Véase en video esta misma
columna: https://www.youtube.com/watch?v=VGT4_urZoXs
Las nutridas movilizaciones en Bogotá, Cali y Medellín en
contra de la decisión judicial adoptada por la jueza Sandra Heredia y en favor
del expresidente y convicto Álvaro Uribe Vélez, aunque no constituyen en sí
mismas un movimiento social con vocación política, sí dan cuenta de un fenómeno
sociopolítico que amerita un ejercicio explicativo.
A manera de hipótesis señalo que los cientos de miles de
ciudadanos que marcharon en protesta a la condena de 12 de años de prisión
domiciliaria proferida en contra del exmandatario antioqueño hacen parte de
sectores societales que admiran y reclaman las formas de violencia simbólica y
física que representó Uribe como presidente de la República, que son las mismas
que lo acompañan ahora en su condición de sub judice ciudadano, expresidente y
reo a la espera de que se confirme su condena. Desde su popular “donde lo
vea le doy en la cara marica”, pasando por “se callan o los callamos”,
hasta llegar a “esta llamada la están escuchando esos hijueputas”, sus
admiradores se sienten recogidos y representados. En las tres expresiones hay
una inocultable postura homofóbica, un desprecio por la libertad de expresión,
así como la subvaloración de la institución de justicia.
Quienes salieron hoy a reclamar la libertad de Uribe sobre la
base de una incontrastable confianza en la inocencia del expresidente, lo
hicieron más por el efecto de la propaganda mediática que por el sesudo
análisis del material probatorio que al final sirvió para que la jueza Heredia
lo condenara. Esos mismos ciudadanos parecen actuar desde el vacío que deja la
pérdida del padre de familia o los efectos que deja cuando no cumple con el rol
proveedor que la sociedad machista le entregó a los hombres colombianos. Para
entender esta lectura paternal del fenómeno sociopolítico debemos remitirnos al
punto 100 del Manifiesto Democrático, plataforma ideológica sobre la cual hizo
campaña en el 2002: “Aspiro a ser presidente sin vanidad de poder. La vida
sabiamente la marchita con las dificultades y atentados. Miro a mis
compatriotas hoy más con ojos de padre de familia que de político.
Aspiro a ser presidente para jugarme los años que Dios me depare en la tarea de
ayudar a entregar una Nación mejor a quienes vienen detrás”.
Dentro de los manifestantes que salieron a exigir respeto por
el “legado” y la figura de Uribe puede existir un patrón comportamental que los
hace proclives a desconocer los fallos de la justicia, deslegitimar las
instituciones, pero sobre todo, les permite nutrirse de la narrativa que niega
los daños institucionales, éticos y morales que dejaron los dos gobiernos de
Uribe y la consolidación del uribismo como plataforma política e ideológica
fundada en un evidente ethos mafioso que se manifiesta en la captura perniciosa
del Estado para el disfrute de unos pocos, la naturalización de la corrupción
público-privada y por supuesto, la persecución de todos aquellos que piensen
diferente, en particular los que se atreven a reclamar el cumplimiento de lo
prescrito en la Carta Política de 1991.
Quienes se volcaron a las calles a reclamar respeto a su
padre, líder y pastor, parecen desconocer los elementos y las decisiones que se
tendrían que tomar para ver si algún día Colombia y sus nacionales puedan
sentir y vivir en una verdadera República. Más bien parece que les es
suficiente con que regresemos a los tiempos de la seguridad democrática y sus
6402 víctimas, la privatización del Ejército y su operación de la mano de las
estructuras narcoparamilitares con las que se desplazaron y masacraron los
siempre incómodas comunidades campesinas, indígenas y negras.
Por supuesto que quienes marcharon hoy en defensa del reo
Álvaro Uribe Vélez tienen derecho a reclamar basados en sus creencias y en su
empobrecido capital cultural. La mejor forma de responder a ese fenómeno
sociopolítico que representan es brindarles todas las garantías de seguridad para
que lo sigan haciendo y el ofrecimiento de la mano comprensiva de quienes entienden
que son víctimas de la propaganda de los medios hegemónicos cuyos propietarios están
obligados política y moralmente seguir respaldando a quien les permitió capturar
el Estado para sacar adelante sus mezquinas actividades económicas.
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