Por Germán Ayala Osorio
El fútbol, como deporte
espectáculo, es una actividad en la que suelen confluir los deseos y las
pasiones que despierta en la hinchada, así como las contradicciones, los
conflictos morales, civilizatorios y ético-políticos que se crean y se recrean
al interior de la sociedad en la que se asume como el deporte nacional. En
Colombia se suele asumir el fútbol como el deporte nacional a pesar de que a
nivel de clubes y seleccionados de mayores (hombres), los triunfos internacionales
son más bien modestos.
Sobre el balompié colombiano, en particular
confluyen las taras culturales de una sociedad violenta, clasista, racista y
misógina, a lo que se suma que deviene confundida moralmente. De ahí las disímiles
formas de violencia que se presentan dentro y fuera de los estadios. Al final, a
la liga colombiana se le asume como una válvula de escape para esos sectores de
la sociedad que afrontan y exhiben graves problemas en sus procesos civilizatorios.
Más evidentes en los estratos bajos, pero igualmente visibles en los sectores de
clase media, aunque que se manifiestan de manera distinta.
A los estadios, entonces, se suelen llevar amarguras,
frustraciones, animadversiones, intereses económicos y pasiones que suelen afectar
la imagen del fútbol, así como las propias dinámicas institucionales (deportivas)
desplegadas para asegurar la operación de la industria futbolera. Hace más de
30 años ir al estadio era un plan familiar. Ahora constituye un riesgo latente
por la cantidad de desadaptados que entran a los estadios.
Desde los tiempos aquellos en los
que el país supo de la connivencia de las autoridades del fútbol y de los dirigentes
de varios equipos del rentado con agentes del narcotráfico, sobre el torneo recaen
señalamientos de compra de árbitros y arreglo de partidos. El episodio de la
reventa de boletas para los partidos de la Selección y la mala imagen de los
dirigentes del fútbol colombiano me hacen pensar en que lo mejor es no volver
al estadio. Como tampoco ver los partidos por televisión.
En el presente y a pesar de que
las figuras mafiosas de los carteles de Bogotá, Cali y Medellín ya salieron de
circulación, aquellos señalamientos y cuestionamientos siguen vigentes porque la
sociedad colombiana de tiempo atrás validó el ethos mafioso que acompaña a los
ejercicios de la política, de la economía y del periodismo deportivo. No es
necesario recordar a aquellos periodistas deportivos que cohonestaron y se
beneficiaron económicamente de la vida ostentosa de los mafiosos de antaño.
Justamente, el periodismo deportivo
de hoy casi todos los fines de semana registra hechos turbios alrededor de los
partidos. Penales y fueras de lugar dejados de sancionar que hacen pensar en
que la turbiedad y la opacidad moral del pasado se mantienen como marcas
indelebles. La llegada del VAR, por ejemplo, en lugar de asegurar los máximos
de justicia deportiva, ya genera suspicacias en periodistas y aficionados, especialmente
cuando la Dimayor no autoriza la publicación de los audios de las discusiones
de jugadas polémicas. De igual manera, la llegada de las apuestas y el
patrocinio mismo de la liga de una casa de apuestas se presta para la llegada
de dudas sobre si los resultados en las canchas obedecen a una sana competencia
o a posibles arreglos de los partidos o a la aparición de inconcebibles “errores”
arbitrales.
Todo lo anterior es el marco en
el que suele darse la competición en una liga profesional como la colombiana que
deportivamente está muy lejos de ofrecer los espectáculos deportivos que exhiben
ligas como la inglesa y la española, para nombrar a las dos mejores del
planeta.
Mientras que el fútbol europeo en
general ofrece velocidad, gran técnica en sus jugadores, profesionalismo y por
esa vía aseguran un espectáculo digno de apreciar, el torneo colombiano suele ofrecer
lo contrario: lentitud, jugadores marrulleros, violencia excesiva, equipos que
parecen de segunda división, partidos cortados y canchas en mal estado, entre otros.
De esa manera no se asegura un espectáculo que valga la pena. Si no fuera por
el registro periodístico-noticioso de las jornadas y las exageraciones en las
que incurren comentaristas y narradores, apreciar el fútbol colombiano se
volvería más tedioso de lo que ya es. Sería un verdadero soporífero. Por todo
lo anterior, hace ya varios años dejé de ver fútbol.
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