Por Germán Ayala Osorio
El cambio y la paz total son dos
ideas y promesas con las que el Pacto Histórico y el entonces candidato presidencial
Gustavo Petro Urrego lograron cautivar a millones de electores cercanos a la
izquierda y al progresismo, pero también a cientos de ciudadanas y ciudadanos que,
cansados de 20 años de uribismo consecutivos y 30 de un voraz neoliberalismo, creyeron de
verdad que era posible superar el clientelismo y la corrupción público-privada y
por esa vía proscribir el ethos mafioso que entre 2002 y 2022 logró
naturalizarse en Colombia hasta volverse paisaje.
El Todo Vale que dejó como legado
el uribismo no se puede debilitar en cuatro años de gobierno. Esa parte del país
que realmente comprende los daños que dejó esa manera de hacer las cosas y de conseguir
los objetivos en los ámbitos privados y público sabe muy bien que se van a
necesitar por lo menos 30 años para desterrar ese ethos mafioso que hoy guía la
vida de empresarios, banqueros, medios de comunicación, periodistas, militares,
policías, rectores de universidades privadas y públicas, profesores, médicos y
taxistas, entre otros muchos más.
Así las cosas, el cambio y la paz
total son ideas maximalistas que requieren de un pacto entre todos los agentes sociales,
económicos y políticos de la sociedad civil con el fin de provocar una revolución
cultural que lleve a Colombia y a su pueblo a un estadio civilizatorio en el
que se proscriban todas las conductas y prácticas que confluyen en ese ethos mafioso
que nos hace ver como una sociedad premoderna en la que se producen y
reproducen la deshonestidad, disímiles maneras de violencia con las que se
subvalora la vida y la operación de un Estado exclusivamente en función de los
intereses de una clase privilegiada y formada en las mejores universidades
privadas del país y del exterior para saquearlo y privatizar su operación. Al
final, con un único objetivo: extender en el tiempo la concentración de la
riqueza y de la tierra en pocas manos y evitar cumplir lo prescrito en la
constitución de 1991 en materia de derechos.
Por devenir esas dos ideas o
promesas electorales con ese carácter maximalista, a los opositores,
detractores y enemigos del progresismo y de la izquierda les queda
relativamente fácil consolidar la narrativa de que después de cuatro años del
gobierno Petro, ni hubo cambio y mucho menos paz total. Eso sí, la facilidad
para desnaturalizar esas dos importantes y valiosas búsquedas radican no tanto en
errores políticos cometidos por el presidente Petro, sino en la mezquindad de los
miembros del establecimiento colombiano que no están dispuestos a aceptar
propuestas de cambio que los obliguen ética y moralmente a transformarse y
liderar una revolución cultural que de todas maneras servirá de espejo en el cual
podrán mirarse y reconocer su baja estatura moral y ética, así como la abyección
con la que han dominado los asuntos públicos que nos interesan a todos.
El criticado y comentado aterrizaje
de Armando Benedetti a la Casa de Nariño lo está aprovechando el uribismo y en
general la derecha colombiana para descalificar una vez más la idea del cambio.
Por haber sido uribista y santista, Benedetti es la más genuina imagen de esa
Colombia que se resiste a cambiar. Parece una contradicción, pero no lo es por
una sencilla razón: el mayor error del progresismo fue haberle vendido la idea
del cambio con ese tono maximalista, a esa parte de la sociedad que es dueña de
los medios de comunicación y que no desea cambiar, o que tiene dudas razonables
alrededor de la pregunta para qué cambiar si así llevamos más de 200 años de
República.
En reciente columna, Pascual Gaviria
dice que a Benedetti “le gusta ayudar en las cosas importantes: “plata
y votos”. De eso se tratan las campañas y el doctor sabe de reuniones y
fiestas, de alianzas y negociaciones, de cocteles y tarimas”. Si leemos el
regreso de Benedetti en clave electoral, Petro lo “reencaucha y protege” de la
Corte Suprema de Justicia y de otras instancias que le tienen pisados los
talones de tiempo atrás, porque el presidente está pensando en darle
continuidad a su proyecto político para ver si en 8 años logra abrir la trocha
de la revolución cultural que necesita Colombia para dejar de ser el país miserable
y la sociedad premoderna, violenta y pacata que el uribismo consolidó en 20
años.
El editorial de El Espectador, titulado
Con Benedetti, pierde estatura moral el Gobierno, el diario bogotano
interpreta su llegada a la Casa de Nariño desde una perspectiva moral. Bajo ese
prisma, dice que con el nombramiento del cuestionado exsenador “tal vez la
Casa de Nariño espera ganar gobernabilidad, pero pierde estatura moral”. No
creo tanto que Petro le esté apuntando a buscar la siempre gaseosa gobernabilidad.
En cuanto a la “estatura moral”, quizás el presidente de la República entendió desde
hace rato que al haber sido Benedetti uribista y santista ese asunto de la
talla moral es lo de menos cuando de lo que se trata es de volver a derrotar al
sector de poder más inmoral del país: el uribismo.
benedetti con uribe y santos - Búsqueda Imágenes
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