y el Holocausto nazi contra el pueblo judío. Este último, en el pasado fue víctima, hoy funge como un victimario, interesado en demostrarle al resto del mundo que “son el pueblo elegido” y que los palestinos no merecen vivir.  

Somos la única especie sobre la Tierra que “mata más y mejor”. La única que todos los días avanza técnica y científicamente para someter, masacrar o desaparecer a un pueblo X, previa elección o decisión de un presidente o de general de una República militarmente preparada para adelantar esos propósitos que ya no tiene mayor sentido descalificarlos desde una perspectiva moralizante.  No.

Quizás sea tiempo de consolidar una narrativa que nos lleve a comprender que los “riesgos de vivir” son connaturales a la condición humana. De esa manera, erosionamos las justificaciones que militares, políticos, presidentes, expresidentes e individuos a lo largo y ancho del mundo expresaron después de que Israel sufriera el cruento ataque de Hamas. Por esa misma vía, marchitamos las ideologías y ponemos en crisis los discursos teológicos con los que se pretenden justificar la pulsión humana de tener o querer asesinar, de manera colectica o individual, a quien se considera enemigo, impío, pecador o simplemente indigno por no hacer parte de la elección caprichosa de una deidad.

Esa narrativa nos debe llevar a evitar aludir a cada Dios presente en las culturas, para justificar masacres, violaciones o genocidios. El problema no está en los dioses: está en nosotros, en nuestra perversidad, estolidez, pues finalmente fueron creados para ese cometido. Las religiones y con estas las figuras deíficas son los sólidos parapetos en los que ocultamos y matizamos la pulsión de asesinar, someter, estigmatizar y masacrar.

También debemos aceptar que no hay forma ni camino alguno que nos lleve a vivir en un paraíso en el que corran ríos de miel y leche, en los que nos sumerjamos para amarnos unos a los otros. No. Ni siquiera en escenarios postnaturaleza o en los asociados al poshumanismo será posible.

A pesar de las multitudinarias marchas en rechazo al genocidio israelí y la consecuente defensa del pueblo palestino, organizadas en ciudades importantes de USA y Europa, la vida continúa, el planeta sigue girando y cada sociedad enfrenta sus propias realidades, las mismas que les impide ocuparse de lo que ocurre en Gaza.



Imagen tomada de The Conversation

sábado, 18 de noviembre de 2023

TRANSICIÓN CULTURAL

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Mientras en el país crece el debate entre aquellos que siguen instalados en la economía basada en los combustibles fósiles y quienes plantean iniciar cuanto antes la transición hacia el uso de energías limpias, el factor cultural que acoge a los dos bandos continúa estancado en los límites y limitaciones de una ciudadanía que, fondeada en el individualismo, el racismo y el clasismo, desconoce la historia de su país, desprecia el valor de la biodiversidad y la importancia de la pluriculturalidad. Y quizás haya que reconocer en esos millones de ciudadanos que habitan el territorio nacional el poco interés que muestran por conocerla y por encontrar en su revisión y estudio patrones culturales que, a manera de taras, impiden la comprensión sistémica de los problemas y  de los conflictos y la resolución o transformación dialogada de los mismos.

Por ello, hacer una transición cultural que nos lleve como sociedad a estadios de co-responsabilidad tan necesarios para superar el individualismo, el racismo y el clasismo, nos va a tomar más tiempo, de continuar esos millones de ciudadanos con esa actitud “importanculista”  frente a la naturaleza y frente al devenir de las vidas de connacionales que hoy sobreviven en condiciones de miseria y de las mujeres víctimas del vigente sistema patriarcal.

El desprecio por la lectura, muy propio de estudiantes de colegios y universidades y de miembros de la élite tradicional, constituye un factor importante a tener en cuenta para la transición cultural que debemos dar, si queremos avanzar y llegar a estadios éticos en los que cada uno de nosotros  asuma responsabilidades individuales y colectivas. Que el ingeniero y excandidato presidencial, Rodolfo Hernández se jacte de su riqueza y que la asocie a que jamás leyó un libro en su vida es un ejemplo que nos lleva justamente a evitar hacer la transición cultural de la que aquí se habla.

Llegar a instancias de poder político, social y económico solo a expensas de la tradición familiar o por la fuerza de los linajes, las palancas o por las demostraciones violentas, fueron, poco a poco, eliminando el valor de la lectura, en particular cuando a través de esta nos expone al riesgo de revisar nuestras propias certezas, e incluso a replantearnos los referentes con los que crecimos en materia de liderazgo, masculinidad, feminidad y relaciones con los ecosistemas y con las comunidades “subalternas” asociadas a estos.

