Por Germán Ayala Osorio
De la especie humana se ha dicho todo: desde la filosofía, la sociología, la política, la economía; desde el marxismo, la psicología y los estudios culturales. Esa capacidad para crear, recrear y reproducir símbolos de vida y muerte nos diferencia de los animales no humanos, apenas recientemente y después de largas luchas, aceptados como seres sintientes y por tanto sujetos de derechos. En general, los llamamos irracionales para explicar y justificar nuestra preponderancia y dominio, así nuestras decisiones, muchas veces irracionales, nos permitan calificar a los responsables de esas mismas decisiones, como animales y bestias con el único objetivo deshumanizarlos para poder eliminarlos física y simbólicamente.
Hemos aceptado que la naturaleza o la condición humana deviene aviesa, perversa, peligrosa, inmoral, pero igualmente fascinante por las expresiones de solidaridad, inventiva, resiliencia, eticidad, moralidad, amor y respeto. Podemos ser luz y oscuridad al mismo tiempo. Quizás ahí esté lo fascinante de esta especie que, además de dominante, es altamente disruptiva y depredadora que con sus huellas indelebles dio vida a la categoría que mejor recoge ese doble carácter de su condición y los riesgos para la vida en el planeta (no del planeta): el Antropoceno.
Por estos días que, una parte de la humanidad está ocupada viendo la Eurocopa de naciones, la final de la Copa América y que se apresta para disfrutar de los Juegos Olímpicos, es preciso dedicar unos minutos a pensar en lo que somos y representamos como seres humanos. Mientras el fútbol entretiene a millones de habitantes en el planeta, el Estado de Israel se dio a la tarea de exterminar al pueblo palestino por culpa del atroz ataque que perpetró el grupo Hamás contra "blancos" civiles en territorio israelí. Eso se llama genocidio, práctica que es bien vista por otros Estados, contratistas especializados en reconstruir ciudades y que están prestos a que una vez termine la "guerra", Israel inicie el proceso de gentrificación de la franja de Gaza bombardeada; y por supuesto, por los Señores de la Guerra que aumentan sus fortunas con cada guerra o conflicto armado que nace en algún rincón de la Tierra. Estos últimos saben que siempre habrá pelotones dispuestos a morir y matar por una bandera o por una Nación.
Fútbol, Olimpiadas, las guerras y los conflictos armados tienen varios elementos en común: el capital, el poder político y organizaciones de alcance mundial. Para las guerras, bien sea para matizar sus efectos o para evitarlas o alentarlas está la ONU. Para disponer que millones de seres humanos estén pendientes de torneos de fútbol está la FIFA. Y para las olimpiadas, el COI.
ONU, FIFA y COI son organizaciones en las que la aviesa, pero fascinante condición humana se congrega en torno al poder político mundial de países que fungen como potencias económicas, deportivas y militares; también, por supuesto, a los intereses de los Señores de la Guerra y del Deporte, casi todos hombres cuyas decisiones terminan pareciéndose hasta en el lenguaje. Varios filósofos han dicho que habitamos en la lengua, que el lenguaje es "nuestra casa"; que somos lo que decimos; que cuando hablamos o escribimos, nos desnudamos, demostramos lo que somos. Dejamos ver nuestras partes pudendas.
En el fútbol los narradores y comentaristas hablan de disparos (al arco). Los Señores de la Guerra, también; en el mismo deporte masivo, los periodistas deportivos hablan de las "armas" que tiene Colombia para hacerle daño a la Argentina. Y aunque un narrador colombiano dejó de usar la expresión "el pase de la muerte", sus colegas insisten en decir que al rival hay que "matarlo", "acabarlo", "someterlo", "liquidarlo".
Cuando Colombia derrotó a la Argentina 5 a 0 en el Monumental de Núñez, ese glorioso, pero violento 5 de septiembre de 1993, hubo peleas callejeras y muertos. Y como en cualquier guerra, víctimas inocentes. Y todo por un partido. Ese día uno de los locutores habló de que Colombia había "masacrado" a los argentinos de Basile. Que era una "masacre".
El lenguaje de la guerra o el de los conflictos armados se parece mucho al lenguaje deportivo, en particular, al que sirve para comentar los partidos de fútbol. Entonces, escuchamos a hablar de "guerreros", "gladiadores" y "héroes"; también hablan los periodistas deportivos de "gestas", de "batallas", de resultados épicos, de conquistas.
El problema no radica en los usos particulares de la lengua al momento de narrar partidos. El asunto de fondo está en que a través del lenguaje la condición humana, en particular la parte más aviesa, se expresa no solo para mover las fibras de hinchas, sino para dar cuenta de la cantidad de intereses que hay detrás de ese deporte espectáculo llamado fútbol.
Mientras millones estaremos pendientes de la final entre Argentina y Colombia, en Gaza el sionista ejército de Israel juega su propio partido. Ese cuyo único objetivo es acabar con el último palestino vivo que ronde por la extensa franja de Gaza y los territorios ocupados. Los jugadores, campeones o subcampeones, recibirán medallas y obtendrán la "gloria". Los soldados israelíes también recibirán medallas. Unos y otros, héroes, guerreros, combatientes. Todos juntos, como quien escribe esta columna, atados a esa condición humana que nos hace fascinantes, para el bien o para el mal.
Imagen tomada de Quora
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