Por Germán Ayala Osorio
Las medidas de protección económica adoptadas por el
presidente de los Estados Unidos, Donald Trump y la criminalización de los
migrantes están atadas al largo y sostenido proceso de globalización en el que a
pesar de que el mundo se interconectó y se hizo pequeño gracias al triunfo del
capitalismo, los sentimientos endogámicos, fundados en supremacismos étnico-civilizatorios
siempre estuvieron presentes en quienes vieron los riesgos y sufrieron los
efectos de la llegada de millones de migrantes del sur global, convertido por
largo tiempo en la cantera y la letrina de las fuerzas económicas del ampuloso
norte.
Aunque las responsabilidades son mutuas por los sistemáticos encontronazos
culturales entre locales y foráneos, entre civilizados e incivilizados, las
culpas siempre señalan hacia ese grupo poblacional universal en el que
confluyen africanos, asiáticos y latinoamericanos, asumidos como indeseables
plagas en los encuentros cotidianos, pero útiles instrumentos de trabajo para
producir la riqueza con la que los países ricos seguirán dominando a aquellos
que de manera desesperada buscan el deseado desarrollo económico.
La estigmatización de los inmigrantes no es un asunto exclusivo
de los Estados Unidos. En varios países de la civilizada Europa la xenofobia
que despertó la migración de latinos y africanos ha sido brutal. Esos comportamientos
hostiles hacia los migrantes vienen aupados desde gobiernos y sectores societales
que se cansaron de tener que soportar prácticas culturales consideradas impuras
e incivilizadas, a lo que hay que sumar medidas económicas de protección
humanitaria (subsidios) hacia quienes llegaron al viejo continente y a los
Estados Unidos en busca de mejores condiciones de vida.
En esta etapa que recién inaugura Trump hay que recordar los
riesgos y las tensiones de las que habló Bauman cuando escribió La Globalización,
consecuencias humanas. “La globalización divide en la misma medida que une:
la causa de la división son las mismas que promueven la uniformidad del globo. Los
procesos globalizadores incluyen una segregación, separación y marginación
social progresiva”.
Trump no busca exclusivamente “volver a hacer grande a América”
sino que le está apostando a limpiar su país de los efectos culturales e
incluso raciales que dejaron años de una hibridación cultural sostenida por la
necesidad de trabajo de millones de ilegales y el aprovechamiento económico y
político del “sistema gringo” permeado desde hace tiempo por un ethos mafioso
que se creía exclusivo de países como Colombia, Perú y otros tantos de centro
América.
Para lograr la grandeza y la limpieza, Trump necesita, vaya
contradicción, de ciudadanos migrantes, en particular latinos que denigren de
su origen y sean capaces de hablarles duro, en español, a aquellos gobiernos
que les dé “arrebatos de dignidad y soberanía”. El cubano americano Marco Rubio
es un buen ejemplo de esas fichas a las que apela el octogenario putero para
consolidar su proceso de limpieza étnica y de animadversión migratoria hacia
América Latina. Por supuesto que Colombia también ofrece su cuota. El
congresista republicano, Bernie Moreno, es otra ficha clave para las intenciones
del presidente de los Estados Unidos. Moreno dejó ver su enorme desprecio hacia
Colombia al momento de proponerle a su ídolo que impusiera sanciones económicas
al país.
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