Dentro de esa transición cultural caben la superación de los dualismos modernos, así como las lecturas reduccionistas aprendidas de un ejercicio periodístico cuyo interés está en reproducir esos patrones comportamentales (clasismo, racismo e individualismo) y por esa vía, ralentizar los cambios y la transición cultural que nos urge como sociedad hacer, para superar no solo los ya señalados patrones, sino para alcanzar niveles altos de eticidad que terminen por consolidar unos mejores procesos civilizatorios. 

Colombia necesita de un profundo cambio cultural. Las grandes mayorías necesitan de una educación que, basada en la lectura y la escritura, les permita enfrentar, discursivamente, los abusos de quienes ostentan cualquier forma de poder. No puede ser que en pleno siglo XXI aún haya ciudadanos que coman cuento de asuntos como el “rayo homosexualizador” al que apelaron pastores para engañar a sus feligreses, y llevarlos a millones a decir No al pasado plebiscito por la paz de 2016. Una educación secular, fundada en ejercicios de pensamiento crítico, aportaría a la transición cultural que como sociedad debemos dar si de verdad queremos proscribir el ethos mafioso que guía la vida de los miembros de la élite tradicional y la de millones de colombianos. 

Sin duda alguna es importante hacer la transición energética, pero lo es más, jugársela por una transición cultural que contenga, por ejemplo, una mirada ética ecológica fundada en el reconocimiento y en el respeto por la vida de los demás, esto es, los animales humanos y los no humanos, y en general, por la vida ecosistémica.



Imagen tomada de Semana.com

DISCURSO DE PETRO EN LA ONU GENERA URTICARIA EN LA DERECHA COLOMBIANA

 

Por Germán Ayala Osorio

 

La urticaria que generó el discurso de Petro en la ONU, en la casi impenetrable piel de la derecha colombiana se explica, ideológicamente, por el carácter sumiso de los integrantes de la élite nacional, históricamente obsecuente con las relaciones de dominación planteadas entre un Norte opulento y un Sur empobrecido.

Las molestias de las figuras públicas del Centro Democrático (CD) con el discurso altisonante de Gustavo Petro son, hasta cierto punto, entendibles, porque sus militantes siempre han estado cómodos en sus minúsculas e infantas realidades. No entienden que el discurso de Petro es universal, como lo es Cien Años de Soledad y por supuesto, el propio García Márquez. Jamás cuestionaron las relaciones Norte-Sur porque ellos mismos son los agentes políticos y económicos encargados de extender en el tiempo esa relación de dominación. Son mansos con sus patrones del Norte y violentos con quienes comparten con ellos el territorio, pues no solo los asumen como subalternos, sino como materia prima desechable.

Su capacidad para asumir responsabilidades por los efectos negativos que viene dejando esa perversa relación de sometimiento es prácticamente nula. Y lo es, justamente, porque su codicia está atada éticamente a la avidez con la que multinacionales y agencias internacionales al servicio de varias potencias llegaron y siguen llegando a una América Latina dividida y resignada, a explotar los recursos naturales y a debilitar procesos de emancipación liderados por indígenas, campesinos y afros.

Las reacciones de María Fernanda Cabal, Paloma Valencia, Andrés Pastrana Arango y Miguel Uribe Turbay, entre otros, sirven para comprender la pequeñez del mundo en el que viven. A estos cuatro jinetes del desarrollo extractivo no solo los une los valores de una derecha mezquina, violenta y torpe, sino el desprecio por la lectura, la poesía, la literatura, la ciencia y la filosofía. Lo de ellos es el pragmatismo a rajatabla. Ese mismo pragmatismo le sirvió a los aupadores del desarrollo extractivo a llevar al planeta a sus propios límites de resiliencia. Por no leer y por su afán de concentrar poder y riqueza,  olvidaron que la Tierra se comporta como un sistema único y autorregulado, formado por componentes físicos, químicos, biológicos y humanos (Lovelock, 2007, p. 51).

No creen en lo dicho por cientos de científicos alrededor de la necesidad de ponerle límites al desarrollo agro extractivo (mega minería y ganadería extensiva), al consumo, al crecimiento poblacional y en general a la emisión de gases de efecto invernadero. Quizás por vivir en el trópico, sea mayúscula su indolencia, ignorancia e incapacidad para entender el discurso del decrecimiento económico en los países del Norte.

