Por Germán Ayala Osorio
Hoy 20 de julio de 2025, como es
tradición, habrá desfile militar, la bandera de Colombia será izada por patriotas
y patrioteros y aquello de “ser colombiano” servirá para exhibir ese complejo
de inferioridad que nos acompaña y con el que admiramos de manera exagerada lo
extranjero, al tiempo que odiamos y nos avergonzamos de nuestros orígenes como
pueblo mestizo.
Quizás ese sea un factor clave para
explicar el racismo estructural que intentamos ocultar con coloridas fiestas
como la de “Blancos y Negros”, el fútbol y el amor por la salsa que se exhibe
en la icónica Feria de Cali.
Si, la “Capital Mundial de la Salsa es una ciudad
que dice sentirse orgullosa de la cultura afro, pero que se da el “lujo” de
segregarlos y descalificar a quienes llevan con orgullo el color ébano de su
perseguida piel. Y ni hablar de los pueblos indígenas del Cauca, de La Guajira
y los del sur del país, subvalorados por su “malicia” y “admirados” solo si
llevan sus atuendos típicos y se mantienen alejados de las urbes, concentrados
en sus resguardos.
Cómo olvidar a Iván Duque
Márquez, quien en su calidad de subpresidente de la República y en pleno estallido
social, exhortó, con todo y su evidente clasismo y animadversión hacia los
indígenas del Cauca, a que regresaran a sus resguardos, lugar del que, según el
pasante de la Casa de Nari, jamás debieron salir para llevar dignidad a la
lucha popular que emergía en Cali, epicentro de la insurrección de los excluidos.
Cada 20 de Julio brotan el
patriotismo y su correlato el patrioterismo, y las narrativas asociadas a una
independencia más formal que real. También las añoranzas y los pesares por el
tipo de Estado y sociedad que hemos construido en medio de guerras civiles, un
largo conflicto armado cuyos actores se degradaron en grado máximo, odios de
clase y un naturalizado ethos mafioso que nos convirtió en uno de los países
más corruptos del mundo. Y no hablo de nación porque esa sigue siendo una tarea
pendiente. Al final, quizás tengamos que reconocer que nos quedó grande
construirla porque pareciera probarse la tesis que dice que a los colombianos
nada los une, ni siquiera el fútbol, convertido de tiempo atrás en una “trata”
de jugadores, entre ellos negros, mestizos e indígenas, vendidos al mejor postor. Sin
duda alguna, una especie de esclavismo de nuevo cuño.
Cada 20 de julio marchan las Fuerzas
Armadas para mostrar, con orgullo, el “poderío militar”, haciéndonos olvidar
que con esas armas se bombardearon ecosistemas naturales y se quitaron vidas, y
las que faltan aún por arrebatar en el inmediato futuro. Mientras duran los
desfiles, olvidamos los 6402 jóvenes asesinados por agentes estatales, por
militares que juraron defender la Patria y eso incluía, a los más desvalidos, a
los pobres, a la juventud. Por un plato de arroz chino, un permiso, un ascenso
o la asistencia a un “bacanal”, le pusieron precio a la vida de esos jóvenes
para hacerlos pasar como guerrilleros muertos en combate. Cuánta
ignominia en ese oscuro periodo presidencial en el que un falso patriota, mandó
-no gobernó- sobre vastos territorios apropiándose de baldíos e imponiendo su
insostenible y peligrosa racionalidad económica y política. Lo conocen como El
Innombrable; sus hincados e inescrupulosos seguidores los llaman el Gran
Colombiano o presidente. Entre 2002 y
2010, Colombia cayó a los más degradados sótanos. Estamos hablando de un
continuado holocausto humanitario y civilizatorio. Y para colmo, por ahí anduvo otro falso
patriota gritando, como loco de pueblo y con un palo, un temido ¡Ajúa! con el
que alentaba la perfidia al interior de las filas.
Quizás los que monetizaron la
vida de 6402 connacionales jamás leyeron la sentencia de Bolívar: ¡Maldito el
soldado que apunta su arma contra su pueblo! No hay nada más que agregar. Lo
cierto es que cada 20 de Julio se conmemora una independencia que bien pudo ser
el momento en el que la tara civilizatoria que padecemos se empezó a hacerse
evidente.
Sacar la bandera constituye un
ejercicio patriótico para aquellos que de verdad sienten orgullo por llevar el
gentilicio de colombiano; otros, en un claro ejercicio patriotero, la sacan
para ocultar lo que verdaderamente son: unos “vende patria”, enemigos de las
mayorías, de los negros, de los indígenas. Los miembros de la secta uribista
suelen gritar a voz en cuello que aman a la bandera y a que adoran a sus
fuerzas armadas. Pero la verdad es que Uribe Vélez instrumentalizó al Ejército,
lo privatizó. Jamás se preocupó por el bienestar de los soldados.
Habla la historia del “grito de
la Independencia”. Y seguimos en esas: gritándonos en lugar de dialogar y
deponer egos e intereses de clase. Por ahí andan candidatos presidenciales presentándose
como opciones de poder, cuando apenas les alcanza para seguir sumiendo a esta
patria en las más peligrosas tierras movedizas de la corrupción.
Y pasará este 20 de Julio de 2025
y vendrán más, y seguiremos igual. Hay errores históricos que parecen durar
varias centurias. Sacar la bandera cuando lo que hemos hecho por más de 200
años de vida republicana es matarnos y robarnos a nosotros mismos, constituye
un acto banal e hipócrita. Sacaré la bandera el día en que construyamos una
verdadera República.
Imagen tomada de You Tube.com