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lunes, 5 de febrero de 2024

BUKELE, ORTEGA Y MADURO: SÁTRAPAS DE CORTE POPULISTA

 

Por Germán Ayala Osorio

 

Con la reelección de Nayib Bukele Ortez, El Salvador entra al grupo de los regímenes autoritarios, junto a la Venezuela de Nicolás Maduro Moros y a la Nicaragua de Daniel Ortega Saavedra.

Los tres comparten un creciente desprecio por la democracia (representativa), régimen de poder que se deslegitima bajo la imposición de la narrativa de la “democracia popular” o el socialismo del Siglo XXI, espejismos que sobreviven atados a la entrega de subsidios estatales, la captura de millones de ciudadanos beneficiados de costosas políticas asistencialistas y por supuesto, al sometimiento de los otros poderes públicos de parte del poder ejecutivo. Es decir, los pesos y contra pesos de la democracia desaparecen como por arte de magia.

Esa democracia popular o ese socialismo (más bien es una suerte de estatismo) se opone a la democracia liberal. En adelante, quienes asegurarán el cumplimiento de los derechos humanos, los políticos y las prebendas de vivir en democracia son los presidentes, graduados ya como mesías o reyezuelos muy propios de repúblicas bananeras. Les hablarán a unos pueblos sufridos, engañados, pobres y analfabetas. En algo mejorarán sus condiciones de vida, a cambio de lealtad y sumisión.

Hay, por supuesto, otros factores que a diario aportan al debilitamiento de la democracia. Por ejemplo, las disímiles pero insoportables violencias que se viven en las ciudades capitales de naciones como El Salvador y Nicaragua que comparten el mismo fenómeno social y criminal de las Maras. De la mano de la venganza y el cansancio que generan los defensores de los derechos humanos que abogan porque se respeten las garantías procesales de los miembros de las Maras, los admiradores de la mano dura, salen a votar para librarse de ladrones y asesinos.

El garrote que ofrecen Bukele y Ortega los convirtió en una suerte de mesías por haber “salvado” a sus sociedades de las pútridas garras de los bandidos sin linaje, mientras gobiernan de la mano de bandidos de cuello blanco o en el mejor de los casos, gracias al apoyo de familias ricas que respaldan dichos regímenes, a cambio de prebendas tributarias y acciones propias de lo que se conoce como asociaciones público-privadas que solo benefician al cerrado círculo de poder que participa de aquellas cofradías. Al final, a cambio de ese apoyo, Nicaragua y El Salvador empiezan a parecerse en sus modelos de desarrollo (de corte extractivo, esto es, economías de enclave) pues las políticas públicas se tramitan en el Estado, pero se diseñan en los clubes sociales de las familias ricas que sostienen a estos dos sátrapas.

En estos regímenes no hay tiempo para pensar en un modelo de desarrollo diseñado para que estos países alcancen un superlativo bienestar colectivo con el que sea posible superar de una vez por todas la pobreza estructural y el empobrecimiento cultural acumulado por años de guerras civiles y gobiernos miserables. Claro, no se puede dejar de responsabilizar a sus propios pueblos de haber evitado el esfuerzo de leer y comprender mejor sus historias.

Aunque Venezuela comparte las tristezas que produjeron años y años de un establecimiento que internamente consolidó procesos de desprecio étnico sobre millones de mestizos pobres, su riqueza petrolera sirvió para ocultar el clasismo y el racismo que más adelante Hugo Rafael Chávez Frías supo explotar a su favor, por ser él un mestizo pobre, despreciado por una oligarquía blanca.

Maduro recogió las banderas de Chávez y se atornilló en el poder, no porque él tenga el carisma del fallecido coronel golpista, sino porque quienes crecieron a la sombra del chavismo, como Diosdado Cabello, lograron consolidar un régimen de poder, en detrimento del viejo establecimiento y la derecha tradicional venezolana.

Recientemente, Maduro Moros espetó que “por las buenas o por las malas” va a ganar en las próximas elecciones. Buscará su tercer mandato. El cerramiento democrático en Venezuela es evidente y se expresó con la anulación de María Corina Machado como aspirante presidencial.

El Salvador, Nicaragua y Venezuela son responsables de que millones de sus connacionales hayan salido de sus territorios en busca del “sueño americano” en los Estados Unidos.

Bukele, Ortega y Maduro son tres sátrapas que gobiernan cada uno con una idea de democracia. Comparten, eso sí, que bajo sus regímenes “democráticos” no hay competidores legítimos porque ellos son los elegidos.



