Por Germán Ayala Osorio
Ahora que su victimario reconoció
ser el responsable del feroz asesinato de Michel Dayana González, la opinión
pública, los medios masivos que lo llamaron “monstruo” y las instancias
judiciales correspondientes se centran y ponen sus ojos en los años de cárcel
que, de acuerdo con la constitución y los marcos legales vigentes, se le pueden
aplicar al feminicida, Harold Andrés Echeverry Orozco.
Mientras es procesado y condenado
este criminal, resulta importante hacer disquisiciones en torno al cuerpo y en
particular, sobre el atroz proceso de desmembramiento al que Echeverry sometió la
identidad corpórea de la menor. La misma reflexión se puede hacer sobre los
cuerpos de guerrilleros, militares y policías que resultan quemados, destrozados,
mutilados y exhibidos como “trofeos de guerra”, en escenarios de confrontación
bélica en donde lo que prima en los combatientes, legales e ilegales, es la
sevicia.
Empiezo con una cita de Adorno y
Horkheimer que sirve al propósito reflexivo que sobre los cuerpos de Michel Dayana
y de los guerreros que sufrieron graves afectaciones estéticas que condujeron a
borrar sus identidades individuales, soportadas en las maneras como eran
reconocidos dentro de sus ámbitos familiares e institucionales: “El
cuerpo, como lo que es inferior y sometido, es objeto de burla y maltrato,
y a la vez se lo desea, como lo prohibido, reificado y extrañado”.
Antes de deshumanizar a Echeverry
Orozco llamándolo “monstruo” y a los guerreros que dentro del conflicto armado
interno colombiano y recientemente en el conflicto entre Israel y Hamás, hay
que hacer todo lo contrario: hay que mirarlos a todos como seres humanos de los
que se puede esperar eso y mucho más. El problema está en la condición humana y
en la pulsión de prescindir del Otro, al diferente o al enemigo, usando sus
cuerpos para burlarse, jugar y sentir placer, hasta eliminarlos
identitariamente.
La estructura moral, los elementos
éticos ancorados a la condición particular y al reconocimiento del cuerpo de la
mujer están inexorablemente atados al tipo de sociedad en la que los victimarios,
civiles o guerreros, se levantaron. Para el caso de Echeverry, sabemos que la
sociedad colombiana deviene, además de confundida moralmente, atada a prácticas
y narrativas en las que se destacan la misoginia, el machismo y la aporofobia, dentro
un sistema patriarcal que se resiste a transformarse o auto regularse. De los
combatientes colombianos, legales e ilegales, podemos decir que sus vidas también
fueron permeadas por el perverso orden cultural dominante en el país. Para el
caso de los militares israelitas y los miembros de Hamás, todos cayeron en la
subvaloración identitaria y del cuerpo de ese Otro que es asumido como un
enemigo o como una bestia que, en nombre de una deidad, debe desaparecer, o sufrir
mutilaciones.
Para el caso de Michel Dayana y
de mujeres y niñas violadas por soldados y paramilitares en el caso del conflicto
armado colombiano, es claro que sus cuerpos pasaron por el proceso de
reificación (cosificación) al que previamente son sometidos por parte de sus
victimarios. Echeverry convirtió a Michel Dayana en una “cosa”, en una masa corporal
a la que él tenía el derecho a acceder, por la condición de hombre y por las “exigencias”
que el mismo sistema patriarcal y la narrativa machista, incluida la publicidad
sexista responsable de la cosificación sexual del cuerpo femenino, le hicieron a
temprana edad.
Esa misma cosificación del cuerpo
femenino la hicieron los soldados que hace un tiempo violaron a una niña indígena:
no era una niña, era una “cosa”, un objeto cuya corporeidad podía ser maltratada
y burlada.
Ni los soldados genocidas de
Israel son bestias, ni los miembros de Hamás que atacaron blancos civiles y
militares; como tampoco los son los combatientes colombianos, legales e ilegales
que violaron mujeres de manera sistemática; de igual manera, hay que evitar
llamarle “monstruo” a Harold Echeverry. Todos son hijos de un sistema patriarcal
y cultural universal que todos los días nos enseña, a través de diversas
narrativas, incluida la publicidad sexista, a “cosificar” el cuerpo humano. Y peor
resulta el asunto, cuando se trata del cuerpo femenino, mirado, por civiles y
militares, como un “trofeo” alcanzable.
Imagen tomada de La Opinión