Por Germán Ayala
Osorio
Parece haber consenso social y político alrededor de la idea
de que la democracia colombiana deviene no solo formal y procedimental, sino
anclada a la debilidad del Estado y a la operación de las instituciones
públicas bajo los criterios y las lógicas de agentes económicos que insisten en
privatizarlo y por esa vía, extender en el tiempo sus intereses de clase, al
tiempo que erosionan el sentido colectivo que acompaña al Estado.
A lo anterior se suma la “bancarización”. Que una democracia
devenga “bancarizada” es el resultado de la intervención político-económica de
los banqueros en los comicios, a partir del momento en el que sus propietarios
patrocinan campañas a la Presidencia y al Congreso, con el propósito de que sus
patrocinados, al resultar electos, estarán obligados a trabajar en función de
los intereses del sistema financiero. Es decir gobernar y legislar para que el
sistema financiero y la operación de los bancos operen bajo las mayores
ventajas institucionales, en particular, que se mantengan los privilegios en
materia de pago de impuestos al fisco nacional.
Esta expresión clara de la bancarización de la democracia
tiene otro ingrediente que incide, negativamente, al momento de hacer efectivo
el derecho a ser elegido: la apertura de cuentas bancarias y la entrega de las
pólizas como garantía de seriedad de los movimientos por firmas o la de los
aspirantes que de manera individual aspiren a llegar a un cargo de elección popular.
La intervención de los bancos y las aseguradoras limitan las aspiraciones de
los ciudadanos que buscan ser elegidos, lo que abre las puertas para que del
mercado electoral entren a participar narcotraficantes y lavadores de dinero de
disímiles mafias.
En el diario El Colombiano, se lee lo siguiente: “Los precandidatos por movimientos
significativos de ciudadanos se encuentran en la encrucijada entre decidir si
se retiran de la contienda, buscan un aval o se presentan y respaldan la
candidatura con elevadas sumas de dinero llamadas pólizas de seriedad. Lo que
en principio resultaba una ventaja, que les permitió incluso realizar campaña
anticipada, tuvo un efecto de boomerang, pues al no estar respaldados por un
partido, el nivel de éxito es relativo y los bancos no prestan el dinero”.
Así las cosas, el derecho a ser elegido queda reducido a la
conveniencia y a la red de relaciones (contactos) que los aspirantes tengan
para poder acceder a pólizas de “seriedad” en bancos y aseguradoras.
Los aspirantes a representar a las víctimas de los actores
armados a través de las 16 curules transitorias de paz se enfrentan hoy a las
barreras que expone lo que aquí llamo la “bancarización” de la democracia. Esta
nueva característica de la democracia colombiana se explica en buena medida
porque, al decir de Pepe Mujica, la política quedó engrillada a la economía. En
sus palabras: “la eterna madre del
acontecer humano, quedó engrillada a la economía y el mercado", delegando
el poder "y se entretiene aturdida luchando por el gobierno".
Bajo esas circunstancias actúa el banquero colombiano, Luis
Carlos Sarmiento Angulo, quien, de tiempo atrás no solo funge como el gran mecenas
de los candidatos a la presidencia y al Congreso, sino hoy uno de los grandes
latifundistas que de manera irregular acaparó cientos de miles de hectáreas en
la Orinoquia. Una vez sus patrocinados resultan electos, pasan a ser sus
empleados.
Imagen tomada de la Silla Vacía.
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