Por Germán Ayala Osorio
En la polémica que desató que varios
jefes de bandas criminales compartieran tarima con el Jefe del Estado hay mucho
de doble moral, oportunismo y cinismo,
y por supuesto el agrio enfrentamiento ético-político entre el alcalde de
Medellín y Petro que se acrecienta por el interés del segundo de consolidar sin
el concurso del primero el proceso de paz urbana en la capital de Antioquia,
así como el terror que le produce a Federico Gutiérrez escuchar decir a bandidos como alias “Douglas y Pesebre”
que ellos en el pasado tuvieron interlocución y brindaron apoyo político
durante su primera administración. “José Leonardo Muñoz Martínez, conocido
como alias Douglas, señalado cabecilla de la Oficina de Envigado, fue
reconocido como vocero principal de las Estructuras Armadas Organizadas de
Crimen de Alto Impacto de Medellín y el Valle de Aburrá (Antioquia) por parte
del Gobierno colombiano”.
Por supuesto que detrás del
llamado “plazoletazo” de la Alpujarra están los medios hegemónicos y los
periodistas vedettes que lideran de tiempo atrás el proceso de deslegitimación
del gobierno nacional y la inoculación de la narrativa que indica que el país
está sumido en el caos o como dijo el expresidente Santos: el país es un
barco a la deriva. Presentar a Petro como amigo de los bandidos sirve mucho
a quienes insisten en generar un ambiente de incertidumbre en el país, con
expresiones catastrofistas como las del expresidente Santos.
Por supuesto que la “invitación”
de los temidos líderes de las bandas delincuenciales que operan en Medellín al
entablado de la Alpujarra fue un acto político y electoral en el que es posible
apreciar dos objetivos presidenciales: el primero, enrostrarle el proyecto de paz
urbana al alcalde Federico Gutiérrez, lo que supone negar su participación por
ser parte interesada a juzgar por lo dicho por alias Douglas;
y el segundo, atado al primero, develar la verdad de las relaciones entre clase
política y dirigente de la ciudad de Medellín con los jefes de las estructuras
delincuenciales, en particular con la Oficina de Envigado. Eso sí, no se puede
negar que la presencia de los condenados criminales en la tarima es una provocación
política de parte de Petro, a quien en la recta final de su mandato parece importarle
muy poco lo que diga la prensa tradicional.
Hay enormes diferencias entre el evento de la Alpujarra y la presencia de Mancuso y la de otros líderes paramilitares en el Congreso para hablar de paz; de la misma manera, resulta incomparable la entrada por los sótanos de la Casa de Nariño y de otras instalaciones oficiales de alias Job y de “Douglas y Pesebre”. Además, resulta a todas luces exagerada la reacción de Fico Gutiérrez frente al acto político: “Se trata de una amenaza directa al Estado de derecho, a la democracia y a mí… es un mensaje de guerra”. Si bien Petro es el presidente de la República y es el responsable del orden público en todo el territorio nacional, su interés en consolidar procesos de pacificación urbana sigue estando ancorado a las investigaciones y denuncias de la connivencia entre clase política y estructuras mafiosas que hizo durante el tiempo que fungió como Senador de la República. Petro, como ningún otro mandatario, conoce las viejas relaciones entre clase política y empresarial con el hampa organizada (paramilitares) y las bandas delincuenciales que operan en ciudades como Cali y Medellín.
Por cuenta del “bloqueo institucional”
orquestado desde el Congreso y el distanciamiento del presidente con los
sectores del Establecimiento con los que intentó cogobernar, Petro hace rato dejó
de actuar como lo hicieron sus antecesores. La llegada de Petro a la Casa de
Nariño puso en crisis el modelo
de jefe del Estado que por años les sirvió a los agentes más poderosos del
Establecimiento: presidentes de la República serviles, cautos, manejables,
diplomáticos y respetuosos de las sempiternas correlaciones de fuerzas, en
particular aquellas con las que por largo tiempo se garantizó la operación
privatizada y mafiosa del Estado en beneficio de una élite clasista, racista y
feudal.
Así entonces, Petro sigue subido al
faro moral que él mismo encendió durante su paso por el Congreso. Sus alusiones
a esta etapa moralizante de su vida pública son constantes. Recordemos este
trino del 2024 del presidente Petro: “Hice en el debate sobre el
paramilitarismo en Antioquia en el año 2007, la denuncia, región por región, de
los grupos de convivir" creados por el gobernador y como se
transformaron en el paramilitarismo subsiguiente. Llenaron a Antioquia
de sangre y de víctimas. Uno de esos grupos se llamó “los 12 apóstoles"
porque el sacerdote de Yarumal, a través de la confesión de sus fieles, obtenía
la información de gentes de izquierda y lo enviaba al grupo que los asesinaba.
Mencioné la hacienda La Carolina y al señor Santiago, como su jefe. Mi familia
tuvo inmediatamente que exiliarse y fui víctima de la intervención ilegal de
mis conversaciones, a través del DAS. Le ordenaron a parte de mi escolta del
DAS vigilarme cada segundo y pasar informes”.
Al final, el llamado “plazoletazo” de la Alpujarra no es más que la consolidación del enfrentamiento entre el uribismo y Petro, lo que supone incomodar con la paz urbana a los alfiles del expresidente y expresidiario Álvaro Uribe Vélez: el gobernador de Antioquia y el alcalde de Medellín.
douglas y pesebre en la alpujarra al lado de Petro - Búsqueda Imágenes
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