Por Germán Ayala Osorio
Colombia tiene mucho de Macondo, aquel
pueblo y universo que García Márquez creó para darle vida a sus personajes, atrapados
todos, incluido el propio Nobel de Literatura, en ese realismo mágico en el que
acontecen hechos extraordinarios o quizás inverosímiles en los que los límites
entre la ficción y la realidad se tornan borrosos por la siempre inquietante,
controversial, ladina y contradictoria condición humana. Diría que el realismo
mágico en el devenir de Colombia aguarda y guarda también los impactos de decisiones
humanas atadas a la sinrazón y a la inmoralidad en la que de cuando en cuando incurren
diversas autoridades locales que, como Aureliano Buendía, se mueven entre un
merecido prestigio y una relativa probidad.
Los avezados y acuciosos periodistas
de Casa Macondo investigaron al presidente de la Corte Constitucional (CC), Jorge
Enrique Ibáñez Najar por su negativa de reconocer a un hijo que tuvo por fuera
de su matrimonio. Con ese y otros trabajos periodísticos esa casa periodística confirma
que en los más altos cargos públicos del Estado macondiano hay cientos de
Aurelianos cuyas vidas y reconocimiento social y político oscila entre una
probidad imaginada y actos inmorales que en una sociedad confundida moralmente
como la colombiana devienen naturalizados.
En el informe de Casa Macondo se
lee: «La madre del demandante siempre fue manipulada por el demandado para
que no lo demandara, dada su condición de hombre público conocido y
evitar igualmente que su hogar se destruyera por encontrarse casado»,
concluyó el juez José Fernando Osorio Cifuentes, el 18 de mayo de 2004, en
la sentencia que declaró a Ibáñez Najar padre extramatrimonial del demandante. El
hijo del hoy magistrado nació el 12 de mayo de 1982, el mismo año en que el
padre se graduó de abogado en la Pontificia Universidad Javeriana y comenzó a
trabajar en el Banco de la República, donde fue asesor jurídico, subdirector de
derecho privado y económico y director jurídico, hasta 1994. Ibáñez Najar
era militante de las Juventudes Conservadoras, movimiento por el que
había sido elegido concejal de Tunja en 1978, con apenas dieciocho años”.
Si Colombia no fuera Macondo, el comportamiento
del presidente de la CC sería suficiente para que desde sectores específicos de
la sociedad civil se exigiera su renuncia porque Ibáñez negó por largos años
los derechos a un niño que llevaba su sangre. Es más, sus mismos compañeros del
alto tribunal estarían obligados a exigirle su dimisión por lo que claramente
constituye un obstáculo ético y moral para estar al frente de la máxima autoridad
judicial en Colombia y garante del cumplimiento de lo ordenado en la Carta Política
de 1991.
El “pequeño desliz” de Ibáñez y
la investigación de Casa Macondo sirven para cuestionar al presidente de la CC porque acaba de redactar una ponencia negativa con la que se tumbaría la ley de reforma pensional
por vicios de forma que el Congreso no subsanó. Algunos tuiteros espetaron que “un
magistrado que negó a su hijo desapareció el expediente judicial y ahora quiere
tumbar ayudas sociales a los abuelos…”. Negar derechos a su vástago y evitar que por lo
menos tres millones de abuelitos reciban una ayuda económica del Estado es un hecho
incontrovertible del perfil "humanista" del togado Ibáñez. En cuanto a su perfil
político, el presidente de la CC es un reconocido detractor del presidente
Petro, quien impulsó la reforma pensional que podría ser declarada inexequible por
los nueve magistrados que componen el alto tribunal constitucional.
El caso de Ibáñez, las ya condenadas
conductas del entonces magistrado de la Corte Constitucional, Jorge Ignacio
Pretelt Chaljub y los bochornosos hechos atados a los togados que hicieron
parte del Cartel de la Toga me obligan a recordar los tiempos en los que a ese
tribunal llegaron juristas del talante de Carlos Gaviria Díaz, Rodrigo Uprimny,
Eduardo Cifuentes y José Gregorio Hernández, entre otros. Ellos fueron garantía
de pulcritud, seriedad y probidad.
Mientras que al coronel Aureliano Buendía las guerras le endurecieron el corazón, al togado Ibáñez Najar sus férreas convicciones conservadoras, su desprecio por los viejos vulnerables y su moralidad diferenciada en lo privado y en la vida pública lo llevaron a no reconocer a su propio, quien vivió 17 años sumido en la soledad propia de un hijo negado o "natural" como los llamaban hace años en la Colombia pacata, farandulera, morbosa, mojigata, gazmoña, puritana, morronga, clasista, racista, machista, atontada y misógina que se resiste a cambiar.
Presidente de la Corte Constitucional negó a su hijo y el expediente desapareció en Ibagué | El Cronista | Periodismo de análisis y opinión de Ibagué y el Tolima