Por Germán Ayala Osorio
El asesinato de Miguel
Uribe Turbay y su aprovechamiento político, ideológico y mediático marcará
la campaña presidencial de 2026. A partir de ese momento, los colombianos
afrontaremos el colosal reto electoral de votar por la continuidad del proyecto
progresista o por el regreso del dañino uribismo.
Se trata de un desafío monumental
que servirá para medir si realmente hubo un cambio evidente e incontrastable en
las audiencias a las que el gobierno Petro y su estrategia comunicacional
intentaron convencer de las bondades del progresismo y de la necesidad de que
el país siga caminando hacia el cambio cultural que conlleva la consolidación
de un Estado y de una sociedad modernos. Más claro: si se logró fijar en la
conciencia colectiva (popular) que el uribismo es el tenebroso pasado al que
jamás se debe regresar.
Como todo reto, hay por supuesto
riesgos que aparecen, especialmente cuando ya se propuso del lado del uribismo
la amenaza de “destripar a la izquierda” y la que de manera natural se
desprende de los discursos de odio y venganza promovidos por el expresidente
Uribe y por quienes insistirán en señalar que Petro es responsable,
políticamente hablando, del del crimen de Miguel Uribe Turbay. Los impulsa la
idea de que a Miguel Uribe “lo asesinó la izquierda petrista”.
Ya el miedo de “convertirnos en
Venezuela” murió como relato periodístico y político, a pesar de que el Gran
Reo (Álvaro Uribe)
siga inventando “categorías”. Después de haber creado la del “Castrochavismo”,
ahora habla de “mordaza neocomunista” con el firme propósito de invalidar la legal
y legítima decisión de la jueza Sandra Heredia de condenarlo a 12 años de
prisión domiciliaria por delitos no políticos.
Si la economía va bien, si no hubo
expropiaciones y mucho se nacionalizó la banca, ¿por qué no permitir que se
consoliden las apuestas de este gobierno en materia agrícola, ambiental y
turística? El hecho de que grandes empresas reporten millonarias ganancias durante
el gobierno Petro debería de impulsar a los más poderosos agentes del
Establecimiento a tomar la decisión de abandonar al expresidente Uribe para que
afronte en soledad sus líos judiciales. Es hora de darle la estocada final al uribismo.
A la derecha uribizada solo le
queda apelar a consignas un tanto abstractas y mendaces como “vamos a recuperar
a Colombia”, “sin seguridad no hay paz” y “vamos a salvar la democracia de la
dictadura”, que continúan siendo respaldadas por la prensa hegemónica
y sus propietarios interesados en regresar a los tiempos del unanimismo
ideológico y político que se impuso durante los 20 años en los que el uribismo
mandó en el país.
Esos tres lemas de campaña
apuntan a dos instituciones que resultaron claves para consolidar el uribismo y
el ethos mafioso que
los identifica: el Congreso y las Fuerzas
Armadas.
Quienes vayan a votar por la
continuidad del proyecto progresista deben comprender que sin mayorías en el
Congreso no será posible consolidar los principios que orientan la promesa del
cambio que, a pesar de los escandalosos hechos de corrupción al interior de la
UNGRD, sigue siendo una oferta importante para lograr por fin vivir en una
República.
Las instituciones castrenses
serán el objetivo político-electoral de la derecha y la ultraderecha en la
medida en que las estructuras criminales muy seguramente les darán un “empujoncito
electoral” con atentados, secuestros, asesinatos de militares y policías, tomas
de pueblo... Sin esa colaboración, la consigna “sin seguridad no hay paz”
morirá rápidamente a pesar de los esfuerzos de la prensa
tradicional de amplificar los hechos violentos que en adelante se presentarán
para generar miedo y zozobra en las comunidades rurales, pero sobre todo en
ciudades capitales.
La campaña electoral arrancó con el particular olor a gladiolo mustio. Ya veremos si como sociedad civilizada seremos capaces de dejar atrás ese aroma o si por el contrario lo asumiremos como la esencia de nuestras violentas e históricas maneras de resolver las diferencias y los conflictos.
PETRO Y LA DERECHA - Búsqueda Imágenes
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