domingo, 3 de marzo de 2024

POLÍTICOS “VISAJOSOS Y LÁMPARA”: EL ENVILECIMIENTO DE LA POLÍTICA

 

Por Germán Ayala Osorio

 

La política, como actividad pública, se sostiene del ejercicio del poder, sea este legítimo y legal, pero también puede soportarse en acciones y decisiones ilegales, pero legítimas. Y a la política llegan toda clase de individuos que, en el marco de la democracia representativa, contradictoriamente, poco o nada aportan a la consolidación del régimen democrático y mucho menos a la dignificación de la política. Han llegado borrachos y patanes al Concejo de Bogotá, como el concejal Lucho Díaz; al Congreso llegan figuras “simpáticas” como Anatolio Hernández, recordado porque le “soplaron” cómo tenía que votar un proyecto; o el recordado “manguito”. Por estos días caminan por el legislativo nacional, personajes como Jota P Hernández y Polo Polo, ignaros de la cosa pública, pero “reconocidos” en las redes sociales por su lenguaje procaz, racista, fascista y violento.

A lo largo de la historia de Colombia hemos escuchado en el Congreso de la República a congresistas con gran oratoria, asociada a una gran capacidad discursiva. Baste con recordar a Jorge Eliécer Gaitán Ayala, Horacio Serpa Uribe y el hoy presidente de la República, Gustavo Petro Urrego. Sus magistrales intervenciones, en términos argumentativos, dignificaron el debate como función y actividad propia de los congresistas. Hoy, quedan muy pocos, porque varios están interesados en desbaratar el quorum para no tener que escuchar a quienes desprecian, pero, sobre todo, lo hacen por miedo a que los terminen convenciendo por la calidad de los argumentos esgrimidos.

Ahora vemos desfilar por concejos y en el mismo Congreso, pistoleros como el concejal Escobar de Cali, “influenciadores” y “youtubers” que, de la nada, se volvieron virales y por arte de birlibirloque, en políticos “visajosos y lámpara” en busca de likes con los que ocultan su precaria formación académica, pero, sobre todo, su bajo capital cultural.

No pasó mucho tiempo para que aquellos llegaran a la política: nacieron más o menos en el 2004 los llamados “youtuber” o “influenciadores”. Por estos días aparecieron en la vergonzante escena pública los concejales Julián Forero, alias Fuchi, y Ángelo Shiavenato. El primero, lo hizo enfrentando a la policía desde la sempiterna expresión “Usted no sabe quién soy”; y  tomados de la mano, los concejales subieron una moto al edificio legislativo para demostrar que son “visajosos” y “lámpara”. Ambos llegaron al Concejo de la capital del país con el apoyo electoral y político de Rodrigo Lara Restrepo. Hay que recordar la escena en la que Lara Restrepo quiso enfrentarse a golpes con un vigilante.

La posibilidad de ver en el Congreso a personajes como Polo Polo y Jota P Hernández dice mucho de la apertura del cerrado régimen democrático, pero también habla de un ascenso social y político que contrario a lo que se pueda pensar, empobrece el ejercicio de la política y en particular, anula la posibilidad de debatir con argumentos, en una sociedad que se acostumbró a que gane el más macho, el más violento, el más patán.

Dice la escritora y columnista, Piedad Bonnet, que “esta es una época que ama lo chirriante y desmesurado. De ahí que un tipo como Trump seduzca a medio mundo a punta de cinismo, grosería, rudeza, y mal gusto –los tennis dorados que acaba de lanzar para recoger fondos han sido perfectamente calculados por sus asesores-. A su público le divierten sus expresiones machistas, xenófobas, racistas, y lo tiene sin cuidado que haya estafado, engañado al fisco o promovido descaradamente el asalto al capitolio”.

En Estados Unidos deben lidiar con los millones de Donald Trump que aman la patanería, la xenofobia, el machismo y el racismo. Por los lados de Colombia la cosa no es muy diferente. A pesar del debilitamiento de la figura de Uribe Vélez, una parte importante de la sociedad sigue pensando que lo que este país necesita es “mano dura, un Padre violento, un Macho cabrío”.

Es cierto que una parte importante de la sociedad americana se siente cercana a las patanerías y al discurso básico de Trump. Ahora, si comparamos este momento histórico por el que atraviesa los Estados Unidos y su particular ejercicio de la política, con lo sucedido en Colombia en el 2002 con la irrupción de Álvaro Uribe Vélez, podríamos pensar que el país del Sagrado Corazón está superando esas formas azarosas, arcaicas, premodernas, desmesuradas y violentas maneras de entender y asumir la política. En su momento de mayor aceptación, la patanería de Uribe Vélez se legitimó de tal manera, que desde varios sectores de poder económico, mediático y político les pareció razonable que gobernara 12 años. Se sumó a la gran aceptación social, mediática y política, el presentarse como “un macho cabrío, capaz de dar en la cara marica” y el único decidido a acabar militarmente a las guerrillas, sin importar los costos y los daños “colaterales” que al final produjo su política de Seguridad Democrática: 6402 falsos positivos, millones de desplazados, cientos de desaparecidos y la degradación misional del Ejército nacional por aceptar en sus filas a unidades paramilitares.

En las elecciones de 2022 quedó probado que una parte de la sociedad colombiana sigue atada a las malas maneras, a la vulgaridad, al mal gusto, pero, sobre todo, a hombres públicos básicos en sus maneras de expresarse. Recordemos que la derecha le apostó a elegir como presidente de la República a Rodolfo Hernández, un “cucho” mal hablado, grosero, básico, parroquial, machista y con una gran dosis de cinismo. Fue, para muchos, nuestro Donald Trump. Por fortuna, fue derrotado.



Imagen tomada de Pulzo.

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