Por Germán Ayala Osorio
Hay que celebrar que Cali será
sede de la COP16, a realizarse entre el 21 octubre y el 2 noviembre del año en
curso. La edición 16 de la convención sobre la biodiversidad debe asumirse no solo como una vitrina para exhibir el
potencial biodiverso del Chocó Biogeográfico y la diversidad cultural ancorada
a los territorios, sino para revisar los desafíos, amenazas y problemas que se
ciernen sobre el Pacífico colombiano y los Farallones de Cali, sometidos sus
ecosistemas a los impactos negativos de la minería ilegal y legal, el acecho de
las constructoras y los asentamientos ilegales, entre otras actividades que constituyen
una grave amenaza para especies animales y vegetales.
El evento internacional debe servir
también para poner en cuestión el modelo de la gran plantación que se impuso en
el valle geográfico del río Cauca, con el que se priorizó el monocultivo de la caña de azúcar
y se afectó en materia grave ecosistemas valiosos como humedales y ríos, así
como las aguas subterráneas; el paisaje monótono que ofrece la caña de azúcar
debe entrar también en la discusión. Claramente, dicho monocultivo es un
enclave que desnaturaliza la vida ecosistémica porque borró conexiones
ecológicas y por esa vía, afectó nichos ecológicos de varias especies.
Ojalá no se asuma el evento como
una simple vitrina para lavarle la cara (greenwash) a quienes promovieron un
desarrollo económico que con el tiempo demostró ser insostenible, en particular
para las actuales circunstancias que afronta el país y el mundo con la crisis
climática, que está inexorablemente articulada a una crisis civilizatoria y
humana.
Para conservar, restaurar y aprovechar
con criterio los ecosistemas que anidan en el Chocó Biogeográfico hay que
aceptar que desde Cali y Bogotá se alientan procesos y acciones propias de lo
que se conoce como racismo estructural. La capital del Valle, por ejemplo, es
una urbe que segregó a los negros que se asentaron en su suelo, huyendo de la
violencia política y social de guerrilleros y paramilitares y atraídos por el espejismo
del desarrollo urbano.
Nadie puede negar que ser sede de
la COP16 constituye un logro importante del actual gobierno, comprometido con
la transición energética y en detener la deforestación de las selvas, en particular
la amazónica. También es una oportunidad para revisar el estado del bosque seco
y de la selva húmeda del Pacífico; preguntarse cómo está hoy en día la Serranía
de Los Paraguas, así como los manglares en zonas costeras como Buenaventura,
enriquecerá, sin duda, las discusiones académicas.
El discurso ambientalista que de
todas maneras ronda la COP16 no puede quedarse en hacer un inventario de las especies
que habitan en nuestros variados ecosistemas naturales-históricos. Saber qué especies
endémicas tenemos es de gran valor, pero lo es más si comprendemos los riesgos
de continuar sometiendo a la naturaleza a las lógicas económicas de actores
legales e ilegales que operan a lo largo y ancho del Chocó Biogeográfico.
Huelga recordar lo dicho por Antonio
Guterres: “es el momento de decir basta. Basta de brutalizar la
biodiversidad, basta de matarnos a nosotros mismos con carbono, basta de tratar
a la naturaleza como una letrina (...) y de cavar nuestra propia tumba".
A pesar de la fuerza semántica, lo dicho por el funcionario de la ONU solo
quedará en los registros periodísticos. Y es así, por cuanto hay una inercia
civilizatoria que el ser humano ya no maneja y no puede controlar. De esa
inercia civilizatoria hacen parte el mercado, el consumo, la reproducción
humana y el sistema capitalista. A esos tres factores o elementos hay que
sumarle dos más: de un lado, la ciega confianza en que la tecnología servirá
para mitigar y enfrentar los problemas generados por las crisis climáticas. Del
otro lado, la aspiración de vivir en escenarios tan artificiales, que ya pueda
hablarse y situarse en un mundo postnaturaleza. Y para ello, necesitará avanzar
en la consolidación de un poshumanismo, lo que nos conducirá, muy seguramente,
al nacimiento de un nuevo ser (poshumano) no solo capaz de sobrevivir en medio
de difíciles condiciones atmosféricas, sino alejado de cualquier preocupación o
angustia ética y moral, por aquellos que no alcanzaron a crear aquellos
escenarios alta y tecnológicamente artificiales que les garanticen vivir en
condiciones de seguridad y dignidad. Mientras se toma consciencia, la especie
humana seguirá convirtiendo el planeta en una maloliente letrina, en un
basurero de carros, motos, celulares, llantas, lavadoras e impresoras, entre
otras tantas mercancías, sin asumir que se convirtió en una peligrosa plaga.
Imagen tomada de la Alcaldía de Cali
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