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viernes, 5 de julio de 2024

EL CONCIERTO DE LA ESPERANZA QUE DESCONCIERTA A LA DERECHA


Por Germán Ayala Osorio  


El llamado Concierto de la Esperanza y la enorme bandera de Palestina con la proclama Alto al genocidio en la fachada del Congreso serán recordados por ser actos ético-estéticos, culturales y políticos de gran valor simbólico.  Y aunque no servirán para que Israel detenga sus prácticas genocidas en Gaza, si constituyen  un alivio moral para esa parte de la humanidad que se resiste a continuar viendo por televisión la desaparición del pueblo palestino a manos del ejército sionista de Israel. 

Por supuesto que esa bandera colgada en la entrada del Congreso de la República tiene un enorme significado político que aporta en lo interno a la crispación ideológica que se vive en el país desde el 7 de agosto de 2022, cuando llegó a la Casa de Nariño el exguerrillero del M-19, Gustavo Petro investido de presidente de la República. En lo externo, Colombia gana protagonismo como nación pacifista, a pesar de las múltiples formas de violencia que las fuerzas armadas deben responder con más violencia. Que haya grupos armados ilegales aún operando en el país bajo el ya poco convincente nombre de conflicto armado interno no deslegitima el llamado de Petro a que se ponga fin al genocidio del pueblo palestino. La paz es el anhelo de quienes a pesar de reconocer que el ser humano tiene a la guerra y a la violencia como sus dos más grandes pulsiones, insisten en que es posible vivir y convivir en medio de las diferencias.

Como jefe de Estado y como político, Petro ha fustigado el actuar bélico y deshumanizante del Estado de Israel. Su decisión de romper relaciones comerciales y diplomáticas le hizo ganar protagonismo mundial, a pesar del apoyo de los Estados Unidos al primer ministro Netanyahu, calificado por el presidente colombiano como genocida. De allí que el concierto de esta noche sirva para volverle a gritar al mundo que no comparte lo hecho por Israel contra las niñas, niños, viejos y viejas masacrados y desmembrados por el solo hecho de ser palestinos. 

La reacción de la derecha colombiana que aplaude y legitima lo hecho por Israel contra el indefenso pueblo palestino no se hizo esperar: la bandera exhibida en las afueras del Congreso de la República lo consideran un acto enemistoso, un garrafal error en términos de la política exterior y por supuesto, la ideologización de las relaciones internacionales por parte del primer gobierno de izquierda que hay en Colombia. 

Lo curioso es que la derecha política y mediatizada solo ve en estos actos y en lo hecho y dicho por el presidente Petro una sola ideología: la de izquierda. En un acto de birlibirloque, congresistas, expresidentes, empresas mediáticas y periodistas desaparecen el conjunto de ideas y valores asociados a la ideología de derecha. Y lo hacen con el único propósito de estigmatizar a quienes defienden ese tejido de ideas, posturas, consideraciones y símbolos, considerados como nefastos por esa parte de la sociedad colombiana y de la humanidad que justifica las guerras, las masacres y los genocidios, en particular cuando estos suponen el triunfo de ese Occidente que insiste en querer imponerse a través de los conflictos internacionales, sobre potencias orientales que compiten en el plano económico y político para hacer lo mismo que los americanos y potencias europeas hicieron en el pasado: someter naciones y pueblos a sus condiciones políticas y financieras. 

La revista Cambio, que cada vez más se parece más a la revista Semana, publica una nota en la que dice que "con el dinero del Concierto de la Esperanza se hubieran pagado casi 30 mil subsidios de Colombia Mayor". La respuesta del presidente Petro no se hizo esperar desde su cuenta de X: "Porque creerán que la cultura no debe ser tenida en cuenta si es precisamente lo que nos diferencia de los animales. Que Colombia viva una revolución cultural".

