Por Germán Ayala Osorio
El rifirrafe que protagonizaron
el periodista norteamericano Dan Cohen y el expresidente Iván Duque Márquez
debe servir para discutir y comprender varios asuntos que al parecer no tuvieron
en cuenta quienes salieron a defender al exmandatario y por esa vía, atacar a
Cohen; igualmente, quienes aplaudieron a rabiar lo hecho por el ciudadano
americano.
El primero de esos asuntos tiene
que ver con la acción misma de increpar. Dicha acción está respaldada por el
derecho que protege a Cohen y a cualquier ciudadano a expresar su opinión con
total libertad. Ese derecho se llama libertad de expresión. La reprimenda verbal
que Dan Cohen le dio a Duque puede no gustar a quienes suelen, hipócritamente,
abogar por la conservación de las “buenas formas o maneras”, para dirigirse a
un presidente o expresidente, cuando guardaron silencio ante el colega
colombiano que llamó “imbécil” al actual presidente de Colombia. Y a diario,
los periodistas defensores morales de Iván Duque legitiman a quienes le gritan “guerrillero
y terrorista” al presidente Petro.
Aquellos periodistas y ciudadanos
del común que suelen plegarse a eso de las “buenas maneras, o a las formas”, lo
hacen para evitarse el trabajo y el problema de mirar el fondo de las cosas. Y en
el fondo del rifirrafe protagonizado por Cohen y Duque está la mala gestión del
expresidente, su estolidez, arrogancia y el haber sido el títere de Álvaro Uribe
Vélez y del establecimiento colombiano. Ese mote de títere lo usó la periodista
Ángela Patricia Janiot para preguntarle al propio Duque, y al aire, si él era el
títere del expresidente antioqueño. No podemos olvidar que, por sus decisiones,
Iván Duque es el responsable del estallido social y de haber enfrentado las
movilizaciones con un desbordado y criminal uso de la “violencia legítima del
Estado”.
Sin duda alguna, Cohen actuó
llevado por una evidente animadversión hacia Iván Duque, un gris político y
expresidente que cargará sobre sus hombros la responsabilidad de todo lo que
hizo mal durante cuatro años. Hubiera preferido que los reclamos del periodista
se hubieran tramitado a través de un diálogo sereno.
El segundo asunto tiene que ver
con el ejercicio periodístico. Sin duda alguna, lo hecho por Cohen no hace
parte del ejercicio periodístico. No. Insisto en que su actuación debe desligarse
del oficio, así sea difícil separar el ejercicio de la profesión, de los
sentimientos humanos.
El que Cohen haya grabado el bochornoso
episodio y lo echara a andar en esas calderas de la doxa que son las redes
sociales, confirma su animosidad hacia el político colombiano. Cohen quiso
recoger a los millones de colombianos que detestan a Duque por todo lo malo que
le hizo al país y lo logró con el video, porque lo volvió viral y lo convirtió
en noticia y oportunidad para reconocer que hay periodistas colombianos dispuestos
a defender a dentelladas a un expresidente del establecimiento, y por esa vía
ocultar su desastrosa administración.
Hay otro elemento que hace parte
del trasfondo que algunos colegas no quieren ver: los momentos de crispación
ideológica por los que atraviesa el país se mantendrán hasta el 2026, salvo que
el presidente Petro decida repartir pauta publicitaria a los medios y periodistas
que a diario lo atacan. Eso sí, tendrá que asegurarse de que sea millonaria la
cifra, y quizás mayor a los 20 mil millones de pesos que el fatuo del Iván
Duque gastó en pauta y posicionamiento (Fundación para la Libertad de Prensa). No
conozco cuánto ha gastado en pauta el gobierno, en este primer año.
A los que les gustan las formas,
deben reconocer que Duque se puso en el mismo nivel de su contradictor. Cayó en
la trampa. No supo guardar la compostura y utilizó frases de grueso calibre. Deberá
acostumbrarse a que más ciudadanos como Cohen lo aborden para señalarlo y lapidarlo.
Eso pasa por haber pernoctado en la Casa de Nariño por cuatro años, para cumplir
las órdenes de sus mentores y del Gran Titiritero. Jamás gobernó, solo siguió
al pie de la letra el guión que le mandaron de El Ubérrimo.
Eso sí, Iván Duque pudo mostrarle
al país, nuevamente, que habla un perfecto inglés, callejero, pero al fin y al
cabo inglés. Esta vez no habló de los 7 enanitos. Esta vez un lobo feroz lo
atacó en la lengua en la que suele hablar consigo mismo, porque en el fondo, se avergüenza
de habitar en la lengua española.
Imagen tomada de Infobae