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domingo, 26 de mayo de 2024

The human condition in the face of genocidal practice

 People such as Benjamin Netanyahu are necessary for humanity. Yes, this sentence sounds terrible, but it makes sense in reality. 

 Germán Ayala Osorio

 

Let me explain. Being inherently genocidal, Netanyahu has had some judgmental parties remind him, and especially the rest of the world, that, despite the terrible crimes against humanity committed by his obedient Zionist army, his judgement socially, politically, in the media and possibly by the International Criminal Court (ICC), is occurring within a universal moral system that usually serves to punish too late those who act the wrong way to humanity. There are already almost 40,000 dead and months of “war” and nobody has wanted to stop Netanyahu on his infernal path to pain and uncertainty, sowing death across the Gaza Strip.

Upon becoming a media spectacle, live broadcasts of the criminal actions of the State of Israel usually serve to naturalise the massacres and the genocide itself. The universal moral system is designed to make violence seem customary. This moral system operates in almost the same way for the West and the East, because it is founded on this human condition that, being wicked and profoundly religious, from and within it usually come genocides, the dropping of atomic bombs and, in general, international wars and domestic armed conflicts which are usually justified.

Palestinians “are not human beings, they are animals or beasts”, meanwhile the members of the Zionist army are “beings of light, illuminated by a true God”. There is nothing more immoral in the history of humanity than religions and churches.

The world needed Harry Truman to see how the “dream” of many people to hurl the atomic bomb at civilians became reality. In the end, Hiroshima and Nagasaki were the targets in a political and military decision, but also a moral one from a handful of Americans who have always wanted us to accept the United States as a dazzling moral beacon in a world dominated by immoral economic, social and political systems. This same world had needed Adolf Hitler to validate the possibility of hating other nations, considered to be heathens, barbarians, animals or beasts. Nazi genocide was immoral because the economic crisis of ’29 was too.

Now, part of the world jeers and rejects the genocidal actions launched by Israel on the Palestinian people, while the other part silently applauds or simply allows these crimes against humanity.

The latter are forced by economic interests that cross political and diplomatic relations between Powers that see this bloody stage as an opportunity to improve their systems of defence and create weapons that are more lethal and effective.

What is happening in Gaza is like an enormous “war dealer” in which arms manufacturers are delighted and imagining new prototypes of weapons so that violence becomes eternal. Then, they talk of deaths, of war, but not of crimes against humanity. The particular use of language also becomes immoral because it serves to mask facts: what is happening in Palestine is not a war. It is an exercise in genocide. The subsistence and legitimacy of universally accepted moral frameworks needs the immorality of wars and genocidal practices because, almost immediately, humanitarian narratives make us dream that it is possible to live in peace and harmony, at the same time as trying to make us think that the underlying problems are people like Truman, Hitler and Netanyahu, when it is not like that.

The underlying problem is the human condition, from which we can expect the most sublime, but also the most abominable. We are a cursed species and a damned species. Netanyahu, Hitler and Truman, among other world leaders, represent an important part of humanity which professes an overwhelming hatred towards others.

And those others are the ones who have a different culture, another language or simply, by chance, had to endure ethnic persecution from others who, at some point in their life, decided to put themselves on the moral high ground. Today that is Netanyahu. Other genocides will come. The world needs it.

(Translated by Donna Davison – Email: donna_davison@hotmail.com) – Photos: Pixabay

sábado, 28 de octubre de 2023

¿CASTIGO COLECTIVO O GENOCIDIO?

 

 

Por Germán Ayala Osorio

Cuánta razón tenía Nietzsche al señalar que el “lenguaje es una prisión de la cual no podemos escapar”; o el propio Heidegger cuando dijo que "el lenguaje es la casa del ser”. Bajo estas dos sentencias se podría entender esta disquisición alrededor del acto de habla más engañoso y atroz, eufemística y estéticamente hablando que se haya escuchado reciente y públicamente en medio de una guerra asimétrica: “castigo colectivo”, así llamó la ONU la venganza del Estado israelí contra Hámas, un enemigo casi invisible, cuya condición fantasmal, sirvió a los militares sionistas para justificar el “castigo colectivo”.

