jueves, 19 de octubre de 2023

¿CANDIDATURAS INDEPENDIENTES O ESTRATEGIAS DE ENGAÑO?

 

Por Germán Ayala Osorio

 

A pocos días de las elecciones regionales, aparecen en la escena electoral varios candidatos a alcaldías de ciudades como Bogotá, Cali y Medellín, cuyas candidaturas están soportadas en “movimientos ciudadanos” con los que, de manera engañosa, pretenden hacerle creer a propios y extraños que sus aspiraciones están alejadas de los desacreditados partidos tradicionales. Adicionalmente, se presentan como “independientes” de las sempiternas maquinarias electorales y políticas y de los intereses siempre mezquinos de los grandes contratistas del Estado. Con esas prácticas sinuosas, esos movimientos ciudadanos y la democracia se vuelven como el papel, esto es, fácilmente deleznable.

Miremos varios ejemplos. En Cali, el candidato de la derecha, Alejandro Eder, inscribió su candidatura bajo el Movimiento Revivamos Cali. En la campaña de 2019, el nombre de su pasajera microempresa electoral se llamó Compromiso Ciudadano por Cali. De manera ladina, Eder pretende ocultar que lo acompañan los partidos Cambio Radical, de Vargas Lleras, una de las colectividades con más señalamientos por actos de corrupción cometidos por políticos apoyados por esa empresa electoral e incluso, por sus militantes y dirigentes. Varios de ellos condenados por homicidio y delitos contra la administración pública. De la U y del partido Conservador también lo están apoyando. 

Aunque lo negó en un reciente debate, en los mentideros políticos se dice que cuenta con el respaldo de varios políticos del Centro Democrático, partido desprestigiado por cuenta de la sistemática pérdida del teflón mediático de su propietario, el expresidiario y expresidente, Álvaro Uribe Vélez.

En la Capital del Cielo, el contrincante político de Eder, Roberto Ortiz, también aplicó la misma fórmula. Su movimiento se llama Firme con Cali. Al igual que Eder, el populista de derecha, reconocido en la ciudad por el juego del chance llamado El Chontico, le oculta a los votantes qué estructuras políticas y clientelares lo apoyan en su aspiración, la tercera, de convertirse en alcalde de la capital del Valle del Cauca.  A Ortiz lo respalda el partido Liberal y la U, de Dilián Francisca Toro.

Otro político que también hizo lo mismo que Eder y Ortiz en Cali, pero en Medellín, es Federico Gutiérrez, quien presentó su nombre a los paisas bajo su movimiento ciudadano, Creemos. Todos saben en Antioquia y en Medellín, que “Fico” es el ungido, nuevamente, de Uribe Vélez, quien insiste en seguir siendo un gran elector a pesar de que su figura se asocia a la corrupción y a la violencia política institucionalizada. Hay que recordar que el expresidente está imputado por los graves delitos de fraude procesal y manipulación de testigos, más centenares de investigaciones en Fiscalía, Corte Suprema de Justicia y Comisión de Acusaciones (Absoluciones) de la Cámara de Representantes.

Y en Bogotá, otro candidato que insiste en presentarse como “independiente” es Carlos Fernando Galán, hijo del inmolado político, Luis Carlos Galán Sarmiento. Su candidatura la inscribió bajo el emblemático partido Nuevo Liberalismo. Claramente, Galán quiere, tardíamente, recuperar el buen nombre de esa colectividad, asociado, por supuesto, a la imagen positiva que dejó su padre. Galán hijo, empezó su carrera política en Cambio Radical, el mismo en el que estuvieron el criminal Kiko Gómez y la controvertida política, Oneida Pinto. Incluso, Galán llegó a ser presidente de esa malograda colectividad política (2011-2012). Detrás de Carlos Fernando Galán están los amigos del “vendedor de buses”, Enrique Peñalosa y los contratistas de siempre.

Así las cosas, todos los movimientos ciudadanos por firmas no son otra cosa que una fachada y la estratagema política-electoral de quienes creen posible engañar a los votantes, presentándose como independientes, cuando los acompañan los vicios y las prácticas politiqueras que convirtieron la democracia colombiana en una formalidad.

Como régimen de poder, la democracia se ha servido de los partidos políticos no solo para mantener altos niveles de legitimidad, sino para darle a la competencia electoral un carácter institucional y formal, en aras de consolidar la idea de que esas asociaciones trabajan para el bien del colectivo.

Es claro que hoy en el mundo los partidos políticos tradicionales devienen en una profunda crisis identitaria, asociada al debilitamiento de sus ideas y programas. Las dificultades que enfrentan estas organizaciones políticas deben conectarse de manera directa y clara con la “evolución” de las sociedades, cuyos miembros deambulan entre llevar sus vidas ancoradas con rigor a lo que se conoce como el individualismo posesivo y/o insistir en la defensa de lo público, esto es, lo que nos interesa y conviene a todos. Al final, a los movimientos de Eder, Ortiz, Gutiérrez y Galán, llegan ciudadanos imbuidos en el individualismo posesivo y por supuesto, en la consecución de un puesto, una beca, un contrato.

El péndulo parece quedarse del lado de la primera circunstancia, lo que explica aún más el debilitamiento de los partidos y el surgimiento de microempresas electorales o sectas-partidos, guiadas por líderes-pastores, como sucede con el Centro Democrático, Cambio Radical y la U, entre otros tantos, que fungen más como mesías e iluminados, que como dirigentes políticos defensores coherentes de una particular ideología partidista y preocupados por el futuro de las grandes mayorías.  Se trata de liderazgos ancorados a hombres megalómanos que en lugar de formar cuadros para que los sucedan en un inmediato futuro, insisten en que son los únicos capaces de gobernar, pero, sobre todo, los únicos a los que se les pueden ocurrir las ideas de cambio que se necesitan para reorientar la vida económica, social y política del país.

Hay que decir que las crisis de los partidos políticos  no es un asunto exclusivo de la restringida democracia colombiana, aunque es posible que la sostenida crisis de los partidos tradicionales, e incluso, su eventual desaparición como estructuras legítimas y centros de pensamiento,  se note más y tenga mayores efectos en un país como Colombia en el que lo que más desprecian los operarios políticos es aquello de fortalecer y respetar la institucionalidad, aunque en precisos y convenientes momentos, salen a defenderla.


Imagen tomada de EL TIEMPO


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