Por Germán Ayala Osorio
La escisión del partido Alianza
Verde, solicitada por seis congresistas, tiene un tufillo moralizante y
electoral que tiene nombre propio: Claudia López Hernández, segura candidata
presidencial que insistirá en presentarse como una política de Centro, cuando realmente
ella milita en la derecha. Eso sí, no le disgustó en el pasado que la asociaran
con la izquierda democrática. Ahora, de cara a las elecciones de 2026, sabrá
tomar distancia del “petrismo” para acercarse al uribismo y a otras fuerzas
afectas al viejo establecimiento colombiano.
La solicitud disidente liderada por
Catherine Juvinao, Angélica Lozano y Katherine Miranda y acolitada por dos
representantes a la Cámara de Risaralda y uno de Santander confirma que esa
colectividad jamás operó bajo criterios de unidad programática y menos aún sirvió
de plataforma para acoger el pensamiento ambiental en estos tiempos de pluricrisis
por el cambio climático. El apellido Verde apenas si fue un accidente, una simple
ocurrencia. Fue, como todos los partidos y movimientos políticos, una especie
de bolsa de empleo clientelista fruto de las transacciones con sucesivos
gobiernos, incluido el actual.
Así las cosas, la implosión
controlada de la Alianza Verde es la jugada electoral, ideológica y política de
Claudia López Hernández, ladina candidata presidencial que se venderá como
independiente, proba, de centro y mujer capaz de acabar con la corrupción público-privada.
Eso sí, su regular o mala gestión como alcaldesa de Bogotá podría truncar su aspiración
presidencial. De manera pragmática apelan a la memoria de Antanas Mockus, personaje
político sobrevalorado por quienes consolidaron la idea de que se trató de un
político diferente, un outsider y un demócrata en el sentido más amplio
del término.
Por esa colectividad pasaron
personajes tan diferentes como Enrique Peñalosa y el hoy presidente Petro. El primero,
un vendedor de buses y responsable del Metro chambón que tendrá Bogotá, así como
de sueños de gentrificación insostenible sobre la sabana de Bogotá. Además, Peñañlosa
es un reconocido enemigo natural de la Reserva Van der Hammen; y el segundo, un
abanderado de la causa ambiental en los tiempos del cambio climático y la
crisis civilizatoria de la que habla Enrique Leff.
La presencia de esos dos disímiles
perfiles sirve para constatar que al interior de esa colectividad jamás
tramitaron las diferencias ideológicas y que más bien optaron por mantener las
formas y las maneras antes de darse la pela de definir una doctrina política
coherente y sobre todo capaz de responder a los desafíos de estos nuevos tiempos
de la Modernidad tardía. Al igual que los demás partidos, la Alianza Verde no
pudo madurar el funcionamiento de un centro de pensamiento que diera cuenta del
confuso ideario de una colectividad “pegada con babas”. Muy seguramente nacerá,
con o sin la autorización de la dirección del partido, una empresa electoral a
la medida de Claudia López Hernández, una política que de acuerdo como se presenten
las circunstancias y la coyuntura electoral en el 2026, podría incluso aliarse
con el uribismo si de lo que se trata es de derrotar a quien se presente a
nombre del progresismo.
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