viernes, 13 de octubre de 2023

HINCHAS DEL FÚTBOL Y POLÍTICOS: PARECIDOS RAZONABLES

 

Por Germán Ayala Osorio

 

“Rojo significa vida, mijo”, les dijo, en tono de papá regañón, el alcalde de Cali, a la horda de hinchas del América que salieron a cazar con machetes, pate de cabras y cuchillos a un hincha del Cali. Si, salieron a asesinarlo porque portaba una camiseta del Deportivo Cali. No les importó que una mujer, al parecer su madre, lo acompañaba.

Contrario a lo que se pueda pensar, el Fútbol y Política tienen mucho en común, en particular en Colombia. Comparten prácticas, discursos, acciones y símbolos violentos. En otrora, conservadores y liberales también salían a cazarse, a asesinarse, porque unos y otros agitaban trapos alusivos a los partidos políticos Liberal y Conservador; la dirigencia de esas dos colectividades, usó a sus militantes, los instrumentalizó para que, a través de la violencia, les dieran gloria a quienes jamás les interesó construir una nación civilizada; lo mismo hacen los equipos de fútbol con sus hinchas: los usan, los instrumentalizan, para llenar las arcas de unas organizaciones deportivas vendedoras de ilusiones, verdaderas fábricas de frustrados que cada ocho días salen de sus casas a vomitar amarguras, pesares y frustraciones en estadios, templos de múltiples formas de violencia. Como barras bravas se identifican. No hay nada más que decir. Los periodistas deportivos también se sirven de las hinchadas para ganar rating.

La corrupción, por ejemplo, es una práctica que comparten los dirigentes políticos y deportivos. Señalado como corrupto por abogados y con procesos disciplinarios y fiscales abiertos, Jorge Iván Ospina se atreve a regañar e incluso a amenazar con judicializar a los miembros de la horda de machitos que intentaron asesinar a quien tuvo la mala fortuna de ponerse el odiado trapo verde. Y lo hace, porque estas infantes bestias poco o nada comprenden de política, y mucho menos de las finas redes de corrupción que conectan a políticos y dirigentes del fútbol. Baste con recordar los tiempos en los que los Rodríguez Orejuela o Rodríguez Gacha metieron sus sucias manos en el América y Millonarios y patrocinaron campañas de congresistas y hasta de varios presidentes de la República. En general, el fútbol bien podría ser el más grande lavadero de dinero de diversas mafias. A lo que hay que sumar las prácticas esclavistas expresadas en la venta y compra de jugadores, en un mercado mundial, de trata de deportistas.

Las medidas que anuncian las autoridades parecen sacadas de un viejo y raído manual: se les prohibirá el ingreso a los estadios, serán judicializados y reseñados; y antes de los partidos, más anillos de seguridad. Más policías. Pero los violentos volverán porque el país sigue estancado en disímiles formas de violencia, que expresan con inusitada claridad que nos odiamos. Por ejemplo, la élite tradicional, odia a los pobres y a los jóvenes que salieron a exigir sus derechos durante las movilizaciones durante el estallido social. Dentro la policía hay policiales que odian a los pobres. Las autoridades saben que antes, durante y después de los partidos, grupos de hinchas pactan duelos a muerte a través de las redes sociales. Y optan por dejar que dichos eventos ocurran. Los miembros de las guerrillas odian a los que ellos llaman burgueses. También odian a la naturaleza, por eso dinamitan el oleoducto caño limón-Coveñas. Y en elecciones, aspirantes de cargos públicos, ocultan con un fino cinismo, su odio al pueblo que los abraza, que vitorea sus nombres.

Poco han valido los acuerdos entre barras y varios procesos de intervención social en las barriadas de las que brotan las catervas bestializadas, hijos todos de la Colombia mafiosa y violenta.

Quizás el mayor error que cometieron conservadores y liberales fue pensar y creer en los discursos de los directores de los dos partidos políticos; y quizás el error, grave por demás, de los hinchas del fútbol, del Cali, del América, del Junior, de Santa Fe, de Nacional, de Millonarios… es depositar en sus jugadores, la posibilidad de alcanzar la felicidad.

A lo mejor la solución es más fácil de lo que parece: hay que decirles a los hinchas de las barras bravas, que sus vidas son insignificantes para los jugadores de fútbol y para los dirigentes. Decirles también que las fortunas que acumulan sus ídolos hacen parte de un sistema político y económico que necesita de ellos en calidad de subalternos y sometidos. Explicarles de una vez por todas que su pobreza y frustraciones se las deben, por igual, a la dirigencia política y del fútbol que los mira con desprecio. Si esta estrategia no funciona, entonces no hay nada que hacer porque la enfermedad se llama estupidez.

 

Adenda: hincha del Deportivo Cali, retirado de los estadios, por salud física y mental. No me inspira volver a pisar las graderías del Palmaseca. Dejé de sufrir, porque comprendí, a mis 20 años, que no podía seguir depositando mi felicidad en las habilidades y en los intereses de 11 jugadores que jamás supieron de mi existencia y mis anhelos.



Imagen tomada de Tropicana

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