Por Germán Ayala
Osorio
Terminó otra Semana Santa. Una
más en el calendario. Otra semana de pasión por Jesucristo y la narrativa que
lo acompaña, la misma que deviene entre lo real, lo mítico y la creación
fantasiosa y simbólica; y claro, llega a su fin el “puente” más largo para
aquellos que asumen la Semana Mayor como el momento para descansar de las
rutinas laborales.
Una semana más en la que Iglesia
Católica expuso ante el mundo su incontrastable poder y profundiza el patriarcado que la convirtió
en el símbolo universal del machismo, la misoginia, la pederastia y la
pedofilia. Baste con ver las homilías en el Vaticano, con Papa a bordo, en las
que desfilan, confiesan y se persignan únicamente hombres, jóvenes y vetustos,
que adoran a la imagen violentada de Jesucristo crucificado: otro hombre.
La imagen del Señor crucificado
representa el sufrimiento de quien murió por salvar la humanidad, de acuerdo
con el relato universal que se acepta como verdad, a pesar de las dudas que
intentan lo mismo: ser universales. Pero también da cuenta de la vileza del ser
humano, en particular aquellos que fueron capaces de colgar en un madero a un hombre
vivo, clavado de pies y manos, hasta que murió y ascendió al reino de los cielos.
Por supuesto que la Iglesia Católica prefiere que se ponga la atención en la
lectura literal de la otoñal figura y relato, para anclar en ella los miedos e
incertidumbres de sus fieles que aceptan sin mayores disquisiciones la vida y
muerte del salvador.
La Semana Santa (SS) suelen
promocionarla y venderla los medios masivos y los curas católicos como un
espacio fundamentalmente para el recogimiento y la reflexión, en un sistema
mundo capitalista que no da espacio para pensar. El propósito, loable por demás, es que una vez
terminen las liturgias celebradas durante los días santos, cada uno de los fieles
católicos regresen a sus vidas cotidianas siendo mejores seres humanos. Se
trata, sin duda, de un anhelo que chocará, inexorablemente, con los niveles de
educación y formación ciudadana de cada uno de los que van a misa a
persignarse, a pedir perdón por sus pecados y a pedirle a Dios que les ayude a
mejorar aquellos aspectos que los alejan de los 10 mandamientos. Una vez pase la SS e incluso, minutos
después de escuchar a los curas en sus homilías, esos creyentes saldrán a
continuar con sus mismas prácticas: robar, maltratar al prójimo, violar los derechos
humanos y amenazar. Que se sepa, el genocidio en Gaza continuará por obra y
gracia de Netanyahu, su ejército sionista y el dios que los ampara, ilumina y
guía. Tanta locura junta, por dios.
Esos buenos deseos ocurren mientras el Estado de Israel hace ingentes esfuerzos por borrar de la faz de la tierra al pueblo Palestino. La pregunta obligada es: ¿Qué piensa Dios u otros dioses del genocidio que ocurre en Gaza? Imagino que los sacerdotes cristianos dirán que Dios vigila todos los actos humanos, incluidos los que ocurren en los conflictos bélicos. Al final, estos curas resuelven todo señalando que los miembros del ejército genocida “pagarán” por sus actos cuando entren al purgatorio o al infierno, escenarios que hacen parte de toda esa narrativa en la que la Iglesia Católica envolvió y mantiene cautivos a millones de seres humanos en el mundo.
Pasará esta Semana Santa y los riesgos de vivir juntos, entre diferentes, se
potenciarán y se harán inevitables las guerras, los conflictos étnicos y
religiosos; los crímenes pasionales, los feminicidios, los duelos de sangre y las
más estúpidas de todas las disputas y conflictividades: por un dios o una
camiseta de un equipo de fútbol. Lo curioso es que millones de fanáticos al fútbol
van a misa y confiesan sus pecados. Sus vidas son el espejo de la trayectoria
de la Iglesia Católica: entre luces y sombras.