Por Germán Ayala Osorio
En las marchas uribistas del 7 de
agosto se volvieron a escuchar expresiones de odio que van desde la homofobia y
la transfobia, pasando por una evidente supremacía étnica y finalizando en una
misantropía dirigida hacia Petro
como persona, como ser humano. Se trataría, por supuesto, de una suerte de
misantropía conducente a despreciar solo a quienes comulguen con las ideas del
exguerrillero, hayan votado por él en las elecciones de 2022 y lo que es peor, se
hayan atrevido a rechazar el “legado” del expresidente y convicto, Álvaro Uribe
Vélez, visto por estos nuevos “verificadores” de la moral pública como un
hombre probo y un macho cabrío como “debe ser” todo antioqueño.
Stella Ramírez escribió para el
portal las 2 Orillas que “a Petro no lo interpelan por sus decisiones, lo
agreden por existir. No lo confrontan como jefe de Estado, lo desacreditan como
si fuera un intruso. Se burlan de su acento, de su pasado, de su ropa, de su
forma de hablar. Le inventan enfermedades, delirios, complots. Y todo eso
tiene un nombre: desprecio. Nunca se había visto este nivel de sevicia
contra un presidente electo. A otros mandatarios —corruptos, autoritarios o
entreguistas— se les trató con guantes. A él, con piedra en la mano. ¿Cuál
es su pecado? Haber llegado al poder sin el aval de los dueños del país. Haber
nacido donde no nace el poder. Representar a quienes nunca habían sido
representados”.
Con el estribillo “auxilio,
socorro, saquen al cacorro”, los uribistas que lo cantaron a rabiar
durante las movilizaciones dejaron ver que su transfobia y homofobia es selectiva,
si se tiene en cuenta que hay senadores, hijos e hijas de congresistas y otras “personalidades”
de la política y el periodismo que ya salieron del closet para reconocer su
homosexualidad en un país conservador y una sociedad pacata farandulera,
morbosa, mojigata, gazmoña, puritana, morronga, clasista, racista, machista y
misógina que prefiere guardar las apariencias, mientras en familias prestantes de
varias regiones del país hay casos de hombres que llevan una doble vida: tienen
esposa e hijos, lo que les asegura ser asumidos como una “pareja normal”,
mientras mantienen ocultas relaciones homosexuales. Entre ellos, rectores de universidades
privadas y públicas, hijos de políticos, empresarios y deportistas. Y ni para
qué hablar de la Curia que encubre a los pedófilos que usan la sotana y el
crucifijo para violar menores de edad.
Eso sí, son aceptadas esas orientaciones
sexuales porque son de derecha y lo que es mejor, uribistas. Ser homosexual y militar
en la izquierda y en el progresismo es una suerte de “nuevo” pecado cuyo único
castigo posible es la lapidación moral del presidente Petro y del colectivo que
lo respalda. Nunca en el pasado se trató tan mal a un presidente de la República.
Petro ha sido señalado de borracho, drogadicto y homosexual, sin que haya aún evidencias
que así lo prueben. El exministro Leyva Durán recientemente reconoció ante la
Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes que no tiene pruebas de
todo lo que ventiló en sus emotivas misivas, leídas por los medios hegemónicos
y otros sectores societales conservadores, con la hipocresía propia que los
caracteriza por ser encubridores de las prácticas “cacorrescas” y las pedofílicas
de famosos periodistas y políticos de la derecha uribizada.
Hablar mal del presidente de la
República y su familia es, de tiempo atrás, un deporte nacional. Del entonces
presidente César Gaviria también se dijo que era homosexual. Los chistes
callejeros no escalaron como en el caso de Petro hacia el terreno de la aniquilación
moral e incluso, a buscar declararlo “indigno” para gobernar a una sociedad
mojigata como la colombiana. Eso sí, no bajaban de “loca” al consagrado
iliberal. De Turbay Ayala se dijo que le
gustaban las niñas y que asistía a Cali a unos “bacanales patrocinados por los
narcos de la ciudad”. Igual, las malas lenguas de la época lo señalaban de llegar
a la madrugada y borracho a la Casa de Nariño.
Eso sí, entre el estribillo “auxilio,
socorro, saquen al cacorro” y el cantico “Y uno, y dos y tres,
stop, Uribe, paraco Hijueputa” hay una enorme diferencia, aunque
los una el desprecio. El primero está atado a las prácticas de discriminación
de una sociedad conservadora y premoderna; mientras que el segundo deviene
ancorado a una narrativa y “verdad social” a la que solo le falta una sentencia
judicial.
PETRO ES GAY - Búsqueda Imágenes
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