Por Germán Ayala Osorio
Volvió a pasar: a pocos minutos
del final, se pierde un título. Pasa a nivel de clubes y a nivel de Selección. Esta
vez, el seleccionado de fútbol sub-17 dejó ir la oportunidad de “darle una
alegría al país”. Lo tenían todo para hacerlo: un equipo competitivo que mostró
por momentos orden táctico, fortaleza y despliegue físicos (gran talla de los
futbolistas) y juego colectivo por momentos e interesantes individualidades.
Las reacciones de los periodistas
deportivos, como es costumbre, se dividieron entre aquel grupo de narradores y
reporteros “oficialistas” y los comunicadores “no oficialistas”. Los primeros, agradecieron
a los “guerreros por haber puesto al país a soñar” con el segundo título continental
en esa categoría después de más de 30 años de haber alcanzado el único título. Ese
agradecimiento realmente es un acto de auto censura que obedece a los
compromisos económicos (transmisión de los partidos y acceso a los jugadores)
adquiridos por las empresas mediáticas, lo que las obliga a hablar bien del
equipo, pero sobre todo evitar cualquier cuestionamiento público, en particular
a través de la televisión.
Entre tanto, los segundos dejaron
salir la frustración colectiva a través de frases o conceptos como “les
faltó jerarquía, convencimiento, saber manejar los resultados y mentalidad
ganadora”. Esas sentencias siempre van acompañadas de las
sempiternas comparaciones con las selecciones de Brasil y Argentina que, en
todas las categorías, acumulan títulos.
Creo que hay factores psicosociales
y circunstancias contextuales que podrían servir para explicar los negativos
resultados que acumula el fútbol colombiano, es decir, la Federación Colombiana
de Fútbol (FCF), responsable de los procesos de selección y en general del manejo
de todas las selecciones.
Una circunstancia clave es que los jugadores argentinos y brasileños convocados a los distintos seleccionados cuentan con la motivación y en ocasiones con la presión de una historia llena de títulos. Esa historia, usada por la prensa de sus países de origen como presión colectiva, puede terminar “intimidando” a los jugadores criollos. Es más, cuando la prensa colombiana reconoce tácitamente que después de un siglo de operación de la FCF poco o nada tiene que mostrar el país en relación con estrellas y títulos conquistados, el jugador colombiano entra al campo de juego un tanto “disculpado” porque le antecede años de mediocridad en los procesos deportivos y administrativos que hay detrás. Quizás, entonces, el jugador nacional, cuando llega a instancias finales se enfrenta a una pesada tradición que se suma al miedo escénico y al “terror” que les genera soñar con vencer a los argentinos y brasileños justamente en las finales, porque saben que para vencerlos deberán hacer un triple esfuerzo: ser mejores, dominarlos; enfrentar al arbitraje que en varias ocasiones jugó a favor de los gauchos y cariocas; y el peso de esa gloriosa historia de los argentinos y brasileños.
Huelga decir que se les ha podido ganar a los
argentinos y brasileños en otras instancias que poco o nada sirven a la hora de
cuantificar medallas, campeonatos, copas o estrellas. Se trata de triunfos "morales",
como el “histórico” 5 a 0 contra Argentina, en Buenos Aires, durante una
eliminatoria a un Mundial.
Es probable que los psicólogos de los seleccionados colombianos, sin saberlo, se estén enfrentando a una realidad deportiva anclada a factores societales y culturales: al jugador colombiano no le interesa ganar títulos. Lo que realmente los motiva es conseguir un millonario contrato que les permita superar la pobreza. La gloria y el reconocimiento pareciera no importar porque al no haber una historia llena de palmarés, el jugador colombiano aún no desarrolló el orgullo suficiente para “hacerse reventar hasta el final” con tal de alzarse con los títulos. Aquí está la diferencia con los argentinos y brasileños, jugadores a los que les encanta que la prensa los aplauda y diga que son los "mejores de América o del mundo". Quizás el asunto problemático que impide sostener las victorias esté en que las prioridades individuales son más fuertes que el sueño colectivo de consagrarse, por ejemplo, campeones de América.
También es posible pensar que las
complejas realidades que afrontamos como sociedad lograron fincar en el “ADN”
del fútbol colombiano ese “gen dominante” al que los periodistas deportivos
llaman “debilidad mental”.
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