Por Germán Ayala Osorio
Hay un grupo de categorías o
conceptos que a diario resultan manoseados para propósitos político-electorales
y defender intereses de clase: pueblo, institucionalidad y democracia. Después del zafarrancho político-mediático
que desató Petro con aquello de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) es preciso
detenerse a pensar alrededor de esos tres conceptos que de inmediato emergieron
en la discusión sobre la viabilidad, pertinencia y necesidad de llevar el país
hacia una ANC.
El primero de estos es la categoría Pueblo. En innumerables oportunidades
el presidente de la República usó el término Pueblo para anclar en este, a
pesar de su indeterminación y de su no presencia totalizante, su proyecto
político y las reformas sociales que el Congreso no quiere aprobar.
Nadie puede negar que hay una parte importante del pueblo colombiano que acompaña
al presidente Petro. A Puerto Resistencia, lugar desde donde Petro sacudió a
los momios del Establecimiento, llegaron más de 10 mil personas que representan
al pueblo al que el presidente de la República le habló y le dijo que él estaba
dispuesto a llegar hasta donde ellos, el pueblo, le dijera. ¿Si 11 millones de
colombianos votaron por Petro, ese es el pueblo colombiano al que el jefe del
Estado le habla? En el mismo sentido de ese interrogante, hay que preguntarse por
los más 10 millones que votaron por el entonces candidato presidencial, Rodolfo
Hernández, recién condenado por corrupción. ¿Esa cantidad de compatriotas que
votaron por un corrupto (estaba ya imputado), a qué pueblo pertenece? En estricto
sentido, habría “dos pueblos”: uno derechizado, uribizado, cómodo, tranquilo y dispuesto
a defender a dentelladas su bienestar, asociados a clanes y sectores privilegiados;
y el otro, izquierdoso, progresista, insatisfecho y proclive a defender sus
derechos y los de los demás, históricamente vulnerados.
En el periodo en el que mandó -no gobernó- Álvaro Uribe Vélez se presentó
la misma situación: ¿Quienes no votamos por el político antioqueño, porque
sabíamos de sus andanzas del pasado, jamás hicimos parte del pueblo colombiano
que votó masivamente para elegir y reelegir al padre de la Seguridad
Democrática?
Ahora hablemos de la institucionalidad.
Varios de los voceros de la derecha que la prensa tradicional entrevistó a propósito
del llamado presidencial a una ANC usaron este vocablo para indicar que Petro irrespeta
o desconoce que hay una vigorosa institucionalidad y unas sólidas instituciones,
lo que les permite invalidar el llamado a una ANC. En particular, defendieron la institucionalidad que brota de las actuaciones y decisiones de un Congreso alejado de los reclamos de unas mayorías que exigen mejores condiciones de vida. Por cierto, estamos
ante una institucionalidad funcional a los intereses de los sectores económicos,
sociales y políticos que, al no estar dispuestos a perder privilegios, se
niegan a discutir con argumentos las reformas presentadas por el gobierno.
Habría, entonces, al igual que en el caso del término Pueblo, dos
institucionalidades: una, que brota de la idea de Estado social de derecho que
tiene el presidente de la República y la otra, que emerge de la idea que tiene
la derecha en torno a lo que debe ser el Estado. Para este sector de poder basta
con que opere un Estado de derecho (el imperio de la ley) para cumplir con lo
prescrito en la Carta Política de 1991.
Y termino con la categoría democracia. De inmediato, los alborotados momios
del Establecimiento colombiano hablaron de que Petro los iba a llevar hacia una
“dictadura”, antónimo de democracia. De hecho, creen que ya vivimos bajo un régimen
dictatorial, tipo El Salvador de Bukele o el que soportan los venezolanos con
Nicolás Maduro Moros. Mientras que Petro quiere “profundizar la democracia” en
los términos planteados por Chantal Mouffe, la sempiterna godarria insiste en
vivir bajo el cerramiento democrático del Frente Nacional. Dados los niveles de
crispación ideológica y política que se viven en el país de tiempo atrás,
habría por lo menos dos acepciones de democracia.
Aquellos que consideran que Petro busca perpetuarse en el poder y que ya
vivimos bajo una dictadura, están dispuestos a defender con todas sus fuerzas la
democracia, la misma en la que fueron asesinados 6402 jóvenes (falsos positivos),
se persiguió y se chuzó a los entonces magistrados de la Corte Suprema de
Justicia; se cooptó a la prensa y se sometió al Congreso a los caprichos del
presidente Álvaro Uribe Vélez. Esa idea de democracia obligó a la Corte
Constitucional, con ponencia del magistrado Humberto Sierra Porto, frenar la segunda
reelección de Uribe por considerar que efectivamente se había debilitado el equilibrio
de poderes y los pesos y contra pesos de la democracia.
Así las cosas, el problema de fondo que tenemos los colombianos es que cada
uno tiene en mente unas ideas diametralmente distintas de democracia, institucionalidad
y pueblo. Y lo más grave es que cada construcción conceptual se aleja de los
consensos que la academia ha logrado establecer en torno al sentido de cada una
de esas categorías.
Imagen tomada de Youtube.com
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