Por Germán Ayala Osorio
Las dos guerras mundiales
pusieron en crisis el proyecto de la Modernidad. En adelante y a pesar de los
horrores registrados, vistos y estudiados en esos dos lamentables escenarios de
confrontación armada, la vida en el planeta continuó bajo la misma premisa que constituye
a la vez, el más grande riesgo para la humanidad: la condición social de una
especie que necesita de otros en una soñada solidaridad, para demostrar poder
de intimidación y dominación a través de históricas y diversas estratagemas:
las religiones y sus dioses, la política y el mercado (poder económico).
Aunque inconclusa, de la idea
asociada al proyecto de la Modernidad pasamos rápidamente a la Postmodernidad
sin haber comprendido del todo las causas y los efectos de esos dos cruentos
escenarios en los que se probó que la pulsión de asesinar y someter es
connatural a nuestra especie. El desarrollo económico y el progreso nos
hicieron olvidar esas guerras y el Holocausto Nazi.
Las luchas ideológicas y
militares en el marco de la Guerra Fría sirvieron también para probar la
estupidez humana. Colombia aún sufre las consecuencias de esa ebullición y
confrontación de ideas, contaminadas por la consecución de poder económico, en
un mercado ilegal-legal, en el que se negocian armas, droga, vidas humanas,
tierra y recursos naturales.
Luego vimos por televisión incursiones
militares de los Estados Unidos, con el apoyo de países europeos en Afganistán e
Irak, teatros de operaciones en los que se desató, en forma de Tormenta del Desierto,
el instinto agresivo y la capacidad auto destructiva de los seres humanos.
Claro, se hicieron bajo la égida de Estados “legítimos” que, ondeando una supremacía
cultural Occidental, sometieron a pueblos enteros a la ignominia. Sus víctimas asumieron
a los ejércitos invasores como defensores de pueblos pecadores, impíos, que
requieren ser castigados y convertidos por otros dioses. Entonces, los expertos
hablaron de la “guerra entre civilizaciones”.
El terrorismo de Estado nacería
como una forma de degradación política de esa forma de dominación con la que se
inauguró la modernidad: el Estado. Y el terrorismo de las guerrillas, milicias
y de organizaciones calificadas como terroristas, también sirvió para confirmar
que aquella pulsión es real y que las tres estratagemas usadas, también. Baste
con recordar lo hecho por ETA, IRA y las guerrillas colombianas. Y por
supuesto, el terrorismo de Estado, durante los gobiernos de Turbay Ayala
(1974-1982), Álvaro Uribe Vélez (2002-2010) y el de Iván Duque (2018-2022).
Cómo olvidar los ataques
terroristas del 11/9 en los Estados Unidos y la reacción temeraria del gobierno
americano de entonces, que inició una “Cruzada internacional contra el
terrorismo”, para castigar a quienes, según las fuentes oficiales, se
atrevieron a atacar al más grande gendarme del mundo. Nuevamente, religión,
poder militar y su intocable mercado y la política validando el carácter avieso
de la condición humana.
Y detrás de todo lo anterior, el histórico
conflicto entre Palestina e Israel seguía vigente, lo que implicó la consolidación
de odios de lado y lado y la confluencia del terrorismo como arma política y moral,
usada tanto por el Estado de Israel, como por la organización Hamás.
Con los brutales ataques de Hamás
y del ejército israelí, vuelven los espectadores y los pensadores del mundo a
poner de presente la preocupación de siempre: la posibilidad de que, el día de
mañana, alguien obture “el botón rojo” que borre un continente entero.
Israel va camino a borrar del mapa
a Palestina y a su pueblo, creyendo que así va a desaparecer a Hamás. Saben que
Hamás no es una simple organización, sino un sentimiento, una visión de vida, auspiciada
por Alá o por cualquier otro dios o Mesías. La permanencia de Hamás alimenta el
mercado de las armas, el poder político de criminales de guerra como Netanyahu
y la legitimidad de dioses que solo existen en las atormentadas vidas de miles
de millones de seres humanos que necesitan de un dios para justificar sus animadversiones
y resquemores contra aquellos que, por cualquier razón, no estamos dispuestos a
soportar. Y la mejor forma de probarlo es ver cómo presidentes y comandantes
militares, después de orar, salen a dar órdenes de asesinar; y otros, en la
vida cotidiana, van a misa los domingos, para salir a maltratar vecinos, violar
mujeres y violentar menores de edad.
Creo que es tiempo de ir pensando
en dejar de lado religiones y Dioses salvadores y castigadores. Los problemas
no los resolverán Alá o Jesucristo o cualquier otra idea de dios. Es más, los
problemas no se van a resolver porque la especie humana, en sí misma, es el problema.
Imagen tomada de https://jesuschristformuslims.com/es/quien-es-nuestro-senor-dios-o-ala/
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