Por Germán Ayala Osorio
En su columna intitulada Picasso
era terrible. ¿Y? el columnista Juan Carlos Botero expone un dilema moderno
y postmoderno entre arte y moral. En su exposición sostiene que “…hay una
confusión esencial: arte y moral son dos cosas distintas. La tarea del artista no
radica en desinfectar la condición humana para que luzca ética y placentera,
sino expresarla en toda su complejidad para que la persona entienda que esa
complejidad es parte de la realidad y que tarde o temprano tendrá que enfrentar
dilemas, pruebas y dificultades que vienen con vivir en un mundo desafiante,
lleno de grises”. Para consolidar su tesis, aludió a los
casos de Picasso, Wagner, Beethoven y hasta Borges.
Lo cierto es que ese dilema entre
arte y moral está anclado a una aviesa condición humana que suele minimizarse, justamente,
a través del goce estético de la literatura, la música clásica y la pintura y la
adoración mediatizada que se genera hacia los escritores, músicos y pintores
universalmente reconocidos por sus obras, pero de cuyos demonios poco se habla
con el claro propósito de no manchar la “probidad, grandeza y la excelencia”
que se les otorga por la calidad de sus obras.
Si bien no está bien demonizar a quienes
le han aportado al goce estético de las artes, hay que reconocer que las
sociedades humanas insisten en crear estos artificiosos referentes para dar la
sensación de una deseada, pero imposible perfección humana, fundada en marcos culturales
que, si bien devienen inmorales, el mundo los ha interiorizado como moralmente
correctos con el fin de generar tranquilidad, sosiego y esperanza.
Claro que se puede admirar a
Picasso a pesar de su violento machismo, sin que el goce de sus obras nos
convierta en cómplices de este maltratador de mujeres. Pero lo que no se puede
hacer es negarse a ver en este artista y en otros tantos, esa parte de su condición
humana que debemos rechazar con vehemencia, sin dejar de incluirnos en esa
posibilidad de comportarnos, pensar y actuar como Picasso, Wagner, Beethoven y
Borges, de acuerdo con lo dicho por Botero.
Quienes apelan a la “cultura de
la cancelación” de la que habla Botero en su columna, caen en un purismo ciego
que quizás les sirva para darle manejo a sus propios demonios y por esa vía
ocultar alguna práctica inmoral que los impulsa a rechazar a un artista
reconocido y talentoso porque encuentran en él un reflejo inesperado, esto es, una
similitud inmoral que solo el talento del artista logra separarlos.
Nada de lo que ha creado el ser
humano hasta el momento podrá admirarse por fuera de su compleja condición.
Somos seres de luces y sombras, de pulsiones cuya dimensión y alcances solo las
artes logran medianamente encubrir.
Imagen tomada de El Español
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