Por Germán Ayala Osorio
La democracia es quizás el sistema de poder que mejor da cuenta de las ambivalencias y los problemas de criterio de los ciudadanos que participan en los escenarios electorales, bien para elegir congresistas, presidentes, concejales, diputados o gobernadores. En particular hablo de la democracia electoral y sus mecanismos reglados que garantizan el voto y por esa vía la representación política.
Cuando al Congreso de la República llegan personajes con una baja o nula capacidad deliberativa e incluso con una evidente incapacidad para articular discursos coherentes, sesudos, serios, respetuosos y argumentados, entonces empezamos a cuestionar a la democracia electoral y a quienes en ejercicio del derecho a elegir, terminan llevando a ese escenario legislativo a personajes ignaros, verdaderos homúnculos, personas malhabladas, irresponsables con aquello de "representar al pueblo colombiano o por lo menos a sus electores" y en particular poco leídos. Un elemento no menor tiene que ver con que, por lo menos, sean buenas personas, con calidad humana. Llegar al Congreso bajo ese perfil hace que quienes ostentan la calidad de congresista no puedan sobrellevar el peso de la responsabilidad y la dignidad que deben asumir y que la sociedad les exige por ser legisladores. Al final solo les queda actuar como lobistas, mensajeros o como obedientes "mascotas" de los caciques, patrones o empresarios a los que les deben la curul.
En el actual Congreso de Colombia hay por lo menos seis congresistas (mujeres y hombres) que hacen pensar en que la democracia electoral necesita ajustes, a juzgar por la demostrada estolidez, la ignorancia supina y la arrogancia que les impide actuar con la dignidad que debería de acompañar a quienes tienen la responsabilidad de asumir el control político al gobierno y de proponer normas de beneficio colectivo.
La pregunta es: ¿Quiénes les dieron el voto? Por ejemplo, qué clase de ciudadanos eligieron a personajes como Miguel Polo Polo y Miguel Uribe Turbay, para nombrar solo a dos de los seis congresistas que la opinión pública identifica como verdaderos "golazos" que permite la democracia electoral. El primero de estos dos es un homúnculo, un hombrecillo básico, poco leído, vociferante, mal educado y sobre todo incapaz de articular un discurso elaborado que le dé altura al debate público. En su participación en la instalación del nuevo periodo legislativo dejó ver su pobreza discursiva, lo que sin duda alguna constituye una vergüenza para quien ostenta la dignidad de congresista. Quizás el origen "humilde y pobre" de Polo Polo le negó la posibilidad de haber disfrutado de una mejor educación y formación política.
Entre tanto, Miguel Uribe Turbay exhibe un origen de clase diferente al de su compañero congresista. Como nieto del inefable Julio César Turbay Ayala, Miguel Uribe tuvo acceso a una mejor educación. A pesar de esa positiva circunstancia, su discurso como agente opositor fue igualmente básico y con un bajo nivel conceptual. Al igual que Polo Polo, en su participación hizo referencia a hechos de la vida privada del presidente de la República, es decir, a su posible paseo en un parque en Ciudad de Panamá.
Le haría bien al nieto del expresidente Turbay Ayala (1978-1982) revisar su papel como congresista, si de verdad aspira algún día a ser presidente de la República, pues asumo que como "delfín" tiene el "derecho" a sentarse en el solio de Bolívar. Querer ganar puntos y buscar el aplauso y la bendición del expresidente Uribe Vélez lo convierte en un obsecuente congresista que solo sirve para hacer mandados. Hacer parte de la Oposición, en un régimen democrático, obliga a los congresistas a dar debates con altura y sobre todo, soportados en hechos. En particular, siempre espero que los congresistas exhiban un sólido dominio conceptual.
Aquellos que asumen la democracia electoral como la panacea y un escenario incuestionable, terminarán defendiendo a electores y elegidos por considerar que cualquier ciudadano que desee llegar al Congreso lo pueda hacer, a pesar del carácter infantil, de su nula capacidad argumentativa que le impide debatir con altura y sapiencia. Justamente, el Congreso de la República debe asumirse como el escenario en donde la retórica, las ideas y el dominio conceptual permiten dignificar el rol de congresista. Por el contrario, con legisladores como Polo Polo y Uribe Turbay, la democracia electoral termina por ser víctima de los graves problemas que arrastra el sistema educativo colombiano, la baja cultura política de elegidos y electores y por supuesto, de la tara civilizatoria que nos acosa como pueblo. A veces no es suficiente con egresar de las mejores universidades privadas o públicas del país o del exterior para actuar como un ciudadano moderno, civilizado y respetuoso de las otras dignidades. Hay un factor que no se aprende necesariamente en esos centros educativos, que se llama criterio. Y es claro que a los dos congresistas aquí nombrados, les falta criterio para actuar en la vida pública (política).