Por Germán Ayala Osorio
En el fútbol, como deporte
espectáculo y actividad económica, confluyen todos los males que la sociedad colombiana
arrastra de tiempo atrás: el ya naturalizado ethos mafioso, el clasismo, el
sempiterno machismo y el racismo estructural, para tocar a los cuatro más
sobresalientes. Hace dos días estalló un escándalo en el fútbol colombiano. El
diario Marca de España registró así el hecho: "Situación
escabrosa": confirman amaños por apuestas en el fútbol de Colombia y ya
hay responsables. En la bajada o sumario se lee: “El
propio presidente de Patriotas reveló que sacó a un jugador del equipo por
denuncias de arreglo de resultados”.
La verdad es que esa situación no
debería de aterrar a nadie. Lo que sí llama la atención es el silencio de los fanáticos
a los que poco les importa este tipo de situaciones, pues para ellos es “normal”.
Como consecuencia de esa aceptada realidad, no se puede esperar que salgan a
protestar para exigir transparencia en el fútbol. Hacerlo puede resultar afectándolos
quizás en el único espectáculo que los llena de satisfacciones o les permite expresar
frustraciones y "botar" el estrés acumulado en las rutinas laborales diarias. La violencia
discursiva y física que a diario vemos en los estadios son el resultado de los
problemas, miedos e incertidumbres de una buena parte de la sociedad, sin distingos
de clase.
El fútbol, como espectáculo, no
puede detenerse por las sospechas o los casos de corrupción. Eso es impensable para
una sociedad que fácilmente se refugia en el fútbol para olvidar los problemas
del país, de allí que los medios masivos, todos los días, en sus secciones de “Deportes”,
prioricen los goles y los partidos, por encima de las otras disciplinas
deportivas.
Así entonces, la complacencia de
las autoridades constituye el paso a seguir, con el objetivo de proteger el
espectáculo, así este tenga visos de inmoralidad. El titular de la revista Cambio
lo dice todo: “Las investigaciones que archivó la Fiscalía de
Francisco Barbosa contra los dirigentes del fútbol colombiano”. En
el texto periodístico se lee: “se trata de por lo menos dos indagaciones,
una por lavado de activo y por venta de boletas, contra Ramón Jesurún,
presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, y Álvaro González, presidente
de la Difútbol (División Aficionada del Fútbol Colombiano) y vicepresidente del
comité ejecutivo”.
En el ethos mafioso aparecen por
supuesto la corrupción, el lavado de dinero de narcotraficantes y las apuestas.
Por culpa de esas circunstancias que hacen parte de ese ethos, el fútbol debió
de perder millones de fanáticos, pero no hay tal. El asesinato en Colombia del árbitro como Álvaro Ortega en 1989, a manos del
Cartel de Medellín, el arreglo previo de partidos y presiones de todo tipo para
que un equipo se deje ganar o, por el contrario, salga a reventarse para evitar
el triunfo del que se da por descontado que saldrá campeón, son situaciones que hemos normalizado en el país.
En Latinoamérica hay un ejemplo histórico del arreglo de un partido en un Mundial: el 6 a 0 que la Selección Argentina le
propinó a la muy buena Selección Peruana en el Mundial de 1978. La narrativa internacional señala que ese partido fue arreglado y los que jugadores peruanos se vendieron, lo que aseguró la clasificación de los argentinos a la gran final del torneo,
Aunque es posible encontrar
hinchas que no regresaron más a los estadios por razones asociadas a la violencia
de las llamadas barras bravas, el fútbol sigue siendo por antonomasia un atrayente
espectáculo que mueve las fibras de hinchas y fanáticos y un escenario virtuoso
para las actividades ilegales, en el marco de una sociedad que hace rato borró
los límites entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo legal y lo ilegal. Por
más que las autoridades o un gobierno quieran “meterle” la mano al fútbol para tratar
de limpiarlo por dentro, el espectáculo debe continuar porque en él, el
colombiano promedio ve reflejada su realidad cotidiana, la misma en la que parece
vivir a gusto.
Adenda: la corrupción en el fútbol es a nivel planetario.
Imagen tomada de Eje21
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