Por Germán Ayala Osorio
Iván Duque Márquez y Martha Lucía Ramírez, así como el comandante de la Policía, el general Jorge Luis Vargas, no aceptaron el calificativo de masacre que la ONU dio al informe que entregó a Colombia, a propósito de los hechos acaecidos en Bogotá los días 9 y 10 de septiembre de 2020.
Después de la poco creíble solicitud
de perdón que hizo la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, las críticas desde
otros sectores políticos no se hicieron esperar, en relación con la conclusión
a la que llega la ONU en su informe.
La reacción de Iván Duque, en el
marco de un evento oficial frente a la tropa, en relación con el epíteto de <<gobierno
asesino>> que lanzó Gustavo Petro en referencia a la masacre policial del
9 y 19 de septiembre, el huésped de la
Casa de Nariño dijo lo siguiente:
“quienes
asesinaron policías, quienes secuestraron, quienes pretendieron tomarse la sede
de la justicia de nuestro país y que dejaron un macabro recuerdo no pueden
venir a hablar de honor frente a quienes siempre han obrado del lado de la
legalidad…he sido y seré un demócrata y nunca he empuñado un arma para
justificar ninguna causa y nunca lo haré. Uno de los grandes errores que se han
cometido en Colombia, históricamente, es el relativismo moral que se ha tenido
con quienes han tratado de justificar asesinatos, secuestros y reclutamiento, minas
antipersonales con ribetes y aromas políticos. Esas conductas son criminales e
ilegales. Y no pretendemos ahora modificar la historia, pero que no pretendan
también los beneficiarios de la impunidad que nunca respondieron por esos
crímenes tratar de sacar un dedo inquisidor cuando se han surtido los debidos
procesos sobre todo, frente a quienes protegen a toda la ciudadanía del país”
Sin duda, Duque exhibió su molestia
frente a lo dicho por Petro, insistiendo en una parte del relato oficial que
señala que el hoy candidato de la Colombia Humana participó de la toma del
Palacio de Justicia, cuando no fue así. Lo dicho por Iván Duque amerita un
rápido análisis. En varias columnas he hecho referencia a que Iván Duque Márquez es, además de
obsecuente con su Patrón, un político fatuo y retador. A esas características
hay que sumarle que es un defensor de oficio de la institucionalidad castrense
y policial, ancorada esa defensa en una ciega confianza en la legalidad de las acciones adelantadas por
policías y militares. Lo que más preocupa de Duque es que moralmente
descalifica a quienes se levantaron en armas contra el Estado, al tiempo que justifica
y minimiza los crímenes cometidos por miembros de la fuerza pública, por el
simple hecho de estar del lado de la institucionalidad estatal.
Considera Iván Duque que haberse
levantado en armas es un acto inmoral y criminal que no tiene ninguna
justificación. Hay que recordarle que fue el mismo presidente Belisario
Betancur quien reconoció que había unas <<causas objetivas>> que
explicarían y legitimarían el levantamiento de las guerrillas en los años 60.
Además, el marco contextual de la época de alguna manera abocó a que el
malestar social y político impulsara a un grupo de ciudadanos a levantarse en
armas contra el Estado. Intenta fortalecer su argumento moral, señalando que él
jamás empuñó un arma y que jamás lo haría. Esa opción de vida es respetable y
millones de colombianos la hemos adoptado, pero no por ello estamos dispuestos
a justificar y aceptar las acciones
oprobiosas, criminales y mezquinas de quienes son miembros de la élite que está
detrás del actual régimen de poder.
Que Duque Márquez haya tomado
distancia de lo que su padre, Iván Duque Escobar pensaba alrededor de Álvaro
Uribe cuando fungía como director de la Aerocivil, e incluso, haya reversado lo
que de joven pensaba del mismo que años después sería su mentor, confirma su
pusilánime carácter, el mismo con el que hoy defiende a dentelladas la
institucionalidad estatal, así esta venga manchada de sangre.
Habla de relativismo moral, pero
Duque cae justamente en la trampa en la que, según él, cayó el país. No se
trata de justificar y mucho menos de
olvidar los crímenes cometidos por las guerrillas, de lo que se trata es de
aceptar que todos los actores armados, incluidos los miembros de la fuerza
pública, violaron los derechos humanos y el DIH. Al ubicarse como un terco
defensor del establecimiento, Duque Márquez cae en el craso error de creer a
pie juntillas en la legalidad, solo por el hecho de que esta viene de una
fuente oficial dominante.
Y de contera, Duque, nuevamente, deja
ver su molestia con los procesos de paz e incluso, con la decisión política de
la que en su momento participó Uribe Vélez, al plantear una política de perdón
y olvido para el M-19. Olvida el señor Duque que a la amnistía e indulto que
benefició a Petro y a otros guerrilleros, incluidos los que hoy militan en el
Centro Democrático, fue ofrecida a los militares que participaron de la retoma
del Palacio de Justicia. Que no hayan
querido participar o hacer parte, aduciendo cuestiones de honor, no invalida la
decisión de pasar esa página de nuestra violenta historia política.
La historia de este país está
manchada de sangre, señor Duque. Su postura moral y política no lo hace mejor
ciudadano, pues el haber sido congresista y nominalmente presidente de la
República, lo hacen responsable de los crímenes y vejámenes que en nombre de la
patria vienen cometiendo los hombres en armas que hoy están bajo su mando.
Lo sucedido en Bogotá fue una masacre
y así quedará registrado en la historia política de Colombia. Y por más que
desconozca ese informe, el país sabe que sobre su espalda recaen
responsabilidades políticas. Su lealtad a la institucionalidad castrense y
policial no lo convierte en demócrata. Usted está lejos de serlo. Los crímenes
de Estado cometidos entre el 2018 y el 2022 son y serán la prueba de su talante
fatuo, retador, inmoral, pero sobre todo, de ser un aprendiz de sátrapa.
Imagen tomada de Colombia.com
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