Por Germán Ayala Osorio
Las alboradas en Cali y Medellín representan
los efectos perniciosos que dejaron las prácticas de los carteles de la droga que
hicieron famosas a estas urbes. Una vez aceptados social y políticamente los
mafiosos, quemar pólvora se asoció desde entonces con el poder económico de los
traquetos y matones que trabajaron para los Rodríguez Orejuela y Pablo Emilio Escobar
Gaviria. Esa demostración venía atada socialmente al carácter escandaloso,
vulgar e indecoroso de las rutinas de esos machitos armados que se acostumbraron
en esas dos ciudades a hacer lo que les diera la gana con la anuencia de las
autoridades.
Darle “la bienvenida al mes de diciembre”
es el falaz argumento o la disculpa de un sinnúmero de ciudadanos que son
felices imponiendo su voluntad y deseos sobre los demás. Esa conducta es
insociable y deviene violenta en tanto que a ella se suma el consumo de licor,
lo que hace imposible cualquier diálogo en la búsqueda de disminuir el impacto
de la pólvora. Imagino que a estos “ejemplares ciudadanos” (en su mayoría machitos
con exceso de testosterona) no les atrae usar pólvora insonora porque de alguna
manera desean, en el fondo, recrear las vidas bulliciosas, las jaranas y las
algazaras que armaban los antiguos capos y que hoy a los pequeños e invisibles traquetos
no les alcanza para imitar. Por supuesto que hay mucho de esnobismo en aquellos
que les parece el gran plan “reunirse para darle la bienvenida al mes de
diciembre”.
En las alboradas de Medellín y Cali
se nota a leguas que a las autoridades les quedó grande controlar el expendio de
la pólvora. El Estado fracasó en la tarea de poner en cintura a los fabricantes
y comercializadores de dicha mercancía.
Las alboradas hacen parte de los
graves problemas culturales que arrastramos como sociedad. Diría que estas obedecen
a una de las tantas taras que sobrellevamos en la medida en que hacen parte
natural de nuestros truncos o fallidos procesos civilizatorios. Es así de claro
y de preocupante pues ya en Jamundí acogieron la misma estúpida práctica de tirar
cohetes, petacas y culebras, entre otros artefactos que, al explotar, afectan a
animales domésticos y en general a la fauna circundante. Además, perturban la
tranquilidad de menores de edad y ancianos.
“Hacer lo que nos da la gana” al
momento de celebrar cualquier cosa, como la llegada del mes de diciembre, hace
parte de la premodernidad en la que estamos instalados como sociedad. Cada
individuo eufórico en Colombia es un potencial criminal al que solo le basta
estar acompañado para salir a festejar sin límites porque llegó diciembre.
“Llegó diciembre con su alegría” o “desde septiembre se siente que llegó
diciembre” son viejas cuñas radiales que para cientos de miles de ciudadanos se
convierten en la patente de corso para joderle la vida a los demás tirando
pólvora a diestra y siniestra.
Telepacífico Noticias reportó en
su cuenta de X que “Cali registró un total de 62 animales afectados por la
pólvora, marcando así un incremento de 26 casos más en comparación con el año
pasado. Entre los reportes recibidos, se encontraron 41 animales desorientados,
18 extraviados, 3 con episodios de estrés en sus hogares y 1 perro
aparentemente atropellado. Hasta el momento, solo dos de estos animales han
logrado regresar a sus hogares. Cabe resaltar que las comunas 6, 8, 19, 7 y 2
fueron donde hubo mayor reporte de casos”.
Adenda: los quemados hacen parte de la estupidez de aquellos que insisten en quemar pólvora porque "llegó diciembre". Lo peor de todo es que para la estupidez aún no hay vacuna. Quedan 30 días más para que la estulticia se siga tomando ciudades y pueblos de Colombia.
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