Por Germán Ayala Osorio
Se necesitaría de un profundo estudio sociológico para encontrar las razones y circunstancias que ayuden a explicar lo que en la calle llaman “el despertar de un pueblo frente al régimen uribista”. Mientras ese estudio se realiza, revisemos algunos hechos que en el pasado pudieron contribuir a ese despertar.
Hay quienes aseguran que el
estallido social fue el punto de quiebre de lo que en su momento se llamó el unanimismo
ideológico vivido entre el 2002 y el 2010. No necesariamente fue ese acontecimiento
el parteaguas del que aquí se habla, aunque sí fue determinante especialmente
en los sectores populares que luego terminaron apoyando la candidatura presidencial
de Gustavo Petro y el discurso del Cambio, que de todas maneras venía asociado
a la superación de los aciagos años que vivió el país en los 20 años que duró
el uribismo
en el poder: disímiles formas de violencia contra los jóvenes, privatización
del Estado, aumento de la pobreza, abandono del campo y estigmatización del
campesinado, incluidas las comunidades afros e indígenas), deforestación de las
selvas por la vía de la potrerización y la consolidación del modelo de la gran
plantación (monocultivos) y la minería legal-ilegal.
En los tiempos del Embrujo Autoritario,
en universidades privadas y públicas se vivieron las primeras acciones de ese “despertar”
consistente en hacer contra discurso a las narrativas periodísticas que insistían
en que, a pesar de escándalos y posteriores condenas de sus más cercanos colaboradores
ministeriales, Álvaro Uribe Vélez seguía siendo el Gran Colombiano, esto es, un
“político honorable, el muro de contención del comunismo y el que les
devolvió la tranquilidad a los colombianos”.
En esos espacios universitarios se
vivieron enfrentamientos entre profesores críticos de Uribe y estudiantes uribizados
que llegaban a las aulas convencidos de todas las bondades morales y éticas con
las que la prensa hegemónica coadyuvó a la construcción de esa invención
mediática que se llama Álvaro Uribe Vélez. Las directivas de varias de esos claustros
privados se hicieron sentir relegando a valiosos, estructurados profesores que
cometieron el “error” de atreverse a criticar a Uribe. En reuniones de padres
de familia realizadas en varias universidades privadas, los acudientes expresaban
sus preocupaciones a las directivas porque sus hijos contaban que les había
tocado ver clases con profesores “anti uribistas”.
Los docentes críticos de la
seguridad democrática y que investigaban los hechos del Plan Colombia y la Seguridad
Democrática y hurgaban en el pasado de Uribe en su paso por la Aerocivil eran
vistos como “amigos de los terroristas” por los alumnos que ciegamente creían
en la propaganda mediática y recogían como única verdad lo que escuchaban en
sus hogares.
Al poner a Santos en la
presidencia, Uribe pensó que podría dar continuidad a su temida política de
seguridad democrática y por supuesto consolidar la captura perniciosa del
Estado para el disfrute de unos pocos. Aunque Santos se la jugó por ponerle fin
al conflicto armado con las entonces Farc-Ep, las dos señaladas apuestas y banderas
del uribismo se ejecutaron tal cual lo planeado. La molestia del Patrón con Santos
obedece a que la negociación política en La Habana empezaría a aportar a lo que
más le teme Uribe: a la verdad que la JEP ayudaría a rescatar de la frágil
memoria de todos los combatientes (legales e ilegales) y de las tumbas con
cientos de miles de NN; al final se confirmaría que efectivamente el conflicto
armado interno se degradó y convirtió a unos y otros en criminales de guerra, en
particular durante el periodo presidencial de Uribe, quien salía a gritar a voz
en cuello que quería “más y mejores resultados operacionales”, mientras sus generales,
unos verdaderos chafarotes, exigían a sus subalternos “litros de sangre, a mi no
me traigan detenidos”.
Un punto que en particular hizo
que el político antioqueño montara en cólera fue la desmentida que le hicieron
las Farc-Ep: negaron tener que ver con la
muerte de su padre y lo invitaron a hablar de las verdaderas circunstancias en
las que fue asesinado. Recordemos que el crimen de Alberto
Uribe Sierra lo usó Álvaro Uribe como estrategia electoral y político-militar
al sostener la tesis de que a su progenitor lo había asesinado “lafar” para borrar
sindicaciones en su contra. De allí que usara el poder militar del Estado para “vengarse”
de las Farc-Ep.
Después vendría la reelección
presidencial, hecho político que fue aportando al señalado “despertar” por todo
lo que rodeó a la modificación de la Constitución política con la llamada “Yidispolítica”.
A pesar de ello, el teflón de Uribe seguía funcionando, aunque a las
universidades llegaban ya estudiantes menos uribizados y mejor informados.
Llegaría luego el desvergonzado y
nefasto gobierno del subpresidente Iván Duque Márquez y con este el estallido
social y la irrupción de Petro como opción de poder. Hablar de poder popular, ocuparse
de los sectores poblaciones y económicos que el uribismo maltrató y desconoció durante
20 años ha venido aportando al “despertar de un pueblo frente al régimen
uribista”.
La ejemplar condena contra
el machito antioqueño y las celebraciones a rabiar en ciudades como Cali,
Bogotá y la propia Medellín hacen parte de ese despertar que es hoy, quizás, el
mayor obstáculo con el que se enfrentará la derecha uribizada en las elecciones
de 2026. Pero ojo que, si el progresismo le incumple al pueblo que recién “despertó”,
en unos años estaremos hablando no de un despertar en las condiciones en las que
se dio como respuesta al régimen uribista, sino de un malestar social y una
profunda desconfianza en las ideas progresistas asumidas hoy como la esperanza
en que algún día Colombia opere como una verdadera República y por esa vía
logre un desarrollo económico que garantice bienestar para todos los
colombianos.
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