Su consigna de vida está sujeta al poder del dinero y a la posibilidad de que, con este, todo es posible de comprar. Pensarán, incluso, en que ante un colapso de la vida en el planeta, queda la opción de vivir en cápsulas bajo el agua o en estaciones como las que se expusieron en la película Elysium. No cabe duda de que se recuperarán de la siempre incómoda urticaria. Y lo harán, en la comodidad de sus mezquinas realidades en las que jamás tendrá cabida la idea universal de la Casa Común.


Imagen tomada de Extensión.


¿REGIONES SOSTENIBLES O REGIONES SOSTENIDAS?

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Después del resultado agridulce que dejó la cumbre ambiental COP26, pensar en regiones sostenibles debería de ser una apuesta ético-política que la Academia colombiana, en su conjunto, debería de asumir. Para iniciar o seguir ese camino, Universidades y colegios podrían empezar -y los que hace rato lo vienen haciendo, continuar- por dejar de lado la fragmentación del pensamiento que provoca la departamentalización de la ciencia y la educación no sistémica que por tantos años le sirvió y le sirve aún a quienes insisten en hablar del desarrollo sostenible en términos de bondades, al tiempo que reducen los graves impactos, a simples externalidades.

Quizás este momento histórico por el que atraviesa la humanidad sea la oportunidad para corregir aquel error, que insistentemente se le señala a la Universidad por haber incurrido en él: de actuar de espalda a la realidad. En particular, de espalda a los efectos sistémicos y sistemáticos que viene dejando un tipo de desarrollo extractivo, asumido como una forma moderna de dominación ecosistémica, étnico-territorial y ontológica, cuyas expresiones son claras para el caso de Colombia: persecución, exclusión, señalamientos, asesinatos y desplazamiento forzado de miembros de comunidades ancestrales y campesinas por hacer resistencia a las actividades agro extractivas,  como la megaminería, la ganadería extensiva que, además de  ineficiente, está atada a intereses asociados a la especulación inmobiliaria, así como  el modelo de la gran plantación, para producir agrocombustibles, a base de caña de azúcar y palma africana.

Si la  Academia en general se embarca en esa apuesta ético-política, los programas formativos y educativos deberán exponer las  reflexiones que ya se vienen haciendo comunes alrededor de conceptos como poshumanismo y posnaturaleza. Estos últimos asumidos como marcos explicativos y comprensivos de los caminos que la ciencia y la tecnología están trazando para enfrentar las actuales crisis climáticas y las que muy seguramente van a sobrevenir, cuando se hayan superado los límites de resiliencia de los ecosistemas naturales-históricos. La fuerza de las soluciones que la ciencia y la ingeniería vienen entregando al mundo para  enfrentar problemas climáticos, como el aumento de los niveles del mar y el calentamiento de la tierra, deben ponerse en cuestión, poniendo en crisis al antropocentrismo sobre el que está aún anclada la presencia del ser humano y su toma de distancia de la naturaleza.

El desarrollo regional en Colombia, con todo y sus errores y aciertos, es una fuente increíble de experiencias que deberían de servir para consolidar programas de formación e investigación, conducentes a revisar y evaluar con espíritu crítico, la situación económica, política, socioambiental, ecológica y étnico-territorial de regiones biodiversas, de tiempo atrás sometidas a formas de dominación sistémica y sistemática que solo dejan beneficios económicos y políticos para una minoría, la misma que se beneficia del discurso del desarrollo sostenible.

Esas regiones que han alcanzado un nivel de desarrollo sobre la base de la imposición de la racionalidad económica y política, pasando por encima de consideraciones étnico-cultural-territorial, no podrían considerarse regiones sostenibles, sino regiones sostenidas. Esto es, regiones cuyas realidades solo están siendo leídas y legitimadas bajo consideraciones económicas y políticas, en ese estricto orden, dejando por fuera o desestimando a través de diversas formas de violencia simbólica y física, factores y variables asociadas a formas sostenibles de vida ancestral y campesina, asumidas por poderosos agentes económicos y políticos, como incómodas para la cultura dominante, basada en el individualismo y el carácter corporativo del Estado.

Mientras la Academia asume semejante reto y ruta de acción, las inercias que el ser humano desató, seguirán llevándonos por los caminos que ya imaginaron la ciencia ficción y el cine: la posnaturaleza y el poshumanismo. De triunfar esa idea de estar en el planeta, la categoría de regiones sostenidas tendrá una oportunidad, ancorada, eso sí, a lo discursos que explicarán la llegada de esos dos escenarios post.


Imagen tomada de emergencia vital.