Imagen tomada de periódico digital El Liberal. 

viernes, 20 de octubre de 2023

MODERNIDAD, CONDICIÓN HUMANA Y CONFLICTO HAMÁS Y ESTADO DE ISRAEL

 

Por Germán Ayala Osorio

Las dos guerras mundiales pusieron en crisis el proyecto de la Modernidad. En adelante y a pesar de los horrores registrados, vistos y estudiados en esos dos lamentables escenarios de confrontación armada, la vida en el planeta continuó bajo la misma premisa que constituye a la vez, el más grande riesgo para la humanidad: la condición social de una especie que necesita de otros en una soñada solidaridad, para demostrar poder de intimidación y dominación a través de históricas y diversas estratagemas: las religiones y sus dioses, la política y el mercado (poder económico).

Aunque inconclusa, de la idea asociada al proyecto de la Modernidad pasamos rápidamente a la Postmodernidad sin haber comprendido del todo las causas y los efectos de esos dos cruentos escenarios en los que se probó que la pulsión de asesinar y someter es connatural a nuestra especie. El desarrollo económico y el progreso nos hicieron olvidar esas guerras y el Holocausto Nazi.

Las luchas ideológicas y militares en el marco de la Guerra Fría sirvieron también para probar la estupidez humana. Colombia aún sufre las consecuencias de esa ebullición y confrontación de ideas, contaminadas por la consecución de poder económico, en un mercado ilegal-legal, en el que se negocian armas, droga, vidas humanas, tierra y recursos naturales.

Luego vimos por televisión incursiones militares de los Estados Unidos, con el apoyo de países europeos en Afganistán e Irak, teatros de operaciones en los que se desató, en forma de Tormenta del Desierto, el instinto agresivo y la capacidad auto destructiva de los seres humanos. Claro, se hicieron bajo la égida de Estados “legítimos” que, ondeando una supremacía cultural Occidental, sometieron a pueblos enteros a la ignominia. Sus víctimas asumieron a los ejércitos invasores como defensores de pueblos pecadores, impíos, que requieren ser castigados y convertidos por otros dioses. Entonces, los expertos hablaron de la “guerra entre civilizaciones”.

El terrorismo de Estado nacería como una forma de degradación política de esa forma de dominación con la que se inauguró la modernidad: el Estado. Y el terrorismo de las guerrillas, milicias y de organizaciones calificadas como terroristas, también sirvió para confirmar que aquella pulsión es real y que las tres estratagemas usadas, también. Baste con recordar lo hecho por ETA, IRA y las guerrillas colombianas. Y por supuesto, el terrorismo de Estado, durante los gobiernos de Turbay Ayala (1974-1982), Álvaro Uribe Vélez (2002-2010) y el de Iván Duque (2018-2022).

Cómo olvidar los ataques terroristas del 11/9 en los Estados Unidos y la reacción temeraria del gobierno americano de entonces, que inició una “Cruzada internacional contra el terrorismo”, para castigar a quienes, según las fuentes oficiales, se atrevieron a atacar al más grande gendarme del mundo. Nuevamente, religión, poder militar y su intocable mercado y la política validando el carácter avieso de la condición humana.

Y detrás de todo lo anterior, el histórico conflicto entre Palestina e Israel seguía vigente, lo que implicó la consolidación de odios de lado y lado y la confluencia del terrorismo como arma política y moral, usada tanto por el Estado de Israel, como por la organización Hamás.

Con los brutales ataques de Hamás y del ejército israelí, vuelven los espectadores y los pensadores del mundo a poner de presente la preocupación de siempre: la posibilidad de que, el día de mañana, alguien obture “el botón rojo” que borre un continente entero.

Israel va camino a borrar del mapa a Palestina y a su pueblo, creyendo que así va a desaparecer a Hamás. Saben que Hamás no es una simple organización, sino un sentimiento, una visión de vida, auspiciada por Alá o por cualquier otro dios o Mesías. La permanencia de Hamás alimenta el mercado de las armas, el poder político de criminales de guerra como Netanyahu y la legitimidad de dioses que solo existen en las atormentadas vidas de miles de millones de seres humanos que necesitan de un dios para justificar sus animadversiones y resquemores contra aquellos que, por cualquier razón, no estamos dispuestos a soportar. Y la mejor forma de probarlo es ver cómo presidentes y comandantes militares, después de orar, salen a dar órdenes de asesinar; y otros, en la vida cotidiana, van a misa los domingos, para salir a maltratar vecinos, violar mujeres y violentar menores de edad.

Creo que es tiempo de ir pensando en dejar de lado religiones y Dioses salvadores y castigadores. Los problemas no los resolverán Alá o Jesucristo o cualquier otra idea de dios. Es más, los problemas no se van a resolver porque la especie humana, en sí misma, es el problema.



Imagen tomada de https://jesuschristformuslims.com/es/quien-es-nuestro-senor-dios-o-ala/


CIRO RAMÍREZ Y PIERRE GARCÍA SE CONOCIERON EN LA PICOTA

    Por Germán Ayala Osorio   Sorprendió a propios y extraños, pero no pasó desapercibida la confesión del excongresista uribista, Cir...