Por Germán Ayala Osorio
El comportamiento primitivo e incivilizado de cientos de miles de colombianos en la final de la Copa América celebrada en los Estados Unidos ha servido para que la derrota deportiva y cultural siga siendo un tema de conversación callejero, en redes sociales y medios masivos. Eso sí, le correspondería a la Academia asumir la tarea de organizar foros para discutir las raíces culturales en las que pueden anclarse las actitudes y acciones violentas de los colombianos que entraron a la fuerza al estadio Hard Rock de Miami, incluso usando los ductos del aire acondicionado.
En dos anteriores columnas usé la expresión "tara civilizatoria" con dos objetivos claros: el primero, para hacer confluir en ella los hechos vergonzantes protagonizados por esos hijos de Colombia y el segundo, proponerla como categoría que permita explicar los orígenes y las circunstancias que nos hacen proclives a todos los nacidos en esta tierra a violar las normas, a irrespetar a las autoridades, a defender a dentelladas los deseos, necesidades e intereses pasando por encima de los derechos de los demás.
Así entonces, esta columna tiene como objetivo darle consistencia a la categoría propuesta, para facilitar su uso por lo menos por quien la propone. Llamo "tara civilizatoria" a las prácticas mafiosas, irregulares, ilegales, violentas e incivilizadas de todos aquellos, hombres y mujeres nacidos en Colombia, que tienen como norma individual poner por encima de los derechos de los demás, sus incontenibles deseos a disfrutar de fiestas colectivas o espectáculos como el fútbol. Este último, un deporte espectáculo que mueve pasiones que terminan por convertir las incertidumbres, miedos y frustraciones de los hinchas de la Selección Nacional en razones indiscutibles para celebrar sin límites, pero también para violentar a otros, dejando salir comportamientos clasistas, machistas y racistas.
La "tara civilizatoria" no es más que la sumatoria de procesos de socialización, humanización y civilizatorios fallidos o truncos de millones de colombianos que recrearon sus vidas y proyectos individuales sin referentes de orden y autoridad. De allí que esa cantidad no despreciable de colombianos, busquen desesperadamente convertir a los futbolistas en ídolos, héroes y referentes a seguir.
Hay que decir que el Estado colombiano no es un ejemplo de pulcritud y mucho menos un referente por cuanto desde los inicios de la República, su operación está atada a un ya naturalizado ethos mafioso producto, justamente, del clasismo, machismo y el racismo de las élites políticas, sociales y económicas que capturaron las más importantes instituciones estatales para dar rienda suelta a sus mezquinos intereses de clase. Esas élites constituyen el primer eslabón y expresión de la "tara civilizatoria" que nos impidió consolidar un Estado y una sociedad modernas, una verdadera República y una objetivada democracia social, política y económica.
Bajo esas circunstancias, la "tara civilizatoria" de la que aquí hablo se disemina como virus en el resto de las capas sociales, instituciones públicas y privadas, lo que hace casi imposible superar esa deficiencia o falla naturalizada por ese ethos mafioso, articulado a las prácticas y discursos clasistas, racistas y machistas que hacen parte de todas las estructuras y relaciones de poder.
El segundo eslabón y expresión de esa "tara civilizatoria" está ancorado a la reproducción masiva que del ethos mafioso hacen las empresas mediáticas cuyos propietarios hacen parte de las mismas familias con poder económico y político que capturaron el Estado. El resultado es evidente: la sociedad colombiana deviene de tiempo atrás en una confusión moral y ética que vuelve casi imposible superar esa deficiencia y defecto que le permite a sociedades civilizadas y modernas del Norte opulento, asumirnos como un pueblo salvaje, primitivo, violento y peligroso.
El tercer eslabón de esa cadena de problemas y fallos civilizatorios que exhibimos está representado en la existencia de un pueblo que no tiene la formación académica y ciudadana suficiente para darle manejo a las pasiones que despierta el fútbol o celebraciones colectivas similares a las que provocan triunfos deportivos en esa disciplina. Así las cosas, ese pueblo empobrecido culturalmente, es víctima y victimario al mismo tiempo en esos momentos de euforia desmedida en la que sus miembros dejan salir las deficiencias y los problemas civilizatorios que aquí señalo.
Quizás la única manera de superar la "tara civilizatoria" sea a través de una "revolución cultural" que, por razones obvias, deberían de liderar aquellos que tienen el control del Estado y de la sociedad a través de disímiles productos culturales, incluidas las noticias, los relatos y las novelas.
Imagen tomada de Taller Ecologista