Por Germán Ayala Osorio
Los altos niveles de crispación ideológica
y política que por estos días vivimos en Colombia y en particular en las redes
sociales podrían convertir el 2026 en un escenario de eliminación física y simbólica
de candidatos presidenciales como los que vivió el país en las elecciones de
1990. Recordemos que en ese momento histórico 4 candidatos presidenciales de la
izquierda fueron ultimados por orden de sectores políticos con finas relaciones
con el narco paramilitarismo.
El odio que se respira en el país
desde el 7 de agosto de 2022 nace del racismo, la aporofobia y el clasismo de
sectores tradicionales del poder hegemónico que se sienten incómodos por la llegada
a la Casa de Nariño de un exguerrillero. Esos elementos que caracterizan a la
derecha guardan estrecha relación con la política social del gobierno Petro,
encaminada a favorecer a los más pobres y vulnerables, y en particular a las
comunidades afro, indígenas y campesinas. Los clasistas, aporofóbicos y
racistas serán la avanzada electoral y política de la derecha tradicional de
esa Colombia que odia la diversidad, la pluralidad y hasta la propia biodiversidad.
Las advertencias de Petro
alrededor de que sectores de la derecha, de la mano de mafiosos, estarían fraguando
un atentado en su contra, aportan a los procesos mutuos de animadversión entre
quienes están “firmes con Petro” y aquellos que insisten en decir que al país hay
que “recuperarlo, esto es, liberarlo de la izquierda, del comunismo”. Se suma a
lo anterior, las acciones políticas emprendidas por el Consejo Nacional
Electoral (CNE), órgano politizado e ideologizado que busca juzgar al ciudadano
y entonces candidato presidencial Gustavo Petro. Al final, lo que termine
haciendo el CNE se seguirá leyendo como un intento de golpe institucional
contra un mandatario elegido a través del voto popular.
El caso de la compra ilegal y
mafiosa del software “malicioso” Pegasus, la Asamblea popular que convocó el presidente
de la República y el encuentro con medios alternativos “Uniendo voces” hacen
parte de la estrategia ideológica y política con la que Petro confronta a la
derecha, en particular a la que representa el uribismo, sector de poder
político y social que ha expuesto públicamente su inquina hacia los pobres, indígenas, campesinos y negros; desde esas
mismas huestes se han proferido amenazas alrededor de no dejar que el actual
mandatario termine su periodo.
Bajo esas circunstanciade que dan
vida a la crispación ideológica y política, en el 2026 la derecha uribizada
podría pagar muy caro el haberle apostado a bloquear políticamente al gobierno de
Petro, pero, sobre todo, haber apelado a las empresas mediáticas para enlodar y
deslegitimar al primer gobierno progresista en más de 200 años de República.
Los sectores de la derecha que de
tiempo atrás han tomado distancia del dañino uribismo claramente apostarán duro
a aquellos candidatos (as) que decidan presentarse como opciones del timorato e
inexistente Centro.
Si la izquierda democrática y el
progresismo logran unirse en una sola colectividad, darán vida política a lo
que desde ya los medios hegemónicos llaman el “Petrismo”, nomenclatura que
cobra sentido por el interés de Gustavo Petro de convertirse en un gran elector,
y competirle de tú a tú al expresidente y expresidiario Álvaro Uribe Vélez.
Así las cosas, para el 2026 aparecerán en la escena electoral por lo menos tres bloques de poder político: el primero, el “Petrismo”, anclado a la figura de Gustavo Petro. Desde esa fuerza se insistirá en la narrativa que alude a la necesidad de que se dé un cambio cultural, en medio de una crisis ambiental de inquietantes proporciones. El segundo, el uribismo, atado a la vetusta y desgastada imagen del expresidente Uribe. Desde esa instancia de poder se seguirá atacando el ideario progresista, en particular los llamados de atención alrededor de cuidar las selvas y de pensar en las energías limpias. Para el uribismo la naturaleza y sus ecosistemas deben seguir siendo sometidos a las lógicas del capitalismo salvaje. Y un tercer sector, ancorado a quienes desde la derecha no uribizada le apostará a dar vida al Centro político. Un Centro que deberá demostrar que de verdad está dispuesto a tomar distancia del uribismo, lo que implicará recoger en buena parte las ideas de la izquierda y el progresismo.
Por ahora, la derecha uribizada
ya dejó ver algunas de sus candidatas, las ultraconservadoras María Fernanda
Cabal y la directora de Semana, Victoria Eugenia Dávila Hoyos. Se trata de dos
mujeres leales al expresidiario Álvaro Uribe Vélez, que destilan odio contra todo
lo que huela a izquierda democrática y progresismo. Entre tanto, el “Petrismo”
ya exhibe como posibles candidatos a la exministra de Salud, la médica Carolina
Corcho y al canciller, Luis Gilberto Murillo.
petro en el 2026 - Búsqueda Imágenes (bing.com)