Por Germán Ayala Osorio
La invasión a la cancha de parte
de hinchas del deportivo Cali, como forma de protesta por la derrota que sufría y sufrió
finalmente con el deportivo Pasto, es un hecho extradeportivo que tiene un fuerte
anclaje en las erróneas maneras como en general los hinchas del fútbol manejan
la derrota e incluso, los triunfos. Al
final, la actitud asumida por el grupo de hinchas y los comentarios que la
prensa recogió a la salida del estadio Palmaseca están inexorablemente atados a
un problema cultural-civilizatorio del que deberían ocuparse los aficionados, las
directivas de los equipos de fútbol y la prensa deportiva.
Inicio con las responsabilidades
que aún no asumen los periodistas deportivos que reducen su trabajo a cubrir
los resultados y transmitir los comentarios de los futbolistas y los técnicos. Cuando
se presentan desmanes e invasiones a las canchas, los periodistas lamentan los
hechos, sin advertir que tienen obligaciones que deben asumir como
informadores. Lo primero que deberían de hacer es usar los espacios periodísticos
y las transmisiones en directo de los partidos para decirles a los hinchas lo
inconveniente que resulta que ellos les entreguen a 11 jugadores la responsabilidad
de hacerlos felices. Craso error que cometen los aficionados que asisten asiduamente
a los estadios. Ese es un problema cultural-civilizatorio que termina en actos
de violencia física, verbal y simbólica como ir a protestar a la sede en donde
entrenan, amenazar a los jugadores y atacar a piedra el bus que los transporta.
Al hincha furibundo o dolido por
la derrota hay que confrontarlo. En lugar de abrirle los micrófonos para que desahogue
su frustración por la derrota, diciendo barbaridades y madrazos, a ese aficionado hay
que llamarle la atención y decirle que el del problema es él y no los jugadores. Se
trata de un simple juego en el que se puede perder, ganar o empatar. Es así de
sencillo.
Escuché a un hincha del deportivo
Cali decir que “uno se mata trabajando para venir al estadio a verlos y no
juegan ni mierda…”. Este hincha tiene un grave problema: está convencido de
que el equipo y los jugadores están en la obligación de hacerlo feliz, de sacarlo
de su desdichada vida como trabajador. Es en este punto en el que los
periodistas deportivos deben aparecer para mostrarle a ese hincha que está equivocado.
Decirle con sinceridad que su vida resulta insignificante para los jugadores y
para las directivas del club.
Por ser un deporte de masas, el periodismo deportivo y los clubes han terminado por evitar cualquier confrontación al aficionado que depositó la obligación en terceros, de ser feliz. Claro, los clubes y los periodistas lo hacen por razones económicas y de rating. Los primeros necesitan que los hinchas compren las boletas y llenen los estadios; y los segundos, que escuchen las transmisiones radiales y televisivas con las que evitan al máximo enfrentar a unos hinchas que arrastran el ya señalado problema, muy seguramente inoculado por la misma prensa deportiva.
Entiendo que la prensa deportiva jamás asumirá esa tarea que calza muy bien con aquello de la "responsabilidad social de los medios", porque justamente la violencia en los estadios les permite ganar rating. El "negocio" es redondo: alimentar a diario las pasiones de la hinchada y por esa vía la ignorancia y la incapacidad para llegar a concluir que están equivocados en la manera como se relacionan con los equipos y con la Selección de Mayores (masculina, por supuesto). Una vez se presentan los desmanes, tienen los periodistas con qué rellenar sus espacios informativos y de "análisis".
Y para colmo de males, la mayoría de los actos de violencia los protagonizan hombres, machos cuyas masculinidades devienen en una crisis aún no detectada por ellos mismos, justamente porque están atrapados en el círculo vicioso en el que los clubes y los periodistas deportivos los metieron.
En cuanto a los clubes, qué interesante
sería que las relaciones con las barras bravas no se redujeran a la entrega de
boletas y quizás al patrocinio de viajes y la confección de pancartas, entre
otros menesteres. Por el contrario, que haya un proceso de formación de hinchas
responsables que, si bien “aman” al equipo, entiendan que ser felices no está
atado exclusivamente a lo que hagan en la cancha los atletas.
Adenda: fui un hincha furibundo del Deportivo Cali. Con mi padre y mi hermano Walter compartimos tardes en el Pascual Guerrero. Unas amargas y otras llenas de felicidad. Eso sí, muy temprano comprendí que estaba en el error en el que hoy están cientos de miles de hinchas del Glorioso Deportivo Cali. Sobre la crisis institucional y deportiva del club, quizás obedece a que a las últimas directivas jamás les interesó consolidar un proyecto deportivo de largo plazo. Caer a la B parece una salida a la crisis financiera y deportiva.
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