Por Germán Ayala Osorio
La persecución que lidera Trump
contra los migrantes irregulares deviene atada a la pureza étnica que él cree
que necesita la Unión Americana para “volver a hacer grande” a los Estados
Unidos. En su desesperada cruzada por lograr el retorno al pasado en el que la
etiqueta Made in USA fue sinónimo de calidad y prestigio, los supremacistas
que lo acompañan asumen esa tarea animados por la animadversión que les produce
escuchar hablar en español a quienes llegan al “país de las oportunidades y
la democracia” y se rehúsan a hablar en inglés y lo que es peor a colonizar
espacios culturales que activan y consolidan “indebidos y aborrecibles” procesos
multiculturales.
La apariencia física (tez trigueña)
de aquellos que por nada del mundo pueden hacer parte de la comunidad aria o
anglosajona también anima a los agentes de la “Migra” en su tarea de perseguir
y capturar a quienes calcen con ese biotipo asumido como irregular y
estéticamente grotesco.
Esa limpieza estética y étnica que está aplicando al interior de la Unión Americana la desea llevar a la
Franja de Gaza, territorio al que Trump y empresas de construcción están viendo
como una oportunidad de negocio. Abrir procesos de gentrificación
en ese devastado territorio es la apuesta económica, de expansión territorial y
reposicionamiento de la narrativa que señala que todo lo que hacen los
americanos es precioso y de calidad. Por lo anterior, expulsar a los palestinos
de las playas sobre las que ya posaron sus ojos prestigiosas cadenas de hoteles
constituye una acción de limpieza étnica parecida a la que está ejecutando en contra
de los latinos. Trump dijo que “Israel
"entregaría" este enclave una vez haya finalizado el conflicto, con
el objetivo de que el territorio palestino arranque el que sería "uno de
los mayores y más espectaculares desarrollos de toda la Tierra". Para
entonces, los palestinos "ya habrían sido realojados en comunidades más
seguras y bonitas, con viviendas nuevas y modernas". Así las cosas,
habrá validado la pena asesinar y desplazar, para luego gentrificar.
Después de los ataques del 9/11, los
derechos y las libertades ciudadanas fueron sometidas a un proceso sostenido de
debilitamiento que no tiene parangón con las acciones de mutilación que viene
ejecutando Trump en la tierra del Tío Sam.
En lo que respecta a los
colombianos, las interminables filas de connacionales en el consulado de Miami
dan cuenta del miedo que les produce ser “cazados” y deportados por las
autoridades de migración. Se trata de un fenómeno de auto expulsión ancorado a la
esperanza de poder regresar a los Estados Unidos cuando Trump abandone la Casa
Blanca. No salir de sus viviendas por miedo a caer en las temidas redadas es
una decisión que cientos de colombianos adoptaron en un intento por mantener
vivo el “sueño americano”. Otros optan por no hablar en español para evitar las miradas y quizás a los sapos que están dispuestos
a delatar la presencia de posibles ilegales, a cambio de unos cuantos dólares. Lo
que no podrán cambiar es la apariencia física y el odio que alimentó Trump durante
su campaña presidencial.
Imagino que habrá turistas a los que les dará miedo viajar a la tierra del Tío Sam pues el riesgo de caer en la una redada por el solo hecho de hablar español es latente. No se puede descartar que a pesar de demostrar que la estadía en el país es legal, un integrante supremacista de la Migra opte por romper el pasaporte o simplemente montarlo en un avión sin derecho a nada. Mientras consolida su estrategia proteccionista en lo económico, Trump espera alcanzar su primer triunfo posicionando la marquilla Ethnic cleansing made in the USA.
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