Postnaturaleza: el fin de un dilema

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Los avances tecnológicos y en particular la ciega confianza en que la tecnología pueda resolver o solucionar los problemas ecológicos que actividades productivas- extractivas vienen produciendo en los aún vigentes, resistentes y resilientes ecosistemas naturales- históricos, terminarán por llevar al planeta y al proyecto humano universal, hacia un estadio definitivo: la postnaturaleza. Una vez en ese estadio, las preocupaciones por los ecosistemas, por la Naturaleza, por los daños ocasionados, dejarán de estar en la agenda pública y ya no harán parte de las preocupaciones que hoy tienen ambientalistas moderados y los que se oponen a las lógicas que impulsan el desarrollo económico.

Señalo entonces, que una vez lleguemos a ese estadio de la postnaturaleza, e incluso un poco antes, se advierte la necesidad de desligar la sostenibilidad y al discurso ambiental que ontológicamente devienen conectados a la Naturaleza y al equilibrio ecológico. Y es así porque cuando el ser humano logre transformar totalmente los entornos naturales-históricos, esa sostenibilidad deberá dar cabida al concepto de Viabilidad de un proyecto humano que logró superar el eterno problema de estar, seguir conectado o no a la Naturaleza.

Una vez instalados en ese entorno, serán otras las preocupaciones y los miedos que surgirán para un ser complejo como el humano, hasta que esa misma humanidad logre ser remplazada por máquinas (ciborg), etapa final para una civilización que universalmente sigue atada a una Naturaleza con la que sigue compitiendo, en la perspectiva de quién vence a quién, primero. Una vez logre vencer su resistencia y su hostilidad, entonces el ser humano entrará en una etapa distinta, sin que ello logre invisibilizar una real preocupación: que por efectos de una especie de big ban, esa condición humana como la conocemos hoy, sea eliminada totalmente.

Llegar a ese estadio de postnaturaleza supondrá el absoluto triunfo de la racionalidad económica occidental fruto de la homogeneización cultural lograda por la vía de la globalización. Y por esa vía, terminará, en el mediano plazo, sometiendo, proscribiendo o haciendo desaparecer las ontologías incómodas o inviables, vistas así desde esa perspectiva economicista, como lo son las de los afros, indígenas y campesinos. Finalmente, en esa lucha hemos estado en Colombia y en América Latina desde la llegada de los colonizadores europeos.

Cuando esas resistencias logren ser sometidas o avasalladas totalmente, entonces la inercia de la producción económica y la lógica de la acumulación terminarán consolidando ese nuevo mundo que subyace ya a la post naturaleza.

Una vez en ese estadio, las preocupaciones ecológicas disminuirán drásticamente. Y las ambientales, terminarán erigiéndose en el "nuevo problema" para los seres humanos(máquinas con expresiones humanas), en la medida en que solo quedará por decidir quiénes sobreviven y en qué condiciones. Y es allí en donde surge la categoría de la Viabilidad, en remplazo de lo que hoy conocemos como sostenibilidad y sustentabilidad.  

Es decir, las preocupaciones serán exclusivamente humanas, lo que por supuesto pondrá de presente lo tediosa que pueda resultar la vida humana cuando esta esté supeditada a las relaciones tecnológicas e informáticas, bajo el espectro de la Inteligencia Artificial (IA), de un mundo artificial y artificioso; y peor aún, una vida humana alejada de la noción de lo Natural (de la naturaleza). Noción que desaparecerá para dar paso a entornos simulados en los que será posible re-crear el pasado e incluso, para recordar las viejas discusiones que sobre la sostenibilidad/sustentabilidad el mundo dio en el pasado. Las mismas que serán superadas cuando ya no existan ecosistemas naturales-históricos, sino remedos e instalaciones y hologramas que simularán una neo naturaleza. Sobre ese ya vestigio, habrá que recordar que durante siglos fue asumida por muchos agentes económicos como hostil, de allí la imperiosa necesidad de someterla sin mayores consideraciones ecosistémicas, tal y como lo estamos haciendo hoy.

Ese será el “gran triunfo” de una humanidad que logró, por fin, finiquitar una aparentemente eterna discusión: hacer parte o no de la Naturaleza. En cualquier sentido que se den las señaladas transformaciones, la condición humana siempre estará allí para sorprender por su inteligencia para adaptarse, y de manera concomitante, para exhibir sus problemas para convivir con sus semejantes en condiciones de paz y armonía. Por todo lo anterior, es posible que en ese escenario posible de la postnaturaleza, se logre poner fin al dilema en el que se sostienen las actuales discusiones en torno al desarrollo sostenible, la sostenibilidad y la sustentabilidad.