Habitar en el lenguaje es quizás la más maravillosa experiencia del ser humano, pero también, la más engañosa cuando aparecen los dobleces en los actos de habla y los eufemismos. Con ocasión del genocidio israelí contra el pueblo palestino, en Occidente se empezó a naturalizar el terrorismo del Estado de Israel, potencia militar y aliado de Estados Unidos en la convulsionada zona, a través del uso de la expresión “castigo colectivo”.

Vaya eufemismo tenebroso ese de “castigo colectivo” con el que se legitimó la violenta y exagerada venganza de Israel, en contra del pueblo palestino, por culpa de la también violenta y execrable acción terrorista de Hámas. Ante la dificultad de castigar a quienes perpetraron los ataques contra blancos civiles israelíes, entonces bienvenida la masacre, el genocidio y el desplazamiento forzado de palestinos. La furia divina que desató Hámas no tiene límites para los israelíes, elevados ellos mismos, con la ayuda de Occidente y de la inoperante ONU, en un pueblo iluminado, capaz de traer luz al mundo asesinando niñas y niños, mujeres y hombres, en lo que sin ambages constituye una limpieza étnica que nos recuerda a los criminales nazis durante el Holocausto. En el mismo escenario aparece la voz “pausa humanitaria” para evitarse el problema de exigir que se detengan las hostilidades.

Es el lenguaje nuestra condena en la medida en que lo usamos para agredir a los diferentes, validar crímenes a través de calificativos como “animales o bestias”; también, para ponernos por encima en una acción moralizante perfectamente anclada al uso de expresiones como “somos los elegidos”, “somos seres de luz” y esos otros, los palestinos, o los impíos, los negros, indígenas, sudacas o cualquier otra comunidad, son los de la “oscuridad”. Tanto en lo privado como en lo público, el lenguaje cumple la misma función: afianzar una identidad ancorada a la pulsión humana de eliminar al Otro, cuando este compite contra mí en un proceso compartido de afianzamiento identitario (étnico-cultural).

En Colombia sí que sabemos del uso de eufemismos para esconder los oprobios de los guerreros. José Obdulio Gaviria, primo del asesino serial y narcotraficante, Pablo Emilio Escobar Gaviria, dijo en su momento que en el país no había desplazados, sino migrantes internos. La intención del ladino político del Centro Democrático era clara: ocultar la responsabilidad del Estado y de los otros actores armados por los millones de desplazados que provocaron en medios de las hostilidades con ocasión del conflicto armado interno. Y por supuesto, negar la existencia de las víctimas del horroroso crimen de lesa humanidad.

Expresiones como “dar de baja” o “neutralizar”, de uso común en Colombia, también son engañosos eufemismos con los que se ocultan los crímenes que cometen agentes estatales, escudados, claro está, en la siempre discutida legitimidad y en la legalidad de las instituciones que representan.

Mientras vemos por televisión y las redes sociales el genocidio del pueblo palestino, a manos del Ejército israelí, no podemos olvidar que cuando hablamos o escribimos, dejamos salir la esencia de nuestro ser; claro, un ser que, encerrado en su propio lenguaje, buscará la forma de escapar de sus responsabilidades o simplemente, validar lo que él considera que es lo correcto, así sea inmoral. Al final, lo moral y lo ético son construcciones lingüísticas cuya fuerza ilocutiva no depende de la grafía que les da vida.  


Imagen tomada de France 24


sábado, 21 de octubre de 2023

PERIODISMO HUMANITARIO

 

Por Germán Ayala Osorio

 

En el cubrimiento de las guerras, los periodistas registran los hechos propios de las confrontaciones armadas: cantidad de heridos, muertos, desplazados, infraestructura atacada y destruida y el tipo de armamento usado por los bandos enfrentados. Casi que no hay tiempo para lamentar las “bajas” civiles, aunque se intenta hablar con los sobrevivientes para dejar sentada la barbarie y la pulsión humana de asesinar a sus semejantes.

