miércoles, 27 de noviembre de 2024

MAXIMALISMOS POLÍTICOS Y BAJA ESTATURA MORAL

 

Por Germán Ayala Osorio

 

El cambio y la paz total son dos ideas y promesas con las que el Pacto Histórico y el entonces candidato presidencial Gustavo Petro Urrego lograron cautivar a millones de electores cercanos a la izquierda y al progresismo, pero también a cientos de ciudadanas y ciudadanos que, cansados de 20 años de uribismo consecutivos  y 30 de un voraz neoliberalismo, creyeron de verdad que era posible superar el clientelismo y la corrupción público-privada y por esa vía proscribir el ethos mafioso que entre 2002 y 2022 logró naturalizarse en Colombia hasta volverse paisaje.

El Todo Vale que dejó como legado el uribismo no se puede debilitar en cuatro años de gobierno. Esa parte del país que realmente comprende los daños que dejó esa manera de hacer las cosas y de conseguir los objetivos en los ámbitos privados y público sabe muy bien que se van a necesitar por lo menos 30 años para desterrar ese ethos mafioso que hoy guía la vida de empresarios, banqueros, medios de comunicación, periodistas, militares, policías, rectores de universidades privadas y públicas, profesores, médicos y taxistas, entre otros muchos más.

Así las cosas, el cambio y la paz total son ideas maximalistas que requieren de un pacto entre todos los agentes sociales, económicos y políticos de la sociedad civil con el fin de provocar una revolución cultural que lleve a Colombia y a su pueblo a un estadio civilizatorio en el que se proscriban todas las conductas y prácticas que confluyen en ese ethos mafioso que nos hace ver como una sociedad premoderna en la que se producen y reproducen la deshonestidad, disímiles maneras de violencia con las que se subvalora la vida y la operación de un Estado exclusivamente en función de los intereses de una clase privilegiada y formada en las mejores universidades privadas del país y del exterior para saquearlo y privatizar su operación. Al final, con un único objetivo: extender en el tiempo la concentración de la riqueza y de la tierra en pocas manos y evitar cumplir lo prescrito en la constitución de 1991 en materia de derechos.

Por devenir esas dos ideas o promesas electorales con ese carácter maximalista, a los opositores, detractores y enemigos del progresismo y de la izquierda les queda relativamente fácil consolidar la narrativa de que después de cuatro años del gobierno Petro, ni hubo cambio y mucho menos paz total. Eso sí, la facilidad para desnaturalizar esas dos importantes y valiosas búsquedas radican no tanto en errores políticos cometidos por el presidente Petro, sino en la mezquindad de los miembros del establecimiento colombiano que no están dispuestos a aceptar propuestas de cambio que los obliguen ética y moralmente a transformarse y liderar una revolución cultural que de todas maneras servirá de espejo en el cual podrán mirarse y reconocer su baja estatura moral y ética, así como la abyección con la que han dominado los asuntos públicos que nos interesan a todos.

El criticado y comentado aterrizaje de Armando Benedetti a la Casa de Nariño lo está aprovechando el uribismo y en general la derecha colombiana para descalificar una vez más la idea del cambio. Por haber sido uribista y santista, Benedetti es la más genuina imagen de esa Colombia que se resiste a cambiar. Parece una contradicción, pero no lo es por una sencilla razón: el mayor error del progresismo fue haberle vendido la idea del cambio con ese tono maximalista, a esa parte de la sociedad que es dueña de los medios de comunicación y que no desea cambiar, o que tiene dudas razonables alrededor de la pregunta para qué cambiar si así llevamos más de 200 años de República.

En reciente columna, Pascual Gaviria dice que a Benedetti “le gusta ayudar en las cosas importantes: “plata y votos”. De eso se tratan las campañas y el doctor sabe de reuniones y fiestas, de alianzas y negociaciones, de cocteles y tarimas”. Si leemos el regreso de Benedetti en clave electoral, Petro lo “reencaucha y protege” de la Corte Suprema de Justicia y de otras instancias que le tienen pisados los talones de tiempo atrás, porque el presidente está pensando en darle continuidad a su proyecto político para ver si en 8 años logra abrir la trocha de la revolución cultural que necesita Colombia para dejar de ser el país miserable y la sociedad premoderna, violenta y pacata que el uribismo consolidó en 20 años.

El editorial de El Espectador, titulado Con Benedetti, pierde estatura moral el Gobierno, el diario bogotano interpreta su llegada a la Casa de Nariño desde una perspectiva moral. Bajo ese prisma, dice que con el nombramiento del cuestionado exsenador “tal vez la Casa de Nariño espera ganar gobernabilidad, pero pierde estatura moral”. No creo tanto que Petro le esté apuntando a buscar la siempre gaseosa gobernabilidad. En cuanto a la “estatura moral”, quizás el presidente de la República entendió desde hace rato que al haber sido Benedetti uribista y santista ese asunto de la talla moral es lo de menos cuando de lo que se trata es de volver a derrotar al sector de poder más inmoral del país: el uribismo.



benedetti con uribe y santos - Búsqueda Imágenes

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