Por Germán Ayala Osorio
Después de calificar como “carnicería”
y genocidio lo que viene haciendo el ejército de Israel en contra el pueblo palestino
en la franja de Gaza, se evidencia la crisis de legitimidad de la ONU y se pone
de presente la complicidad política de las potencias mundiales, como los
Estados Unidos, con el Estado sionista responsable de la execrable escabechina.
Las acciones criminales de Israel
y de Hamás exaltan una realidad asociada a la aviesa condición humana: el
riesgo de vivir. Hay suficientes evidencias en el pasado que confirman ese carácter
avieso de la especie humana: baste con recordar las dos guerras mundiales,
varios conflictos armados internos que se degradaron, como el colombiano, y el
Holocausto nazi contra el pueblo judío. Este último, en el pasado fue víctima,
hoy funge como un victimario, interesado en demostrarle al resto del mundo que “son
el pueblo elegido” y que los palestinos no merecen vivir.
Somos la única especie sobre la Tierra
que “mata más y mejor”. La única que todos los días avanza técnica y
científicamente para someter, masacrar o desaparecer a un pueblo X, previa elección
o decisión de un presidente o de general de una República militarmente
preparada para adelantar esos propósitos que ya no tiene mayor sentido descalificarlos
desde una perspectiva moralizante. No.
Quizás sea tiempo de consolidar
una narrativa que nos lleve a comprender que los “riesgos de vivir” son
connaturales a la condición humana. De esa manera, erosionamos las
justificaciones que militares, políticos, presidentes, expresidentes e
individuos a lo largo y ancho del mundo expresaron después de que Israel sufriera
el cruento ataque de Hamas. Por esa misma vía, marchitamos las ideologías y
ponemos en crisis los discursos teológicos con los que se pretenden justificar la
pulsión humana de tener o querer asesinar, de manera colectica o individual, a
quien se considera enemigo, impío, pecador o simplemente indigno por no hacer
parte de la elección caprichosa de una deidad.
Esa narrativa nos debe llevar a
evitar aludir a cada Dios presente en las culturas, para justificar masacres,
violaciones o genocidios. El problema no está en los dioses: está en nosotros,
en nuestra perversidad, estolidez, pues finalmente fueron creados para ese
cometido. Las religiones y con estas las figuras deíficas son los sólidos
parapetos en los que ocultamos y matizamos la pulsión de asesinar, someter,
estigmatizar y masacrar.
También debemos aceptar que no
hay forma ni camino alguno que nos lleve a vivir en un paraíso en el que corran
ríos de miel y leche, en los que nos sumerjamos para amarnos unos a los otros.
No. Ni siquiera en escenarios postnaturaleza o en los asociados al poshumanismo
será posible.
A pesar de las multitudinarias
marchas en rechazo al genocidio israelí y la consecuente defensa del pueblo
palestino, organizadas en ciudades importantes de USA y Europa, la vida continúa,
el planeta sigue girando y cada sociedad enfrenta sus propias realidades, las
mismas que les impide ocuparse de lo que ocurre en Gaza.
Imagen tomada de The Conversation
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