Sin duda alguna, ese trabajo notarial resulta importante para la historia política universal, aunque termine sirviendo a los intereses de los fabricantes de armas, cuando la información registrada da cuenta del potencial destructivo de las bombas, destaca la calidad y el potencial destructivo de las armas desplegadas en los teatros de operaciones. Imagino a los “creativos” que construyen los misiles y las bombas, aplaudiendo sus “creaciones” y esperando a que lleguen más pedidos pues es posible que las confrontaciones se extiendan en el tiempo. Por eso, los conflictos armados fungen como las grandes vitrinas en donde afamados "dealer", fabricantes y vendedores de armas se frotan sus manos al ver que el negocio crece y crece. 

En los recientes hechos bélicos que comprometen al Estado de Israel y al grupo extremista Hámas de Palestina, los cubrimientos periodísticos de reputadas cadenas internacionales, dan cuenta de la cantidad de muertos y heridos civiles provocados por las dos fuerzas que participan de las hostilidades, en lo que se considera una guerra asimétrica.

Por cuenta del manido discurso de la “objetividad periodística”, ese trabajo de notarios les impide a los periodistas que están en terreno e incluso, a los editores y compañeros en los sets de transmisión, fustigar a los fabricantes y distribuidores de armas que proveen insumos para que Israel y Hámas sigan asesinando civiles, a diestra y siniestra.

Ese trabajo “objetivo y limpio” termina por insensibilizar a las audiencias que consumen la guerra asimétrica entre Israel y Hámas, cómodamente en salas de televisión de todo el mundo. Es tiempo de olvidarnos de hacer únicamente el trabajo notarial, para empezar a lanzar frases cuya contundencia llame la atención sobre la perversidad de nuestra condición humana. Es tiempo también de entregar consignas por la vida y en contra de todos los que promueven sentimientos de venganza y caen en el lugar común de decir "es que este empezó primero".

Las multitudinarias marchas pro-Palestina que se vienen sucediendo alrededor del mundo dan cuenta de un sentimiento anti-barbarie y antiguerra que la prensa mundial no está recogiendo de la mejor manera. Hay que empezar a fustigar a los guerreros, a los armamentistas y a quienes sobreviven en los remolinos de la venganza. Ya el cine comercial americano, especialmente, ha hecho suficiente para legitimar la venganza y graduar de héroes a los guerreros (llámense militares, mercenarios, milicianos o terroristas).

Si se revisan los tratamientos periodísticos dados por los medios televisivos de Colombia al conflicto entre Israel y Hámas, encontramos periodistas y medios afines a la causa judía, lo que les permite flagelar discursivamente a quienes, desde distintas instancias, claman por el cese al fuego y la búsqueda de salidas negociadas, bajo un principio ético: detener la producción de heridos y muertos.

Hay que trabajar en la construcción de un periodismo que bien podemos darle el apellido de humanitario, que sirva para erosionar los egos de los guerreros y de los guerreristas, y por ese camino, defender la vida de los civiles, sin importar la idea de territorio y nación que defiendan.

El asesinato de cientos de miles de niños y niñas no puede reducirse a un frío dato. No. Es una tragedia humanitaria y la confirmación de la perversidad de nuestra condición humana. Es tiempo, sin caer en puestas en escena y en la teatralización de los hechos noticiosos, que los reporteros, presentadores y editores dejen de lado la frialdad que exige la manida objetividad, para empezar a señalar, moral y éticamente, a todos aquellos que les dan herramientas a quienes están dispuestos a exterminar en nombre de un dios o simplemente por garantizar que siga el lucrativo negocio de las armas.



Imagen tomada de la BBC News.

“VAMOS A RECUPERAR EL PAÍS”

  Por Germán Ayala Osorio   En el ejercicio de la política suelen aparecer frases que bien pueden servir como eslogan de futuras campañ...