jueves, 7 de agosto de 2025

¿CÓMO ENTENDER LAS MARCHAS EN DEFENSA DE URIBE?

 

Por Germán Ayala Osorio

Véase en video esta misma columna: https://www.youtube.com/watch?v=VGT4_urZoXs

 

Las nutridas movilizaciones en Bogotá, Cali y Medellín en contra de la decisión judicial adoptada por la jueza Sandra Heredia y en favor del expresidente y convicto Álvaro Uribe Vélez, aunque no constituyen en sí mismas un movimiento social con vocación política, sí dan cuenta de un fenómeno sociopolítico que amerita un ejercicio explicativo.

A manera de hipótesis señalo que los cientos de miles de ciudadanos que marcharon en protesta a la condena de 12 de años de prisión domiciliaria proferida en contra del exmandatario antioqueño hacen parte de sectores societales que admiran y reclaman las formas de violencia simbólica y física que representó Uribe como presidente de la República, que son las mismas que lo acompañan ahora en su condición de sub judice ciudadano, expresidente y reo a la espera de que se confirme su condena. Desde su popular “donde lo vea le doy en la cara marica”, pasando por “se callan o los callamos”, hasta llegar a “esta llamada la están escuchando esos hijueputas”, sus admiradores se sienten recogidos y representados. En las tres expresiones hay una inocultable postura homofóbica, un desprecio por la libertad de expresión, así como la subvaloración de la institución de justicia.

Quienes salieron hoy a reclamar la libertad de Uribe sobre la base de una incontrastable confianza en la inocencia del expresidente, lo hicieron más por el efecto de la propaganda mediática que por el sesudo análisis del material probatorio que al final sirvió para que la jueza Heredia lo condenara. Esos mismos ciudadanos parecen actuar desde el vacío que deja la pérdida del padre de familia o los efectos que deja cuando no cumple con el rol proveedor que la sociedad machista le entregó a los hombres colombianos. Para entender esta lectura paternal del fenómeno sociopolítico debemos remitirnos al punto 100 del Manifiesto Democrático, plataforma ideológica sobre la cual hizo campaña en el 2002: “Aspiro a ser presidente sin vanidad de poder. La vida sabiamente la marchita con las dificultades y atentados. Miro a mis compatriotas hoy más con ojos de padre de familia que de político. Aspiro a ser presidente para jugarme los años que Dios me depare en la tarea de ayudar a entregar una Nación mejor a quienes vienen detrás”.

Dentro de los manifestantes que salieron a exigir respeto por el “legado” y la figura de Uribe puede existir un patrón comportamental que los hace proclives a desconocer los fallos de la justicia, deslegitimar las instituciones, pero sobre todo, les permite nutrirse de la narrativa que niega los daños institucionales, éticos y morales que dejaron los dos gobiernos de Uribe y la consolidación del uribismo como plataforma política e ideológica fundada en un evidente ethos mafioso que se manifiesta en la captura perniciosa del Estado para el disfrute de unos pocos, la naturalización de la corrupción público-privada y por supuesto, la persecución de todos aquellos que piensen diferente, en particular los que se atreven a reclamar el cumplimiento de lo prescrito en la Carta Política de 1991.

Quienes se volcaron a las calles a reclamar respeto a su padre, líder y pastor, parecen desconocer los elementos y las decisiones que se tendrían que tomar para ver si algún día Colombia y sus nacionales puedan sentir y vivir en una verdadera República. Más bien parece que les es suficiente con que regresemos a los tiempos de la seguridad democrática y sus 6402 víctimas, la privatización del Ejército y su operación de la mano de las estructuras narcoparamilitares con las que se desplazaron y masacraron los siempre incómodas comunidades campesinas, indígenas y negras.

Por supuesto que quienes marcharon hoy en defensa del reo Álvaro Uribe Vélez tienen derecho a reclamar basados en sus creencias y en su empobrecido capital cultural. La mejor forma de responder a ese fenómeno sociopolítico que representan es brindarles todas las garantías de seguridad para que lo sigan haciendo y el ofrecimiento de la mano comprensiva de quienes entienden que son víctimas de la propaganda de los medios hegemónicos cuyos propietarios están obligados política y moralmente seguir respaldando a quien les permitió capturar el Estado para sacar adelante sus mezquinas actividades económicas.




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