Terminado el Concierto de la Esperanza y una vez retirada la bandera de Palestina con todo y su proclama Alto al genocidio, la vida en Colombia y en el resto del mundo seguirá siendo la misma. El planeta continuará girando, la barbarie en Gaza se extenderá en el tiempo, hasta que Israel logre sus tres cometidos: apoderarse de la franja de Gaza para someterla a un proceso de gentrificación; consolidar la diáspora palestina por la región y eliminar el mayor número de niñas, niños y jóvenes palestinos. Ya vendrán otros conflictos armados, atentados, masacres y homicidios y los mismos llamados de siempre para que se detengan. Esa fue, es y será la historia y el destino de la humanidad por cuenta de la aviesa y estólida condición humana. 





Imagen tomada de EL TIEMPO

martes, 14 de noviembre de 2023

GENOCIDIO ISRAELÍ, VENGANZA, BANALIDAD DEL MAL Y LA ESTÉTICA DE LO ATROZ

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Por ser las guerras el escenario propicio en el que la pulsión humana de asesinar se consuma y legitima, los límites que el derecho internacional intenta ponerle a las confrontaciones bélicas suelen ser un bálsamo en medio de la crueldad que guía a la especie humana, la única que “mata más y con mejores técnicas”.

El enfrentamiento armado asimétrico entre las fuerzas irregulares de Hamás y el Ejército de Israel puso en crisis las normas de la guerra, por cuenta del sentimiento de venganza con el que Israel insiste en desconocer lo que está haciendo en Gaza: un genocidio mediatizado y validado por el Consejo de Seguridad de la ONU.

Como en el cine gringo se valida todo el tiempo la venganza, el gobierno de Biden, muy seguramente admirador de las películas que recrearon la guerra de Vietnam o aquellas en las que excombatientes americanos fungen como héroes castigadores, tímidamente le hace “exigencias” a su aliado militar de amainar las prácticas genocidas implementadas en territorio palestino.

Habría que pensar en redactar un protocolo que limite los efectos negativos o “daños colaterales” que genera la venganza política, étnica y militar que al principio gran parte del mundo justificó y reconoció a Israel como derecho a defenderse del ataque artero de Hamás.

Ante la crisis moral y ética del derecho internacional, solo queda recoger dos categorías para darles el lugar que se merecen los guerreros, tanto de Hamás como de Israel, y dejar así que descansen en paz las reglas de la guerra, dado que, en Gaza, el sionismo pulverizó todos los límites del proceso histórico con el que la pulsión de asesinar a los que odiamos o nos estorban, se juridizó. Dichas categorías son: la Banalidad del Mal, de Hannah Arendt y la Estética de lo Atroz, de Édgar Barrero Cuéllar.

Arendt, al referirse a las atrocidades de las que hizo parte Adolf Eichmann durante el Holocausto Nazi, señaló que este dejó de pensar y que, al hacerlo, se convirtió en una ficha, en una tuerca del cruel engranaje administrativo y práctico que los alemanes diseñaron en los campos de concentración para ejecutar judíos.

Y si lográramos universalizar la Estética de lo Atroz y por esa vía conectar su sentido con el sinsentido de la venganza israelí, podríamos decir que las dos guerras mundiales, el mismo Holocausto Nazi, la guerra entre Ucrania y Rusia y cientos de miles de conflictos armados internos, en los que se cuenta el colombiano, constituyen, llanamente, las mejores vitrinas o los asqueantes war dealer en los que los Señores de la Guerra recrean sus pérfidas fantasías y echan a andar su pulsión de asesinar a quienes, por el azar o por la complicidad de la ONU, deben ser perseguidos, estigmatizados, asesinados, masacrados de manera colectiva, a través de la limpieza étnica que está atada a la práctica genocida.

¿Cuántos fanáticos religiosos dejaron de pensar para justificar, de la mano de un Dios o de un texto sagrado, el asesinato de esos otros señalados de ser impíos, seres de la oscuridad o bestias que deben ser eliminadas? Quizás sea tiempo de empezar a ver y describir la estética de lo atroz de las religiones, con sus costosas, oscuras y elegantes iglesias, en las que millones de seres humanos recurren con sus plegarias no para que cesen las hostilidades, sino para pedir la bendición de la deidad y el mejor regalo: ganar la guerra.

