Por Germán Ayala Osorio
La historia política dice y dirá en lo consecutivo, que el Ejército de Liberación Nacional (ELN) es un grupo complejo en su estructura operativa y complicado a la hora de conversar de paz. Sus máximos voceros siempre se mostraron ante el país y la prensa arrogantes, caprichosos, sagaces, tercos y con una férrea convicción ideológica y política que hace posible pensar en que realmente, como organización, jamás les interesó dejar las armas.
La metodología planteada para llevar a cabo las conversaciones de paz constituye un claro obstáculo si se piensa en la obligada transición hacia un partido político. A no ser que estén pensando en que el Estado los reconozca como parte de las estructuras armadas legales, con presencia en los territorios en los que siempre han hecho operado y ganado algo de legitimidad social, sobre la base de la intimidación y el miedo.
Eso de querer jugar como mediadores entre el Estado y las organizaciones de la sociedad civil para resolver problemas estructurales que están inexorablemente conectados con el vigente modelo económico y político, suena más a una estrategia dilatoria, que a una seria y viable para superar la pobreza y los problemas de infraestructura social y física en extensos territorios. Así las cosas, jugar a ser mediadores terminará por mostrar que no tienen una real voluntad de firmar un armisticio. De hecho, han dicho que no les interesan las curules y mucho menos dedicarse a sembrar comida, como lo aceptaron los firmantes de las entonces Farc-Ep. ¿Entonces, qué será lo que quieren los señores del ELN?
Ahora están pegados del remoquete con el que la doctrina castrense los reconoce, a pesar de estar sentados en la mesa de diálogo con el gobierno: los GAO, Grupos Armados Organizados. Los voceros del ELN exigen que el gobierno expida un decreto en el que no solo se deje de llamar así al grupo al margen de la ley, sino que les den el estatus político que su historia político-militar les entrega de forma "natural".
Que las FFMM, el enemigo natural del ELN los llame GAO, tiene la clara pretensión de eliminarles cualquier espíritu revolucionario y político que ponga en crisis la neutra identidad política del Ejército y el resto de las fuerzas. Y eso está dentro de la lógica militar del conflicto armado interno. ¿Por qué justamente ahora que el régimen venezolano afronta graves problemas de legitimidad social y electoral les indigna el uso de esa nomenclatura?
Realmente los voceros del ELN no están interesados en firmar ningún acuerdo de paz con el primer gobierno de izquierda que ha tenido Colombia. En la lectura maliciosa que hacen del mote con el que los militares los reconocen emerge un espíritu revolucionario que hace rato perdieron. Sesenta años levantados en armas borra de un plumazo cualquier lucha social, política y económica. Deberían más bien sentarse a pensar en que el uso del vocablo GAO realmente constituye una crítica no expresada por agentes políticos y una parte importante de la sociedad que hace rato los dejaron de ver como una guerrilla o un grupo subversivo, para verlos en su santa dimensión: como un Grupo Armado Organizado (GAO) como el Clan del Golfo y las disidencias de Iván Mordisco y la Segunda Marquetalia. Al final, y en la práctica, en eso se convirtió el ELN. Todos secuestran civiles, trafican con drogas, atacan objetivos civiles y violan los derechos humanos.
La fractura interna que se expuso con la facción Comuneros del Sur confirma lo que hace rato se venía ventilando: el carácter federal de su operación terminaría en una disidencia. A lo mejor los comandantes del frente que hoy dialoga con el Gobierno entendieron que una lucha armada de 60 años poco o nada tiene de revolucionaria, pero si mucho de anacrónica.
Imagino que los sempiternos voceros del ELN ya aceptaron que van a morir de viejos haciendo la guerra y hablando de paz, pues saben que allí siempre estarán los gobiernos y los medios para dar cuenta de los hechos bélicos y los que hacen posible pensar en pacificar el país a través del diálogo y la desmovilización de los grupos al margen de la ley. Señores García y Gabino, entre otros, tienen la oportunidad de pasar a la historia como unos verdaderos revolucionarios que entendieron que jamás pudieron tomarse el poder a tiros, si hacen dejación de las armas y se reincorporan a la sociedad. La sociedad colombiana les reconocerá siempre la dejación de las armas como un gesto gallardo, valiente y consecuente. Hacer lo contrario, hará que esa misma sociedad los mire como simples Grupos Armados Organizados, destinados a joderle la vida a los colombianos y colombianas, porque, simplemente, les dio la gana hacerlo.
Imagen tomada de EL TIEMPO.COM
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