Por Germán Ayala Osorio
Daniel Quintero, exalcalde de
Medellín y seguro candidato presidencial ya dejó ver cuál sería su eslogan de
campaña: “Hay que resetear la política”. Y de la mano de ese lema
propuso que de llegar a la Casa de Nariño cerrará el Congreso y convocará a una
Asamblea Nacional Constituyente (ANC) para “renovar” la constitución del 91 porque
“ha muerto”.
Cerrar el Congreso es una idea
que puede resultar temeraria e inconveniente para los sectores de poder que
lograron reformarla y naturalizar prácticas de manoseo institucional que convirtieron
su espíritu y sus órdenes en letra muerta; por el contrario, quienes aplauden
la medida lo hacen porque están convencidos de que con otra carta política Colombia
puede dar por fin el salto hacia la Modernidad tardía. Si bien la Constitución política
de 1991 creó importantes instituciones, también es cierto que de estas brotaron institucionalidades mafiosas, paquidérmicas, ineficientes y sometidas a poderosos
intereses particulares.
No creo que la solución a los problemas institucionales que afronta el país y que brotan de una impúdica y mafiosa división de poderes se superen con una nueva constitución política. Eso sí, la intención de Quintero es loable, pero peligrosa en la medida en que una vez el país afronte ese escenario de cambio, las fuerzas más retardatarias de la derecha mafiosa y criminal harán todo lo que esté a su alcance para poner en la delegación que redactará el nuevo contrato social a sus fichas para desmontar los instrumentos constitucionales y legales que permiten aún calificar a la Constitución del 91 como garantista en materia de derechos humanos, incluidos los que guardan relación con el cuidado y aprovechamiento de la naturaleza. Por años intentaron cercenar los alcances de la tutela. A ellos le encantaría regresar a la Constitución de 1886.
Quintero olvida o no reconoce que
la sociedad colombiana arrastra unas “taras” civilizatorias que no se superarán
redactando una nueva carta política. Existen varios factores que definen muy
bien lo que somos como sociedad. Incluso, varios son la base de los
enfrentamientos ético-políticos que el propio Quintero sostiene con el poderoso
GEA y el alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez.
Esos factores son: el Clasismo
y el Racismo de una élite, en particular la antioqueña, que desprecia la
vida de afros, indígenas y campesinos; ese odio está íntimamente ancorado a la vergüenza
que les genera sus propios procesos de mestizaje, en particular para aquellos
agentes de poder que en Antioquia se sienten “arios”, esto es, que pertenecen a
una “raza superior, bella e inteligente”. Bajo esa creencia lograron imponer un
ethos nazi en la política y en las relaciones cotidianas. Los crímenes de Estado
(falsos positivos), las masacres perpetradas con la anuencia de las autoridades
local y regional; y el reciente y cruel asesinato de Sara
Millerey González Borja son la demostración de la existencia de ese ethos,
hijo de la ya señalada supremacía racial.
Otro factor es la Aporofobia, práctica generalizada en el país y que deviene atada a la operación del Estado bajo criterios corporativos y a la intención manifiesta de extender en el tiempo las condiciones de pobreza y miseria de millones de colombianos por la oportunidad que les brinda a los miembros de la élite económica y política de auto indultarse por sus andanzas, y los actos ilegales e inmorales cometidos en el manejo de los recursos públicos y en la operación de sus empresas. Y la mejor forma de hacerlo es entregando subsidios, regalando kit electorales, contratando a destajo o a través de fundaciones que no enseñan a pescar. Junto al Estado, terminan incentivando las trampas de la pobreza.
Quizás esos tres factores
terminan por alimentar el Ethos mafioso, convertido en un distintivo en
aquello de ser colombiano y en el impulso moral y ético-político de esa élite
rezandera, machista, camandulera, violenta, nazi, sádica y perfumada que hace
todo para limpiar sus crímenes (efecto Macbeth).
A lo mejor lo que hay que resetear
no es la política, sino el Ethos mafioso y el nazi que se vienen
consolidando y naturalizando en Antioquia y en el país. Y ese reiniciar
no se va a lograr con una nueva Carta Política. Arrastramos unas taras
civilizatorias que hacen prácticamente imposible que la sociedad colombiana
dé el salto hacia la soñada Modernidad.
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