 

 

Imagen tomada de la BBC

viernes, 14 de julio de 2023

LA GUERRA Y LOS MERCENARIOS

 

Por Germán Ayala Osorio

 

La guerra es un gran negocio. Vil, pero, al fin y al cabo, negocio. El pago a mercenarios extranjeros hace parte de las dinámicas de la lucrativa actividad económica, protegida por el orden internacional en el que se validan y aúpan las guerras internacionales y los conflictos armados internos, como el que soporta el país desde hace más de 50 años.  

Colombia “exporta” de tiempo atrás mercenarios que ofrecen su experiencia en las fuerzas armadas, a cambio de pagos en dólares. Se habla de la presencia de mercenarios colombianos en el conflicto bélico Ucrania-Rusia, cuya duración no depende exclusivamente de los juegos tácticos y de los triunfos parciales de las fuerzas que combaten, sino de los mezquinos intereses que rodean a las empresas fabricantes de armas y pertrechos y a las que contratan a los mercenarios. Y claro, al juego político-militar de la OTAN, de Rusia, de los Estados Unidos, de Europa y de la propia China.

Hay que recordar a los mercenarios colombianos que participaron del crimen del presidente de Haití, Jovenel Moise. Aunque la aplicación de dicha categoría resulta problemática porque en ese país, en el momento de los hechos, no existía un conflicto armado interno, llamarlos así puede resultar equivocado. Las circunstancias que rodearon la contratación de los nacionales en los hechos que terminaron con el asesinato del presidente haitiano no son claras, pero comparte con la situación de los colombianos que viajaron a Ucrania o de otros que en el pasado participaron en otras guerras, el pago de una recompensa. Nuevamente, el asqueroso negocio y el sucio dinero que se deriva de la degradante actividad humana.

Quienes deciden viajar en calidad de mercenarios y defender una determinada causa, suelen llamarlos legionarios, categoría que sirve de mascarada para minimizar el rechazo que genera el término mercenario. En una rápida búsqueda en internet, el significado de la palabra mercenario refiere a “soldado que lucha a cambio de dinero o de un favor y sin motivaciones ideológicas”. En las mismas condiciones, busqué en la red y del término legionario se lee esta definición: “Soldado que servía o sirve en una legión militar. "se trataba de una misión solo para especialistas, por lo cual solo se enviaron legionarios y paracaidistas".

No se necesita mayor análisis para comprender que quienes se enlistan para posiblemente morir o desaparecer en guerras y conflictos ajenos a la perspectiva patriótica atada al lugar de origen, lo hacen a cambio de una compensación económica, en mayoría de las veces, por la necesidad de mejorar sus ingresos y la calidad de vida de sus familias.

Maquiavelo, en su obra, El Príncipe, advierte a la Italia de la época que “si un príncipe basa la defensa de su Estado en mercenarios, nunca alcanzará la estabilidad o la seguridad”.

Eso sí, tan equivocados los mercenarios aquellos que van a una guerra solo pensando en recibir un pago, como aquellos guerreros que hacen lo mismo creyendo que están defendiendo una causa política, una ideología, una patria, nación o territorio, cuando todas esas categorías y su aplicación objetiva siempre serán pasadas por el cedazo del capitalismo y de los dueños del capital. O, simplemente, por el interés y la pulsión humana de asesinar al diferente, a quienes no piensan como los demás o, simplemente, a aquel que alguien, de manera caprichosa, elevó a la condición de enemigo, por miedo a darle la razón. Al final, a unos y a otros, la historia política les dará el lugar oscuro que se merecen.

 

Imagen tomada de El Tiempo. 

“VAMOS A RECUPERAR EL PAÍS”

  Por Germán Ayala Osorio   En el ejercicio de la política suelen aparecer frases que bien pueden servir como eslogan de futuras campañ...