Por Germán Ayala Osorio
Los llamados a “desescalar el
lenguaje o a despolarizar el país” que están haciendo varias figuras públicas,
obligados política y moralmente por el fallecimiento de Miguel Uribe Turbay, lo
hacen de manera cándida de la mano de uno de los actores responsables de los
altos niveles de crispación ideológica y polarización política que se respiran
en el país: las empresas mediáticas, que actúan más como actores políticos,
que como medios de información masiva.
Por supuesto que hay que cuestionar
a quienes insisten en promover un discurso de odio, pero antes de hacerlo hay
que revisar el papel que vienen cumpliendo los medios hegemónicos, convertidos
por sus propietarios en máquinas de hostigamiento y linchamiento moral en contra
de todo lo que huela a petrismo, progresismo y a izquierda. Es claro que el
país requiere de un pacto político entre todas las fuerzas y sectores de poder
político y económico, pero lo primero que habría que hacer es cuestionar las
formas en las que las empresas mediáticas están asumiendo el ejercicio
periodístico y aceptar que efectivamente se vienen cometiendo excesos jamás
vistos en el pasado como la promoción del sicariato moral en contra del
presidente de la República: no lo bajan de borracho, dictador, drogadicto y
homosexual. Lo desprecian como ser humano.
Quienes creen que es posible
desescalar el lenguaje sin cuestionar el papel que vienen jugando medios como
Semana, El País de Cali, El Colombiano y El Tiempo; así como los noticieros
Caracol y RCN y espacios radiales como La FM, Blu radio y La W, están tan perdidos
como aquellos que buscan los cadáveres río arriba.
Los magnates que compraron esos medios
de comunicación para convertirlos en agencias de propaganda política que simulan
informar a los colombianos se equivocaron de cabo a rabo. Las audiencias
cambiaron, aunque haya sectores poblacionales que aún creen que las noticias
son la realidad, lo cierto es que ya no se consume la información de la misma
manera. Hay colombianos que saben muy bien que los hechos noticiosos son una
construcción artificial de las salas de redacción en donde se define qué es
noticia y qué no lo es.
De esa manera, las realidades que
a diario construyen los medios masivos de información están soportadas en los
intereses económicos y políticos de los mecenas que saben muy bien que tienen
en sus manos a un poder históricamente incontrastable, hasta que irrumpieron
las redes sociales y los creadores de contenido que vienen contrarrestando los
relatos periodísticos investidos de realidad. Pero, sobre todo, cuando se encontraron
de frente con un presidente distinto que desde su cuenta de X los deja
en evidencia, los confronta y corrige. Han caído tan bajo los colegas de varios
de los medios hegemónicos que lo único que les falta decir es que la ética nada
tiene que ver con el periodismo.
Ningún pacto o salida política
que se plantee para superar el clima de animadversión entre uribistas y
petristas funcionará si los propietarios de los medios masivos asumen el error
que cometieron al comprar empresas mediáticas para convertirlas en sus apéndices
ideológicos y por esa vía arruinar la credibilidad que les demoró años consolidar.
Hablo en particular de medios como El Tiempo y Semana, convertidos hoy en
agencias de desinformación y laboratorios electorales en donde se maquillan los
candidatos presidenciales que sus propietarios desean patrocinar para luego
ponerlos en la Casa de Nari en calidad de sirvientes.
Adenda: y al clima de polarización viene contribuyendo Alfredo Saade, jefe de despacho del gobierno Petro, con sus alocadas propuestas de "cerrar los medios y el Congreso". No, así no, señor Saade. El presidente Petro debería de llamarle la atención al pastor evangélico, quien le hace daño a la imagen del gobierno porque sirve de comidilla a los periodistas. Con Saade en ese cargo, Petro le "da papaya" a los medios que lo odian por el solo hecho de existir.
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