Por Germán Ayala Osorio
La muerte del nobel de literatura Mario Vargas Llosa generó una ola de comentarios a favor de su obra literaria y en contra de su actividad política y labor como Intelectual Orgánico (Gramsci), asociadas estas últimas a su perfil eurocentrista, clasista, cercano a la hegemonía conservadora y a la doctrina neoliberal.
Como reacción a la andanada en contra
del político, alguien se preguntó si era posible separar al escritor del ciudadano
políticamente comprometido y por esa vía poner por encima de sus ideas
políticas la calidad de sus novelas y ensayos. Otros, quizás sin hacerse la
pregunta, previamente tomaron la decisión de “quedarse” con el novelista y
desechar sus contradicciones ideológicas o simplemente desconocerlas en aras de
facilitar la elección.
Claro que es posible establecer límites
y tajantes fronteras entre quien escribe magistrales novelas y se aprovecha de
su condición de intelectual para hacer política en favor de un sector tradicional
de poder. El asunto problemático no está
en la acción misma de separar al escritor, al hombre y al intelectual orgánico.
La cuestión está en que en ese ejercicio de disección o vivisección de Vargas
Llosa los admiradores y lectores consumados de sus libros decidan negar la existencia
de contradicciones entre los roles jugados, elevando la condición humana del Nobel
de Literatura a estadios idealizados o deificados.
La prensa tradicional en
Colombia, por ejemplo, exaltó al novelista y puso su condición de Nobel de Literatura
por encima de su actividad política e ideológica, tratando de ocultar los visos
de “supremacismo político” que dejó ver Vargas Llosa cuando descalificó la elección
de Petro como presidente de la República de esta manera: “Los colombianos
al elegir a Petro eligieron la pobreza, es clarísimo. Yo creo que son tontos”.
Al parecer, Vargas Llosa creía, a pesar de estar ya entrado en años cuando dijo
lo que dijo, en el fantasma del comunismo y el castrochavismo. Lo dicho quizás se
puede explicar porque en ese momento no estaba hablando el escritor, sino el
intelectual orgánico.
Mientras una parte del mundo
llora la partida del escritor peruano, una minoría quizás insista en poner en
cuestión las posturas políticas del Nobel de Literatura, insistiendo en que no
es posible separar al escritor, al hombre y al intelectual orgánico llamado Mario
Vargas Llosa. Estos últimos seguirán atrapados en la idea de que “no hay muerto
bueno”. Eso sí, el periodismo tiene la obligación ética de hacer las completas
disecciones de las figuras públicas, sean estos escritores, atletas, jefes de
Estado, científicos o astronautas, entre otros.
Llevemos la misma pregunta al
ámbito del fútbol colombiano. En las mismas redes sociales en las que se hizo
la vivisección del desaparecido novelista peruano circuló la imagen de Radamel
Falcao García, conocido como el “Tigre”, muy cerca del exfiscal Francisco
Barbosa. Ambos compartían espacio en uno de los palcos del estadio el Campin de
Bogotá.
Los seguidores de Falcao optaron
por separar la historia memorable del número 9 de la Selección Nacional y sus
preferencias políticas muy cercanas a la derecha, compartidas también por compañeros
que han visitado El Ubérrimo y “usados” por el expresidente Uribe Vélez como “postes”
para girar sobre ellos montado en sus finos caballos de paso. Insisto: es posible
hacer ese tipo de vivisección y optar por quedarse con el jugador y su palmarés,
dejando de lado sus ideas y preferencias políticas.
El caso de Vargas Llosa guarda
enormes diferencias con las de Falcao García por razones obvias: mientras que el
escritor peruano era un hombre ilustrado y formado para dar discusiones conceptuales
de carácter universal, el goleador del fútbol colombiano está en función exclusivamente
de hacer goles y darles alegrías a los hinchas, lo que parece suficiente para negarles
la razón a los aficionados que se molestaron por la foto con el narciso ex
fiscal Francisco Barbosa.
Exigirle a Falcao y a otros jugadores de la Selección de Fútbol que piensen y digan bajo los parámetros de la conciencia de clase resulta exagerado en un país como Colombia en el que por mucho tiempo el Establecimiento se encargó de estigmatizar a quienes se atrevieron a cuestionar a la derecha dominante y a plantear opciones de poder diferentes desde la izquierda y más recientemente desde el progresismo. Justamente, por esa forma de “pensamiento único” no es obligación tratar de hallar en las posturas políticas de estos atletas contradicciones entre su actividad deportiva y su reducida capacidad para dar las discusiones conceptuales que sí pudo dar en vida Mario Vargas Llosa. Por ahora, dejemos descansar al novelista y no esperemos más de aquellos que se ganan la vida pateando un balón, así sepamos- y aquellos lo ignoren- que política y la práctica del fútbol seguirán unidas para siempre.
Imagen tomada de Infobae.
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