Por Germán Ayala Osorio
El editorial del periódico El
Colombiano, titulado Mancuso, el cínico, es una oda silenciosa al
expresidente antioqueño, Álvaro Uribe Vélez. De manera soterrada, apelando a la
fuerza de lo no dicho, el diario que representa a la godarria paisa defiende la
“honorabilidad” del exmandatario, dejando de lado una realidad insoslayable:
que está imputado de graves delitos, los mismos que llevaron a la Sala de
Instrucción de la Corte Suprema de Justicia a librarle orden captura. Aunque estuvo
detenido en su hacienda y no en una cárcel, sobre su espalda pesa el haber sido
reseñado por el Inpec bajo el número 1087985. Al final, logró enfrentar en
libertad el proceso penal por fraude procesal y manipulación de testigos, lo
que lo convierte en un expresidiario. La
Fiscalía, de manera cínica, ha solicitado en tres ocasiones la preclusión de
ese proceso penal. Ahora sí, vamos al texto.
La férrea defensa del político
antioqueño se da en medio de la lapidación pública que El Colombiano hace del
confeso criminal, Salvatore Mancuso. Veamos algunos apartes del mencionado
editorial, para dar cuenta de la intención del diario conservador de sacar
incólume al nefasto político.
Dice el editorial: “Durante
diez años, entre 1996 y 2006, Mancuso convirtió con sus bandas a
Colombia en un triste y aterrador cementerio. Es investigado por crímenes de la
mayor gravedad, entre ellos 12.315 homicidios en persona protegida, 2.050
desapariciones forzadas, 13.951 desplazamientos forzados, 880 crímenes de
violencia basada en género y 4.997 crímenes de guerra y una larga lista de
hechos delictivos que se pueden consultar en su expediente de Justicia y Paz”.
Lo que oculta o deja de señalar
El Colombiano es que entre 2002 y 2006, Uribe Vélez fue presidente de la República.
En el corte sincrónico que hace el editorialista olvida ese dato que resulta
clave para comprender los hechos a los que hace referencia. Justamente, las
declaraciones de Mancuso ante Justicia y Paz y luego ante la JEP, en las que
involucra a Uribe con la operación de las estructuras paramilitares, se expone
ese periodo de 4 años en el que se habrían dado los apoyos estatales a las AUC.
Mancuso actuó como un general de facto, patrullando con tropas paramilitares,
que las hacía pasar como Ejército nacional, con la anuencia de los altos mandos
militares, en el marco de la política de seguridad democrática.
El editorialista pega un brinco
en su proceso narrativo, para decir, a renglón seguido que “ahora viene a
señalar con su dedo acusador al expresidente Álvaro Uribe con el argumento
de que está involucrado en un proceso judicial de presunta manipulación de
testigos. Dice Mancuso: “Nunca he llamado a nadie para orientar versiones
ni testimonios, de hecho, no soy yo quien está involucrado en procesos
judiciales por ese motivo, no soy yo el que tiene esas prácticas de enviar a
terceros a inducir falsos testimonios”. De manera sinuosa, el responsable
de este editorial pone en duda la existencia del proceso judicial del que hace
parte el expresidiario y expresidente en calidad de imputado. No se puede negar
que Uribe Vélez es agente procesal en ese tormentoso y mediático caso.
En otro párrafo, vuelve El
Colombiano a ocultar información contextual relevante: “Lo cierto es que
Salvatore Mancuso no había aterrizado en Colombia deportado desde Estados
Unidos y ya estaba levantando una polvareda. El hombre, que hace 20 años
entró al Congreso y pronunció un discurso que alentaba a pensar que en el país
era posible la rendición de estas estructuras criminales en el marco de
Justicia y Paz, regresó con el propósito de buscar beneficios en la
Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), en la que fue admitido el año pasado,
y de paso cumplir una misión que le encomendó el presidente Gustavo Petro: ser
gestor de paz”.
El diario les niega a sus lectores
un dato clave: Mancuso llegó al Congreso gracias a dos congresistas uribistas,
amigas de Uribe Vélez: Eleonora Pineda y Rocío Arias, ambas señaladas por
Mancuso de ser cercanas a los paramilitares.
Este editorial constituye un buen
ejemplo para entender cómo operan las funciones de informar (lo dicho) y ocultar
lo que no conviene o pueda resultar inapropiado (lo no dicho). En esos dobleces
del lenguaje, El Colombiano intenta lavar la imagen de un expresidente sobre el
que pesan graves señalamientos y procesos penales en diferentes instancias: por
ejemplo, en la Fiscalía y la Corte Suprema de Justicia, por los casos de las
masacres de La Granja y El Aro y el crimen del defensor de derechos humanos,
José María Valle. El mismo Mancuso declaró ante la JEP que Uribe “siempre estuvo
al tanto de la masacre de El Aro”.
Está muy bien que El Colombiano
califique a Mancuso de cínico, pero lo que no está bien es que intente librar al
expresidente y expresidiario de responsabilidades penales y políticas por el
solo hecho de ser paisa.
Imagen tomada de Canal 1
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