Por Germán Ayala Osorio
La inauguración de los juegos Olímpicos de París fue estéticamente bien lograda y con una simbología que debería de suscitar reflexiones sobre la historia de la civilización y en particular, en torno a los miedos, vacíos, angustias, tensiones, vocaciones y perversidades de esa compleja condición humana.
Francia se lució y aprovechó la oportunidad para mandar un mensaje de hermandad, como lo hicieron otros países en ediciones anteriores. Pero todos sabemos que ese mensaje de unión, igualdad, fraternidad y hermandad viene atado inexorablemente a esa condición humana de la que podemos esperar lo más bello y sublime, pero también lo más atroz.
Los procesos civilizatorios, incluidos en estos las disciplinas deportivas, están fundados en la competencia, leal o desleal, en el sometimiento del adversario, competidor o enemigo; en las satisfacciones que generan las victorias y los dolores y la desazón que producen las derrotas. Quizás la búsqueda del "super hombre" sea un elemento distintivo en deportes masivos como el ciclismo en el que la ciencia médica, laboratorios y farmacéuticas son las responsables de formar súper atletas, hombres invencibles. Igual sucede en el atletismo, con aquellos que desean ser los más veloces o los más resistentes. Todos esos esfuerzos apuntan a vencer los límites de una condición humana naturalmente débil frente a extremas condiciones climáticas y las que imponen escenarios bélicos y los asociados a la explotación de comunidades agrarias o mineras en continentes previamente sometidos por potencias económicas y militares. Francia, no podemos olvidarlo, hace parte de esas naciones que han esquilmado países africanos, previamente convertidos en sus colonias.
Insisto en que las olimpiadas son escenarios pensados para unir a las naciones por un largo mes y para distraer a la opinión pública planetaria de los horrores del genocidio que viene cometiendo Israel contra el pueblo palestino en la franja de Gaza. Están diseñadas estas justas deportivas para competir para saber quiénes son los mejores en las diversas disciplinas, los más aptos y con mejores capacidades mentales y físicas.
"Tanto el terrorismo como el genocidio proceden de nuestra naturaleza tribal. Y es una conducta que problablemente llevemos inscrita en nuestro código genético, pues no se me ocurre otra razón para que, como masa, hagamos cosas que sólo los peores sociópatas harían en solitario. El genocidio y el terrorismo no son sólo males de nuestros enemigos: todos somos capaces de ellos si se pulsa la tecla adecuada. La civilización sólo ha hecho un poco más asépticas esas horribles tendencias" (p.28).
Los medallistas exhibirán con orgullo las preseas y se arroparán con sus respectivas banderas como símbolo de supremacía. Y los medios masivos cumplirán con la tarea de elevar a los atletas que romperán récords mundiales y olímpicos a esa condición de súper humanos, de súper dotados. Y como el mundo sigue siendo masculino, infortunadamente, los focos casi siempre se pondrán sobre los hombres, en particular en los atletas más veloces en los 100 metros en natación y atletismo.
En las guerras también se compite por la supremacía étnica o aquella articulada a formas culturales asumidas como excelsas y con un sentido positivo en cuestiones civilizatorias que servirán aún más para diferenciar al Norte opulento, del Sur empobrecido.
Los mundiales y los olímpicos son encuentros humanos y en estos siempre aparecerán las más bellas intenciones, pero también el afán o la necesidad de vencer, someter y reclamar un lugar privilegiado en el que así el deportista no lo quiera o poco le importe, su origen siempre servirá para representar formas o ejercicios de poder político y económico asociados a las banderas de sus países.
Las olimpiadas de París son un bálsamo para quienes sufren las tragedias humanitarias o los embates de Gaia que, de acuerdo con James Lovelock, se estaría vengando de lo que le hemos hecho al deforestar, contaminar y degradar ecosistemas frágiles y al poblar de la manera como lo hemos hecho. Los Juegos Olímpicos bien pueden entenderse como el sueño de una humanidad convencida de que a través de las prácticas deportivas podemos abandonar aquellas pulsiones que nos han llevado por los caminos de la barbarie.
Mientras cientos de miles de ciudadanos celebrarán con orgullo las medallas que consigan los atletas de cada nación, habrá otros tantos y quizás aquellos mismos, aplaudiendo cada mujer, niña o niño asesinado por el ejército sionista de Israel. Y así como los deportistas ganarán medallas, los militares asesinos, también.
Imagen tomada de La Razón