Por Germán Ayala Osorio
Las imágenes del desastre que
deja la depresión DANA en la provincia de Valencia (España) son dantescas. A
pesar de ser espeluznantes, en Colombia y en el mundo habrá cientos de millones
de seres humanos que aún dudan de que el cambio climático y sus pluricrisis son una realidad socio ambiental y ecológica que no se puede seguir negando.
Carros apiñados como juguetes en
mal estado bien podrían servir para exponer al individualismo como un factor
negativo, resultante de las maneras como la humanidad asumió las ideas del desarrollo,
el progreso y el bienestar individual, en contravía de conductas y derechos colectivos
que jamás debieron ceder tanto a los deseos particulares por alcanzar independencia,
reconocimiento, prestigio y autonomía en la sociedad capitalista. El coche del
año, el Ferrari o el Lamborghini, o la silverado para penetrar selvas o
pantanos representan la lógica del Hombre civilizado como ser capaz de someter
y transformar ecosistemas calificados como inhóspitos. Todo lo anterior
asociado a la vida urbana, hito civilizatorio en donde fenómenos climáticos como DANA o los huracanes en los Estados
Unidos se expresan con mayor rigor.
Aquellos coches arrumados,
estrellados y muchos inservibles representan la suma de los objetivos trazados
por todas las industrias que confluyen en su fabricación y movilización por el
mundo. Los agentes de poder económico y
político que le apostaron a darle a millones de ciudadanos el plus de tener un
vehículo movido a base de combustibles fósiles generadores de emisiones de C02 tardíamente
comprendieron el daño que de manera sistemática se le viene haciendo al clima
del planeta.
La verdad es que va a ser muy difícil
para la humanidad entera abandonar las condiciones y las circunstancias que en
clave individualista generó el modelo de desarrollo económico basado, de un lado,
en la instrumentalización de la naturaleza y, del otro, en su sometimiento y
transformación para poner a rodar millones de egos al mismo tiempo, por
autopistas cada vez más rápidas y congestionadas en los Estados Unidos, China y
hasta en la misma España.
Mientras el mundo ve las apocalípticas imágenes que nos deja DANA, en la COP16 que se realiza en Cali-Colombia, las discusiones avanzan en medio de tensiones políticas y económicas que tienen que ver con las relaciones de dominación entre un Norte opulento y desarrollado y un Sur complejo, pero igualmente interesado en alcanzar esos mismos niveles de desarrollo, bajo la misma fórmula: continuar sometiendo a la Naturaleza para satisfacer nuestros deseos individuales.
Quizás el ser humano asumió tempranamente
como una forma de “violencia” las condiciones naturales del planeta Tierra. De allí
que el desarrollo económico capitalista se haya fundado en una forma de “venganza”
impulsada por la necesidad de adecuar los ecosistemas a nuestros deseos y aspiraciones.
“Lo que necesitamos por encima
de todo es recuperar el amor y la empatía por la naturaleza que perdimos cuando
nos enamoramos de la vida urbana” (Lovelock, James). Quizás lo que más
necesitamos es desenamorarnos de la vida urbana y de los deseos individualistas
cuya fuente egocéntrica parece inagotable.
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