Por Germán Ayala Osorio
Ver al expresidente Álvaro Uribe
Vélez en un juicio en calidad de acusado por delitos no políticos hace pensar
en cuáles fueron o son aún las maneras en las que asumió la Política (Sí, en mayúscula) como
actividad humana. Por la gravedad de los delitos por los cuales hoy está acusado,
queda claro que Uribe jamás reconoció y mucho menos asumió la Política como el
camino para dignificar su propia existencia y la de los millones de colombianos
que afectó negativamente con sus decisiones al frente del Estado. Justamente,
en su calidad de presidente de la República, Uribe Vélez hizo funcionar las
instituciones estatales haciendo que la “violencia legítima del Estado” se
asumiera como su única tarea y propósito dentro del territorio nacional. Eso
sí, la legitimidad sobre la que Uribe hizo cumplir semejante consigna no siempre
se basó en términos de la legalidad, esto es, en la validez jurídica de los
preceptos legales y la suficiente altura moral y la eticidad suficiente que se
espera que acompañen todas las acciones de Estado.
Los falsos positivos que ocurrieron
durante sus dos administraciones explican con claridad meridiana el sinuoso
sentido con el que aplicaron la consigna weberiana quienes entendieron la orden
de acabar con lafar ejerciendo una “violencia legítima” que terminó
desbordada y aplicada a civiles inermes. Es más, los delitos de fraude procesal
y manipulación de testigos por los cuales está respondiendo en juicio el expresidente
Uribe devienen contaminados e inexorablemente atados a la manera poco
profesional con la que asumió la Política el político antioqueño.
Weber sostiene que “hay dos
formas de hacer de la política una profesión. O se vive para la política o se
vive de la política. La oposición no es en absoluto excluyente. Por el
contrario, generalmente se hacen las dos cosas, al menos idealmente; y, en la
mayoría de los casos, también materialmente. Quien vive para la política
hace de ello su vida en un sentido íntimo; o goza simplemente con el ejercicio
del poder que posee, o alimenta su equilibrio y su tranquilidad con la
conciencia de haberle dado un sentido a su vida, poniéndola al servicio de algo”.
Si estiramos el sentido de la
cita de Weber quizás podamos decir que Uribe asumió la política como un
instrumento con el que buscó privilegios y gozó con su consecución, dejando de
lado la oportunidad de servirle a sus dominados dentro del territorio y llegando
a la vejez con la conciencia tranquila por un deber cumplido de alcance
universal y no el particular con el que entendió el ejercicio del poder político.
Convertido ya en un carcamal, los colombianos que lo aplaudieron y veneraron y
los que siempre lo criticaron, ven a un viejo en un juicio acusado de delitos
no políticos que hablan mal de él como ser humano, que de la Política.
Uribe perdió la oportunidad que quizás
el destino le brindó de hacer de la Política el camino para establecer significativas
relaciones y amistades con hombres y mujeres formados para discutir sobre el
devenir de la humanidad. Quizás por estar su vida atada a la subcultura arriera
y al entorno violento en el que creció, Uribe Vélez no pudo o no quiso asumir
la Política como el camino para convertirse en un hombre virtuoso y un
referente universal como Nelson Mandela o Pepe Mujica. Su visión del mundo
siempre estuvo ajustada a los límites de sus haciendas.
Al final de su azarosa vida, queda claro que el expresidente y expresidiario antioqueño aportó mucho a los ya truncos procesos civilizatorios de la sociedad colombiana y mucho menos a la Política como una actividad humana dignificante. Poco o nada importa si al final del juicio es declarado “culpable” o quizás “no culpable” o logre la prescripción de los delitos. La historia no lo absolverá, aunque sus seguidores sean benévolos por una vida dedicada a la “política” en un país prepolítico, premoderno e incivilizado.