sábado, 30 de noviembre de 2024

NO DEJES DE MIRARME: PELÍCULA Y ESPEJO PARA COLOMBIA

 

Por Germán Ayala Osorio

 

No dejes de mirarme es una película en la que confluyen de manera acertada elementos como la supremacía étnica en los tiempos del nazismo alemán y la pintura como “arma” política e ideológica capaz de develar secretos de las prácticas propias de la biopolítica con las que Hitler y sus agentes médicos pretendieron mantener la “pureza aria”. De igual manera, el lienzo y los bocetos tienen la facultad de provocar epifanías como la que le permitió al joven Kurt Barnert reencontrarse con su pasado y con su tía víctima del sistema disciplinar que se abría camino con el hospital psiquiátrico para todos aquellos que no “encajaran” en la “ejemplar” sociedad alemana.  

El Dr. Seeband, médico nazi sobre quien pesan abortos y asesinatos de ciudadanos considerados como “inservibles”, está atado a la niñez del joven pintor que sirvió a los intereses socialistas de la Alemania democrática, para luego huir y disfrutar del reconocimiento social y económico propio del capitalismo. Al hacer uso de esa tecnología del poder y al estar convencido de la necesidad de conservar la pureza de su sangre aria, el reconocido ginecólogo le provoca un legrado a su propia hija, que esperaba un hijo de Kurt, pintor visto como “impuro” y por lo tanto fuente de vergüenza para la familia.

El filme en mención es una hermosa e inquietante pieza audiovisual que bien puede servir para explicar esos viajes de superioridad moral y étnica en la que se embarcaron los alemanes que creyeron a pie juntillas en el proyecto universal-civilizatorio que emprendió Adolf Hitler a partir de los años 30 del siglo XX; viajes de superioridad moral vigentes hoy en el mundo y en esta Colombia mestiza, negra, campesina e indígena, que hacen pensar en la permanencia de una de las tantas taras civilizatorias de la sociedad humana, de la aviesa condición humana y en particular de la colombiana que se avergüenza de su mestizaje.

Así como los nazis apelaron a la biopolítica para convertir la vida en asuntos de gobierno (Esposito, R. 2005), agentes de la élite colombiana y otros que de manera advenediza se sumaron al rechazo a esa mezcla de sangre indígena, negra y española de la que venimos, siguen usando el lenguaje como arma con la que sucesivos gobiernos subvaloraron la vida de indígenas, negros y campesinos, así como la de millones de pobres y población desplazada. Eliminar al Otro apelando al lenguaje es una forma de biopoder en la medida en que la “muerte” no necesariamente se expresa a través de la desaparición física del cuerpo, sino del asesinato moral, étnico-cultural-identitario de aquellos vistos como indeseables o quizás como en la Alemania nazi, como “inservibles y costosos” para el erario.

No podemos olvidar cuando el fatuo presidente Iván Duque exhortó a los indígenas del Cauca a que se devolvieran a sus resguardos, en rechazo a su presencia en Cali y Bogotá en los tiempos del estallido social. O cuando un titular del noticiero Caracol daba cuenta del enfrentamiento entre “ciudadanos e indígenas”. Cómo olvidar la propuesta de la senadora Paloma Valencia de dividir el departamento del Cauca entre indígenas y mestizos. Sin duda alguna, su pasado feudal, su superioridad moral y de clase le permitieron lanzar su arbitraria propuesta.

El desprecio por la vida de los “impuros, indeseables e inservibles” en la Alemania nazi también hace presencia en Colombia. Los feminicidios de niñas pobres, mestizas e indígenas como Yuliana Samboní cometidos por hombres “blancos y ricos” parecen ser extrapolaciones de la superioridad racial del médico Seeband. O la manera despectiva con la que el General Mario Montoya Uribe se refirió a los soldados que asesinaron civiles (falsos positivos) para que luego el Ejército los presentara como “guerrilleros muertos en combate”. “La verdad es que los soldados que prestaban servicio militar eran de estrato 1 y 2, pues 'esos muchachos ni siquiera sabían cómo coger cubiertos ni cómo ir al baño', eran ignorantes que no tenían valores, que no entendieron la diferencia entre resultados y bajas, y por eso cometieron estos hechos”. Y siguiendo en esa misma línea de desprecio de la vida de los humildes, cómo olvidar lo dicho por el entonces presidente de la República, Álvaro Uribe Vélez, en referencia a los mismos muchachos víctimas de los “falsos positivos”: “esos muchachos no estarían recogiendo café”. Uribe Vélez sí que supo convertir la vida de los más pobres en un asunto de gobierno, desde la mirada de Esposito.

No dejes de mirarme también es un espejo en el que cada uno de nosotros deberíamos de mirarnos con la firme intención de revisar nuestra historia personal, sin abandonar que ésta siempre estará atada a ejercicios del poder. 


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