Por Germán Ayala Osorio
La violenta y
estigmatizante frase que lanzó el presidente Petro contra las periodistas “amigas
del poder”, a las que llamó las “muñecas de la mafia”, despertó en colegas
hombres y mujeres una lógica y esperada solidaridad por ser los indignados e indignadas,
trabajadores y trabajadoras de empresas mediáticas que hacen parte de conglomerados
económicos.
La
solidaridad en una sociedad escindida y clasista como la colombiana suele
devenir selectiva, en particular en un gremio como el de la prensa en el que abundan
las divisiones justamente entre aquellos colegas que son derecha y defienden a
dentelladas al viejo establecimiento y al uribismo; y otros que, sin ser de
izquierda, le apuestan a incomodar a agentes del poder económico y político, en
especial aquellos señalados de actos de corrupción. Los amigos del viejo régimen de poder
medianamente informan y tergiversan los hechos. Mientras que las y los otros se
dedican a investigar los torcidos de gente poderosa.
Mientras la
indignación por la infortunada frase lanzada por Petro crecía, la periodista
Laura Ardila, autora del libro La Costa Nostra salía del país rumbo al exilio
por las amenazas de muerte que recibió. Hay que recordar que Ardila sacudió a la
opinión pública denunciando en su libro el poder corruptor del clan Char de Barranquilla.
Lo curioso es que las y los colegas que salieron a defender a las periodistas
que se sintieron aludidas por lo dicho por Petro, guardan silencio frente al
exilio de la colega Laura Ardila.
Que una mujer periodista, corajuda y profesional, se vea obligada a abandonar su país por amenazas de muerte, debería de sacudir a la sociedad y al periodismo. Pero no. Por tratarse de una periodista incómoda al régimen de poder, los medios corporativos deben guardar silencio porque registrar el hecho noticioso, implicaría nombrar a los Char, y ello podría poner en riesgo las relaciones sociales y políticas, como también los millones en pauta que los supermercados Olímpica entregan a los medios masivos.
Hay,
entonces, una solidaridad gremial selectiva frente a hechos de violencia contra
los periodistas. La frase “muñecas de la mafia” que lanzó el presidente Petro
generó la solidaridad de colegas periodistas que trabajan para medios
corporativos a los que poco les interesa incomodar a agentes de poder económico
y político.
Si por algo
se caracteriza el ejercicio del periodismo en Colombia es por la inexistencia
de un gremio que represente con probada legitimidad los intereses individuales
de los periodistas, incluidos, por supuesto, el bienestar laboral y las condiciones
de inseguridad que soportan los comunicadores en territorios alejados de las
dinámicas del poder económico y político bogotano.
Más bien, las
agremiaciones de periodistas suelen ser clubes de amigos en los que el clasismo
y las diferencias ideológicas impiden la consolidación de un gremio fuerte
capaz de enfrentarse a los conglomerados económicos y los clanes políticos que
fungen como empleadores y, por lo tanto, como órganos de control de la
información.
Bajo esas
circunstancias, la insolidaridad es el factor común entre los periodistas,
fruto de la defensa que unos hacen del establecimiento y las distancias que
otros intentan mantener de esas fuentes de poder que obligan a los primeros a
autocensurarse y a los segundos, a buscar información que comprometa ética y
jurídicamente a los agentes de poder más representativos de ese régimen de
poder.
LAS MUÑECAS DE LA MAFIA DE PETRO - Búsqueda Imágenes (bing.com)
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