Por Germán Ayala Osorio
Hay que lamentar el levantamiento
de la mesa de diálogo entre el ELN
y el gobierno Petro no por el proceso mismo, sino por las víctimas futuras que
muy seguramente seguirá generando la operación militar de esa organización al
margen de la ley.
Fue un proceso en el que jamás
hubo mutua confianza entre las partes, por dos razones fundamentales: la primera,
al ELN
hace rato dejó en claro que no le interesan curules, y mucho menos proyectos
productivos como los que se echaron a andar después de la firma del tratado de
paz de La Habana, para que los excombatientes de la entonces guerrilla de las
Farc-Ep sobrevivieran de la siembra de frutales o vegetales, y de esa manera se
reintegraran a la vida social y económica del país.
Los miembros del COCE creen que
es posible y necesario cambiar el modelo económico
y eso no va a suceder. Ellos le siguen apostando al viejo modelo socialista
representado en la antigua URSS, el cubano y el venezolano. Más bien creen en
un tipo de “estatismo” en el que se sentirían a gusto. Se suma a lo anterior el
complejo modelo de negociación en el que dicha agrupación armada ilegal fungía
como “mediador”
entre el Estado y los agentes de la sociedad civil que exigían respuestas a sus
demandas.
Los del ELN siempre se ubicaron
en un plano moral superior que contradice sus orígenes religiosos y lo
consignado en el libro del padre Camilo Torres, el Amor eficaz. El presidente Petro
siempre les enrostró a los elenos su incoherencia entre lo que predica su
doctrina “revolucionaria”
y las acciones criminales perpetradas contra la población civil y los recientes
hechos de violencia en el Catatumbo
que terminaron con la paciencia del presidente Petro.
La segunda razón está atada a que
el presidente Petro en por lo menos tres ocasiones, antes y durante los
diálogos de paz con el ELN deslegitimó su lucha, puso en duda su carácter revolucionario
e incluso se preguntó si a los viejos comandantes y miembros del COCE
los jóvenes combatientes les hacían caso. Frente al generalato y en ceremonia militar,
Petro habló de una tercera etapa en la que esas “guerrillas” se habrían
instalado en los últimos años: las economías ilegales: De ahí vino el
calificativo de “traquetos con camuflado” y terminó con la sentencia que expresó
en la entrevista que le concedió al personaje Juanpis
González: “en Colombia no hay guerrillas”.
Los críticos de la Paz Total verán
la terminación de los diálogos como un fracaso más, pero la verdad es que se
trata de una decisión que debió tomarse hace rato porque jamás se construyó
mutua confianza entre las partes. Hay que reconocer que en siete meses de duró
instalada la mesa de conversaciones hubo un desgaste político y unos gastos económicos
que se pudieron evitar si ambas partes se hubieran escuchado y aceptado que ese
proceso no tenía futuro. En eso se equivocó el presidente y los del COCE.
La concepción maximalista de la Paz Total que asumió Petro fue un error
garrafal que no le permitió advertir que al ELN
le faltaba voluntad real de paz. El ELN se burló de las buenas intenciones del
presidente.
Para el escenario electoral que
se avecina el ELN muy seguramente apelará a lo único que sabe hacer: secuestrar,
ejecutar “paros armados”, extorsionar
y atentar contra los ecosistemas naturales. Los candidatos presidenciales, especialmente
los de la derecha, aprovecharán para echarle el agua sucia al gobierno
progresista mientras que ofrecen combatir a los grupos armados ilegales en un
marco jurídico-político parecido o igual al de la seguridad democrática. Los
elenos meterán miedo y generaran zozobra entre la población civil, y la derecha
aprovechará para vender su manido discurso de la seguridad.
De esa manera, el ELN seguirá demostrando su cercanía con el Establecimiento.
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