Imagen tomada de la revista Algoritmo.

sábado, 4 de noviembre de 2023

PERROS Y GATOS NO HACEN PARTE DE LA FAMILIA: IGLESIA CATÓLICA

 

Por Germán Ayala Osorio

 

La iglesia católica es una institución universal, toda una multinacional, en gran medida responsable de las insostenibles relaciones que el ser humano consolidó en el tiempo con los ecosistemas naturales. Daré dos ejemplos: el primero, creó la narrativa con la que se le impuso a la mujer el rol exclusivo de reproducir a la especie humana, lo que generó la sobrepoblación del planeta y las crisis climáticas asociadas a las ideas de desarrollo y progreso, también reproducidas y aplaudidas desde los púlpitos; y el segundo, con ese mismo discurso, coadyuvó a que los humanos vieran como inferiores a los animales, lo que desató largos procesos de dominación, domesticación y control poblacional de acuerdo con las necesidades humanas. Es decir, evitó la discusión alrededor de la coexistencia entre animales no humanos y el animal humano, especie dominante sobre las demás.

Estamos pues, ante una organización históricamente conservadora, goda, homofóbica y antropocéntrica y por ello, enemiga de los animales no humanos. Fernando Vallejo ya lo había advertido al explicar su distanciamiento con la iglesia católica y con su dios: “la infame Iglesia no quiere a los animales y se las da de buena y misericordiosa habiendo sido cruel y asesina hasta donde pudo…”.

Lo anteriormente dicho sirve de marco cultural y circunstancial para entender la postura que recién asumió la iglesia católica alrededor de la familia multiespecie. La discusión de fondo está en si los animales no humanos, en particular perros y gatos, no pueden considerarse como miembros de la familia humana y mucho menos, reconocerlos como “hijos”.

En el periódico EL COLOMBIANO, godo de tradición, se lee lo siguiente: “Porque la familia está conformada por humanos, los padres, los hijos, que corresponde a ese nivel de especie, ya cuando son integrados animales no hay necesidad de llamar familia multiespecie, simplemente son animales que son queridos, respetados, se les brindan los cuidados esenciales, pero sin necesidad de atribuirles la personalidad humana”, señaló el padre Raúl Ortiz, director del Departamento de Doctrina de la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC)”.

La postura de la iglesia católica, además de anacrónica, es fruto del discurso antropocentrista con el que validamos el rol dominante del ser humano. No se trata de “humanizar” a los animales no humanos de compañía. De lo que se trata es de bajarle un poco a la arrogancia que se desprende de esa narrativa antropocéntrica que pone al ser humano en el centro del universo, a pesar de las evidencias de su estupidez y de su perversa inteligencia. Baste con mirar el genocidio contra el pueblo palestino, para entender que solo el animal humano es capaz de crear los escenarios más ignominiosos y aberrantes. Más bien lo que debemos es hacer es dedicar más tiempo a observar los comportamientos de los animales no humanos, para ver si superamos, por ejemplo, la homofobia, el clasismo y el racismo, problemas surgidos de las entrañas del humanismo que la iglesia católica promueve.

La creciente convivencia con animales no humanos debería de concitar la discusión no alrededor de si aceptamos o no considerar a perros y gatos como miembros de la familia, sino en torno a la soledad y por supuesto, a todo lo que positivamente se reconoce del compartir nuestra existencia con la nobleza, la mansedumbre y la buena vibra de perros y gatos.

Por esta postura y otras es que millones de seres humanos (animales humanos) abandonaron a la iglesia católica, convertida en una sinuosa multinacional en la que se recrea y valida, entre otras conductas, la pederastia y la pedofilia, así como la corrupción, el tráfico de influencias y la aceptación de la crueldad de las guerras y los conflictos alimentados desde los púlpitos.

Qué tiene de malo considerar como hijos a perros y gatos, cuando conviven bajo un mismo techo, logran comunicarse y hacerse entender; estos mismos maravillosos seres generan momentos de alegría y sosiego; muchos de ellos son el soporte emocional para cientos de miles de seres humanos, labor que bien se equipara a lo que pueden brindar amigos o familiares.

Muchos de los adjetivos que Fernando Vallejo usó en la introducción a su libro, La Puta de Babilonia, con el firme propósito de cobrarle a la iglesia católica “sus cuentas pendientes”, sirven para advertir que dicha multinacional, como creación humana, no constituye de ninguna manera, un faro moral y ético para reestablecer nuestras relaciones con la naturaleza.


Imagen tomada de Caracol noticias. 


 

 

CIRO RAMÍREZ Y PIERRE GARCÍA SE CONOCIERON EN LA PICOTA

    Por Germán Ayala Osorio   Sorprendió a propios y extraños, pero no pasó desapercibida la confesión del excongresista uribista, Cir...